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Algo más que palabras

Victor Corcoba Herrero
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

corcoba@telefonica.net

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Cada día busco más personas de noble corazón. Entre todas, me quedo con
el carisma de la mujer rural. Ellas sí que son el auténtico pulso de la vida,
el verdadero desarrollo de un país. Como en su tiempo apuntó el inolvidable
poeta nicaragüense, Rubén Darío, yo también refrendo que “sin la mujer, la
vida es pura prosa”; sin embargo, hemos hecho muy poco a la hora de
valorar su esfuerzo de complementariedad con el hombre. Quizás sean las que más
exclusión han padecido. Han sido las grandes sufridoras. Las cifras ahí están.
Según un estudio reciente sobre el tiempo y la pobreza hídrica en 25 países del
África subsahariana, se estima que las mujeres emplean por lo menos 16 millones
de horas diarias recogiendo agua potable; los hombres emplean 6 millones de
horas en esa actividad; y las niñas y los niños, 4 millones de horas.

En otros continentes, igualmente han sido las grandes víctimas. Testimonios
nuevos de varios países de África, Asia y Latinoamérica señalan que las mujeres
tienen muchas menos probabilidades que los hombres de realizar empleos rurales
remunerados (tanto agrícolas como no agrícolas). Jamás tienen horario. Hay que
tener en cuenta que el sector agrario es una actividad donde la mano de obra
femenina, resulta imprescindible y primordial para el desarrollo. No olvidemos
que también, no sólo producen, también procesan y preparan una gran cantidad de
los alimentos disponibles, por lo que sobre ellas recae la gran responsabilidad
de la seguridad alimentaria.

Gracias a la población campera, que depende en su mayoría de los
recursos naturales y de la agricultura para subsistir, representando un cuarto del
conjunto del censo mundial, el mundo ha podido avanzar humanamente y cosechar
los mejores frutos, principalmente debido a ese tesón femenino, de liderazgo en
la retaguardia, de constancia en definitiva. En este sentido, nos alegra que la
agenda 2030, no sólo les reconozca su trabajo en el desarrollo del planeta,
sino que también se elimine, de una vez por todas, los obstáculos jurídicos,
sociales y económicos que impiden su empoderamiento. Soy de los que pienso que
debemos aprovechar cualquier oportunidad para reivindicar su trayectoria, para
que no se queden atrás, y más allá de la onomástica del Día Internacional de
las Mujeres Rurales (15 de octubre), trabajemos a diario por superar cualquier
barrera, promoviendo la concienciación y la capacitación para que conozcan y
puedan reclamar sus derechos.

Aún hoy, estas personas de grandes sentimientos humanos, cuya tarea es
decisiva no solo para el progreso de los hogares campestres y las economías
locales, sino asimismo para las economías nacionales, a las que contribuyen
participando en cadenas de valor agrícolas, se merecen unos sistemas de
protección social que merme la discriminación con la que aún cuentan en bastantes
países. A los hechos me remito; las mujeres rurales están todavía en peor
situación que los hombres rurales, y ya no digamos, con referencia a las
mujeres y hombres de las zonas urbanas. Deberíamos invertir estas injustas
situaciones, pues hoy por hoy, la pobreza extrema está en las zonas rurales; y,
en gran medida, quien más soporta esta bochornosa necesidad sigue siendo la
mujer. Actuar con coherencia implica algo más que un recordatorio de aniversario;
la familia rural, aparte de ser guardiana de los valores naturales y agente de
solidaridad, precisa ser escuchada, cuando menos en su petición sanitaria y de
educación básica para sus hijos. Pensemos que un gran fragmento de las personas
analfabetas del mundo provienen del ámbito labriego y son hembras.

A pesar de las muchas contrariedades sociales, de tantos abusos hacia la
mujer rural, ellas sí que nos ofrecen grandiosas lecciones de ética y moral al
mundo; sobre todo, a esa ciudadanía que todo lo corrompe y devalúa. Los
estudios sugieren que manifiestan más preocupación por el medio ambiente,
aunque tengan poca participación en los procesos de toma de decisiones. Por
ello, pienso que es muy necesario en estos momentos de multitud de pasividades,
ante un planeta que nos grita por la sobreabundancia de agentes contaminantes, que
la mujer rural coopere y su voz sea mucho más oída dada su profunda
sensibilidad. Sin duda, es hora de mirar a nuestro alrededor con ojos más
sabios y de repensar que, nosotros mismos, somos parte de esa tierra que en
lugar de laborearla la escarnecemos.

Victor Corcoba Herrero
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