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Adriano, el emperador sibarita del Imperio Romano

Aída López Sosa
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Cultura, por: Aída López Sosa.

De entre las varias
decenas de emperadores que conformaron el Imperio Romano a lo largo de varias
centurias, destaca la figura de Adriano. Perteneciente a una familia de
políticos, gobernó durante 21 años sin ser asesinado y hasta su muerte por
enfermedad a los 62 años. Admirador y estudioso de los griegos, se ganó el
sobrenombre de Graeculus, Greguillo.
Adoptó las costumbres de la cultura no bien vistas en la antigua Roma, como el
amor por Antínoo, un joven turco que conoció en uno de sus viajes y a quien convirtió
en su amante hasta la muerte de este a los 20 años; deceso envuelto de misterio
por su ahogamiento cuando ambos realizaban una travesía por el Nilo. Casado y
sin herederos, pasó más de 12 años viajando. Trajano, su antecesor y tío por
línea materna titubeó, hasta su agonía, nombrarlo su sucesor, debido a que no
tenía la seguridad de que este continuara su política de conquista, además de
su afición al juego de dados y a la compra de caballos y perros de caza, por
los que se endeudaba.

Adriano, nacido en Italia
y radicado en España, hijo de un comerciante de aceite de oliva, -comestible
altamente apreciado en el mundo antiguo-, contó con los recursos económicos
para cultivarse en diversas disciplinas, principalmente literatura, matemáticas
y filosofía. A los diez años cuando su padre falleció, su madre lo llevó a Roma
donde Trajano lo adoptó. Años después realizó el cursus honorum rumbo a la senaduría, así comenzó su carrera
política en ascenso. Discrepaba de su tío que no era tan educado como él: bromas
tontas y alcoholismo. El joven para congraciarse con su tutor, no dudó en
emborrachase en la mesa imperial, escribirle sus discursos e incluso
pronunciarlos a su nombre cuando fue mayor de edad.

En “Las memorias de
Adriano”, Marguerite Yourcenar, novela la vida del césar. Traducida por Julio
Cortázar, la escritora ficciona –fundamentada en la realidad histórica-, la
intimidad de un hombre en sus últimos meses de vida. En la antesala de la
muerte por hidropesía del corazón, devela sus secretos y tormentos. Enfermedad
que merma su calidad de emperador y de hombre, cuyo médico, “no en vano ha ejercido la medicina durante
más de treinta años”,
trata de tranquilizar con mentiras y prudencia, el
avance del mal que le hincha las piernas, impidiéndole mantenerse de pie
durante las largas ceremonias romanas, “me
sofoco y tengo sesenta años”.

Los historiadores
perfilan a Adriano narcisista y ególatra. “Pero
si César te adopta, ¿quién soportará tu engreimiento?
,- le decía el
filósofo estoico Epicteto cuya escuela lo influenció durante sus estudios en
Grecia. Sin embargo, no fue un seductor como podría derivarse, “Estos criterios sobre el amor podrían
inducir a una carrera de seductor. Si no la seguí, se debe sin duda a que
prefería hacer, si no algo mejor, por lo menos otra cosa. A falta de genio, esa
carrera exige atenciones y aun estratagemas para las cuales no me sentía
destinado. Me fatigaban esas trampas armadas…La técnica del gran seductor
exige, el paso de un objeto amado a otro, cierta facilidad y cierta indiferencia
que no poseo…”
, suscribe Yourcenar.

Durante el período de
Adriano (117-138 D.C), se logró la pax
romana,
no solo renunció a nuevas conquistas, sino que devolvió algunos
territorios en donde habían inconformidades y revueltas, parte de su estrategia
-su mayor talento-, para no desgastarse. Asimismo contuvo lo ya conquistado con
murallas como la construida en la frontera de Gran Bretaña, bautizada con su
nombre. Aficionado a los viajes, recorrió todo su imperio, dándole importancia
política a las provincias. Realizó reformas administrativas, jurídicas
educativas, militares y migratorias que protegían a los esclavos, servidumbre
de la aristocracia. Sus formas de gobernar, consideradas desidiosas, no
agradaron al ejército, quienes comulgaban con la política guerrera de Trajano,
su espíritu bélico los impulsaba a continuar expandiendo el territorio. Las
tropas se mantuvieron con aumento de sueldo, por la importancia que
representaban para el imperio ante un ataque.

Adriano disfrutó las
conquistas pasadas. Amante de la arquitectura, diseñó edificios como el Panteón
Romano. Al concluir su periplo no retornó a la metrópoli donde no era querido,
construyó la “Villa Hadriani”, 30 edificios en las afueras de Tívoli,
resguardada por unas cariátides romanas-, que no era otra cosa que la
reminiscencia de la villa de Canopo. Rodeada de jardines alejandrinos con
fuentes, estanques y termas, era la representación de la arquitectura griega y
egipcia, de ahí la variedad en los modelos de cada una de las obras que la conformaban.
Pasó sus últimos días leyendo y escribiendo su autobiografía extraviada. “Animula vagula blandula / hospes comesque
corpis / quae nunc abibis in loca…”, “Alma, vagabunda y cariñosa, / huésped y
compañera del cuerpo / ¿Dónde vivirás?…”,
escribió días antes de su
muerte.

Al emperador le tocó
vivir el incipiente cristianismo. Su espíritu pacifista quedó confirmado cuando
dijo: “Ni se molestará a los inocentes ni
se permitirá a quienes informen con calumnias que puedan enriquecerse… si
alguien desea formular una queja contra los cristianos, investiguéis de que se
les acusa”.
Esta postura no evitó conflictos con los judíos cuando intentó
construir una nueva ciudad sobre los escombros de la destruida Jerusalén y en
la cual pretendía erigir el templo a Júpiter donde estuvo el de Jehová. Su
edicto de prohibir la circuncisión por considerarlo mutilación, ocasionó
revueltas que fueron intervenidas por el ejército romano.

Admirador de las bellas
artes y los conocimientos, fundó el Ateneo entre los años 123 y 125, sitio de tertulias entre intelectuales
griegos, romanos y asiáticos, para compartir sus obras y estudiar a sus
antecesores. También cultivó la gimnástica para fortalecer el cuerpo, ya que la
integración de mente y espíritu lo llevarían a la libertad pura, aseguraba.
Construyó la ciudad de Antinoópolis en honor a su amante, simbolizada con la
estatua de Antínoo personificando a al dios egipcio Osiris, también ahogado en
el Nilo según la mitología, otorgándole carácter divino a su amado. Ordenó la
construcción de un mausoleo familiar a orillas del Tíber: Castillo de
Sant´Angelo, inconcluso a su muerte y finalizado por su predecesor.

Adriano para legitimarse
en el poder, puesto en duda, acuñó monedas con su imagen en el anverso y el Ave
Fénix en el reverso, vaticinio del oráculo de Dafne; asimismo diferentes
monedas para conmemorar sus viajes. Puso de moda la barba al estilo griego, rompiendo
el canon romano de afeitado perfecto. Considerado el más culto de los
emperadores, no exenta que se le atribuya el comienzo de la caída del Imperio
Romano.

Aída López Sosa
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