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Aprender a Ser Ordenado

Jorge Valladares Sánchez
Jorge Valladares Sánchez
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Club de Padres, por: Jorge Valladares Sánchez.* 

En Facebook y en Youtube: Dr. Jorge Valladares.

Entre los deseos específicos más
frecuentes de mamás y papás se encuentra
el orden: que los hijos “sean ordenados” o que “haya orden en casa”. Me refiero
a los específicos en contraste con los generales como que sean felices, que
triunfen, que vivan la vida que desean, que lleguen lejos… Y también porque
desde ciertos ángulos y en muchos momentos puede parecer que hay una oposición
entre el orden y alcanzar estos otros objetivos principales, así como hay una
percepción, desde otros ángulos, que si no se logra esa cualidad (ser ordenado)
el éxito y demás se complican o alejan.

Principalmente en niños y adolescentes hay
muchos momentos en que el llamado al orden se percibe como un atentado al bienestar
y el disfrute de la vida; y a ello los adultos con frecuencia respondemos o
asumimos que es parte del “dolor de crecer”. Aunque también hay padres que
desde su “filosofía” validan lo que el lenguaje nos previene, que ser ordinario
es seguir el orden, y por tanto no destacar, mientras que lo extraordinario
efectivamente se contradice con el orden. Innumerables escenas de películas nos
muestran a los niños y adolescentes “auténticos” manifestándose en completo
desorden, ante la debilidad, renuncia o desgracia de la mirada adulta. No falta
la escena donde el adulto, al fin, se libera, recupera su “niño interior” y se
abre a la vida al permitir el caos.

El otro ángulo lo ven con claridad muchos
adultos en los momentos que asumen su rol de formadores, previendo (más que
dando testimonio) que se forma una cualidad o se generan condiciones que
apuntalan a lo que sea bueno en la vida (según otras filosofías) cuando se sabe
practicar el orden. Incluso hay niños que en su temperamento y carácter tienen
notas que les hacen desear el orden en diferentes edades y disfrutarlo, e
incluso llegar al grado de experimentar ansiedad ante su ausencia.

El contraste entre orden y espontaneidad
no es tan extremo en realidad, ni tan grave como entre orden y caos o entre
orden y anarquía. En Club de Padres partimos de que cada cual haría bien en
definir lo que aspira a formar en sus hijos y contar con las herramientas para
ir en ese camino, hasta donde pueda aportar y procurando hacerlo en un marco de
armonía familiar.

Así que van algunas ideas que pueden
servir para quien quiera estar más del lado del orden o quiera procurar orden
en algunos aspectos de la vida familiar o de las costumbres de sus hijos.

Empecemos por identificar que es más
probable que pensemos en procurar orden cuando ya hay desorden, y en especial
cuando ya generó las consecuencias esperables en la paciencia, resultados y
relaciones entre la familia.

Por ello, es más probable que pidan o
quieran orden los padres de niños mayores que menores, de niños inquietos que
relajados y cuando la relación anda tensa que cuando anda tranquila. Esto debe
tomarse en cuenta porque son situaciones, mientras que la formación del orden
es un proceso continuo y acumulativo, que se afecta por las situaciones, pero
funciona de manera transversal. Así que si lograr orden es un propósito más
allá de un deseo es buena idea pensar que veremos resultados estables luego de
algunos meses, cuando ya se haya operado un cambio importante en lo que
mostramos, pedimos y permitimos en casa o en las relaciones con nuestra gente.

Tiene que ver, pero no tan directamente
como se piensa, el grado de organización personal que tienen mamá y/o papá; de
modo que padres ordenados probablemente esperen o conciban adecuado mayor
orden, que padres que no lo son. Sin embargo es importante notar que en varios
casos que conocemos un adulto ordenado puede tener un hijo que funciona en
sentido opuesto y viceversa. Y, claro, que como quiera que sea el adulto un
hijo puede ser muy ordenado y el otro muy poco.

La explicación de ello es el mejor punto
de partida. El punto donde inicia la formación y tales diferencias está en tres
dimensiones: la práctica, la responsabilidad y la utilidad. Muchos otros
elementos pueden servir y tienen una validez evidente para lograr el orden,
pero es la combinación de esos tres lo que realmente lleva al resultado de
fondo. El ejemplo sirve, pero no basta; las explicaciones, los regaños, la
atención que dedique el adulto, los castigos, etc., igual. Por ello es que
padres muy ordenados pueden no lograr el orden en sus hijos, y lo mismo podemos
decir de quienes apliquen lo demás.

Pongamos entre paréntesis los casos
extremos de condiciones propias de la persona que le pueden inducir a formas
extremas en este aspecto, pero que no son producto directo de la formación. Una
lo son los rasgos obsesivos, característica de personalidad que lleva a un
orden extremo y necesario en diversos aspectos, pero mal manejada puede incluso
ser desgastante para quien la vive. La otra una condición de distractibilidad
y/o hiperactividad que complique en alto grado atender al orden incluso
deseando hacerlo.

La dimensión de la práctica es sencilla de
entender y está ampliamente comprobada en la ciencia: en general, el
comportamiento más probable es el que hemos realizado más veces en el pasado;
“la práctica hace al maestro” dice la sabiduría popular. Y esto se traduce en
que aquellas actividades que realizamos muchas veces van marcando la forma en
que habremos de seguir realizándolas en el futuro, y si empezamos cuando éramos
pequeños, mucho más.

