Por Víctor Corcoba Herrero
A veces el mundo parece ingobernable, a pesar de tanta letra impresa crecida de buenas intenciones, pero lo cierto es que no pasamos capítulo, para ejercer la ética de las responsabilidades. El compromiso de un buen gobernante no consiste en poner orden únicamente, tiene que moverle el amor a la ciudadanía sobre todo lo demás. No podemos lavarnos las manos ante sucesos tan recientes como una serie de ataques contra minorías y grupos étnicos ocurridos en el Reino Unido, tras el referendo que decidió la salida de ese Estado de la Unión Europea. Las autoridades deberían actuar para que cese cualquier acto xenófobo. Por otra parte, ya está bien de tantos comentarios incendiarios en plataformas de Internet. Deberían adoptarse legislaciones que afrontarán este espíritu de odio, que nos deja sin palabras, un día sí y otro también, en todos los niveles de las sociedades.
La crueldad injertada a través de los crímenes de rencor y venganza, nos siguen destruyendo como personas. Deberíamos tomar buena nota de ello y administrar justicia, cuando menos para edificar otro mundo más de todos, construido en base a unas buenas relaciones, que tienen como fundamento enriquecernos todos. Convencido de que el progreso sólo se logrará con el respeto mutuo y el reconocimiento de las aspiraciones legítimas de los pueblos, pienso que todos deberíamos imbuirnos mucho más de mansedumbre y también de paciencia. Sin duda, personalmente, me repelen los juicios que únicamente aplastan y no regeneran socialmente. Sin embargo, me entusiasman las manos tendidas que perdonan, que rehabilitan, que imprimen conciencia recta y libertad de acción.
Si hay algo que he aprendido con el paso de los años, es que la compasión siempre nos eleva al ser la celestial precursora de la justicia, que la clemencia es preferible aún a la justicia misma, y que si uno va por el mundo sonriendo, uno transmite paz, que es lo que tanto necesitamos hoy en día. Desde luego, esta humanidad, de la que todos formamos parte, no puede humanizarse sino entierra sus resentimientos e inquinas. Creo que este odio que nos levantamos cada mañana unos contra otros, y los otros contra los unos, cohabita en nosotros por esa falta de repudio a la enemistad, lo que requiere respuestas firmes y coordinadas de todos los gobiernos del mundo y de la comunidad internacional. Combatir el terrorismo y la violencia extremista, es decir ¡basta! a tanta animadversión; lo que supone un cambio de actitudes, empezando por no menospreciar a ningún ser humano, por ínfimo que nos parezca.
Basta con que un ser humano odie a otro para que la hostilidad nos contagie y vaya corriendo por todos los moradores del planeta. Por eso, si importante es que los países actualicen su plan de gastos para hacer frente a crisis alocadas, como la de estos sembradores de odio que abundan por todas partes, va a ser significativo el apoyo educativo, pues hay muchas maneras de matar a las personas: con las calumnias, la difamación o las injurias. También se debe recordar que tampoco se debe permitir que la violencia y las intimidaciones limiten la labor de los trabajadores de los medios de comunicación. Todos nos merecemos sentirnos libres para comunicar lo mejor de nosotros. De lo contrario, levantaremos muros de resentimiento y el odio inundará nuestras vidas. Hay que optar por otro camino, sobre todo el del dialogo sincero, que siempre aglutina, y máxime si es sustentado con humildad. En consecuencia, frente a este mundo ingobernable; desbordado por los crímenes del odio, hay que activar puentes y abrir ventanas al amor de amar amor. Al fin y al cabo, el afecto es lo único que nos hermana como especie, y cuanto más se reparte, más nos crece y nos recrea.