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Aparente desidia en la defensa de los psiquiatras

Manuel Triay Peniche
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Tanto los inculpados como sus abogados parecen resignados a la condena que se les viene encima

Si yo hubiera jugado al póker hoy no ganaba ninguna partida, ni que me vinieran cuatro ases de mano. Acudí a la audiencia del día por el juicio de homicidio que se les sigue a los psiquiatras Enrique Lara y Pablo Santos García y, nadie, absolutamente, reflejaba en sus rostros lo que ahí estaba pasando: los inculpados, risueños; la mamá de Pablo, si no risueña sí tranquila; sus abogados, captando moscas, salvo Juan José Góngora Puerto, hijo, quien tenía la encomienda de darle lectura a un documento pero pasó las de Caín: en un examen de primaria sacaba cero.

El escenario era imponente: Del lado izquierdo los fiscales de traje, y el coadyuvante; en el centro los integrantes del Tribunal, de toga, y, a la izquierda, la defensa. Una sala cómoda, moderna, forrada de madera o algo parecido, pero quienes asistimos ávidos de aquella audiencia, nos fuimos de sorpresa en sorpresa, pues en plena recta final del juicio, cuando se ven de cerca los 40 años de cárcel que marca la ley sobre los asesinos, la sesión comenzó con el desistimiento de Enrique Lara de sus tres testigos del día, y luego los dos programados para este martes.

La fiscalía aportó 152 pruebas, y la defensa menos de 50, incluidos 26 testigos de los que se han desistido de 9. A cambio de los previstos para este lunes, pidieron se haga hincapié en algunos párrafos de la carpeta de acusación, quizá con la intención de señalar incongruencias.

Ajeno como lo soy a los cánones legales, me llamó la atención que la presidenta del Tribunal, Lic. Verónica Burgos Pérez, fuera incluso permisiva con el novel litigante que dio lectura al documento. Tras escuchar la primera línea ordenó: lea usted de nuevo. Resulta que el defensor en lugar de decir 2014 dijo 2015.

Siguió le lectura y doña Verónica asumió el papel de maestra de primaria corrigiendo una y otra vez, señalando cada que aquel se saltaba una palabra y, visiblemente nervioso, el abogado Juan José comenzó a leer cada vez más lento, pero incoherente, un texto de dificilísima comprensión porque carecía por completo de los signos más elementales de la gramática.

Los fiscales no dieron tregua, de inmediato señalaron que aquella lectura no tenía sentido pues carecía de referencia y pidieron se metiera en contexto. Así se hizo incluso en dos ocasiones, a grado que doña Verónica los llamó a cónclave y sabrá Dios qué les dijo porque fue en voz muy inaudible para la sala.

Y ya. Los defensores, que eran cuatro acompañando a los inculpados, no dieron más señales de vida. ¿Por qué esa tranquilidad? Pablo y Enrique no se ven preocupados, hasta sonríen. ¿Tendrán un as bajo la manga, se dan ya por vencidos y quieren que todo acabe de una vez, será que estén planeado apelar por una mala defensa, o acaso ya se ven dando consulta a los internos del penal a cambio de algunas concesiones carcelarias: cuartos individuales, tele y comida especial?

Quienes seguimos la información del juicio tenemos la sensación de que la defensa sólo espera que alguna falla técnica los favorezca. Fuera de eso no parecen tener salvación alguna,

Dicen que Enrique ya hasta tiene una tiendita dentro d el reclusorio.

Como quiera que sea, el tiempo para que Lara presente pruebas y testigos termina el próximo lunes 8, luego seguirán los testigos que hayan sido retenidos, tal vez una semana o menos y, por fin, el fallo y la sentencia que podría ascender hasta a los 40 años.

Manuel Triay Peniche

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