Por ello el orden en el dormir, el comer,
las actividades diarias, el cumplimiento de horarios, el arreglo de los
espacios (o mejor aún el colocar las cosas “en su lugar”) y muchos otros buenos
hábitos del orden se adquieren bien si nuestros padres nos procuran realizarlos
desde la edad del kínder y antes aún. El grado de dificultad para mejorar en
ello va creciendo junto con el paso de los años y el respectivo aprendizaje
desordenado, que nos da enorme cantidad de práctica de lo contrario a lo que
algunos padres detectan problemático hasta que llega el hijo a la adolescencia,
aunque hubo momentos que parecía divertido o ser algo que naturalmente algún
día haría, cuando madurara.

Una persona adulta con buenos hábitos de
orden probablemente no recuerda cómo los adquirió, porque se formaron con la
práctica en una edad muy temprana, o por el contrario puede narrarnos con
emoción el esfuerzo que tuvo que hacer o la circunstancia de cambio de vida que
le llevó a ello, porque no era así, pero “ya grande” tuvo que cambiar.

La dimensión de responsabilidad requiere
ir a descomponer la palabra, porque es de esas que cada cual usa a como la
entiende, en momentos de exigencia o juicio, y normalmente para reclamar a
otros y no como resultado de un ejercicio de auto observación. Directamente, la
responsabilidad puede asumirse como la habilidad de responder, en inglés queda
más claro: response hability. No confundir con contestar o justificar o
disculparse. Responder es hacer lo propio cuando algo ocurre y nos concierne.
El problema es que pensemos en la responsabilidad como una virtud a reclamar de
quienes fallan o no colaboran, en vez de pensar que es una habilidad, que como
otras, requiere ejercicio.

Yo puedo creerme y hasta ser muy
responsable y no responder a muchas cosas. Porque no son mías o para mí. Se
aprende a responsabilizarse cuando practico responder, y en ello la clave es
que me entere y no haya duda que me toca responder. Es por ello que puede
suceder que padres muy ordenados que se hacen cargo del orden, por muy buen
modelo que den, pueden tener hijos irresponsables (y desordenados) porque son
los adultos quienes se encargan de responder en cada caso, y aunque expliquen y
motiven a imitar, no lo consiguen porque el aprendiz ve todo resuelto
constantemente y escucha que es “su responsabilidad”, pero no es quien
responde. En cambio, también puede suceder que padres poco responsables tengan
hijos muy responsables porque al ver la inacción o no respuesta del adulto
empiezan a hacerse cargo desde pequeños, de algo que en estricto sentido no es
“su responsabilidad”, pero cotidianamente de hecho así funciona.

Y la tercera dimensión, la utilidad, es el
gran principio del comportamiento instrumental u operante. El resultado
positivo del orden y las consecuencias negativas sufridas del desorden cierran
la pinza del aprendizaje. Otra vez, no son las palabras de “lo bonito que es”
ser ordenado, sino el resultado en función de lo que para el aprendiz es
estimulante y satisfactorio. Sí funciona el reconocimiento y la buena imagen
cuando se trata de alguien a quien eso le gusta y se obtiene ordenando, pero
hay personas de las que no valoramos sus elogios y chicos que no desarrollan
vínculos que hagan darle tanta importancia a es motivación social. Por eso lo
más efectivo es que de manera directa el orden represente consecuencias
positivas directas en términos de las prioridades o necesidades del aprendiz.

Nuestro orden tenderá a ser mayor en las
cosas que más disfrutamos y nos importan; por ello es tan común la frase de
“ahhh, así sí ordenas tu cuarto” o “a eso sí quieres llegar puntual,
¿verdad? Y por ello en un empleo, del que no queremos ser despedidos cumplimos
con mayor atención al orden, que en las actividades de casa. Y por ello cada
vez que evitamos que nuestro hijo experimente las consecuencias negativas del
desorden lo alejamos más del orden, cualquiera que sea el número de palabras
con que acompañemos el hacernos cargo o dejar pasar.

En síntesis, aquello en lo que queramos
mayor orden, tenemos que hacer que suceda (aunque las primeras 20 veces no sea
con gusto, ni con buenas caras), dejarlo en manos de quien deba ordenarlo y
hacer que experimente las consecuencias buenas o malas de la forma en que lo
haga. Sea puntualidad, arreglo de zonas, dar los pasos para obtener algo, o
disfrutar o no de alguna oportunidad que se le presente.

Luego de leer esto, más de uno me dirá: ya
lo sé y así lo hago. La falla sólo puede estar en uno de tres lugares: crees
que así lo haces, pero en realidad descuidas alguno de los puntos; o tiene esa
condición que hace que a él/ella le cueste más trabajo seguir el orden
(requiere diagnóstico y asesoría); o eso que le estás pidiendo está más allá
del orden sensato o necesario y es algo que debes revisar si realmente es
necesario o la única opción que lo haga como tú esperas.

El diccionario nos puede ayudar a cerrar
estas ideas. La primera acepción es simplemente colocar las cosas en el lugar
que corresponde; así que empecemos por definir o acordar ese dicho lugar de
cada cosa que importe.

La tercera, cuarta y séptima indican que
el orden no es más que el modo que se observa para hacer o la sucesión que
tienen las cosas o la relación existente entre cosas. Y puede suceder que tu
modo, no sea el de otras personas, y lo que debemos platicar es sobre los
varios modos aceptables.

La segunda es, creo, la mejor versión a la
que podemos aspirar: Concierto, buena disposición de las cosas entre sí. Ya que
el mejor orden es el que platicamos y nos hace que funcionemos en armonía.

Lo importante es que caigamos en cuenta
que lograr ser ordenado no es obedecer órdenes, ni resultado esperable de
haberlas obedecido por mucho tiempo. Esa cualidad o habilidad, si la queremos
en nuestros hijos, tenemos que contribuir de manera activa a forjarla o por lo
menos a procurarla en los temas que efectivamente, para ellos, sean importantes
y deseables. Finalmente el orden de las cosas puede ser muy relativo, sobre
todo en esta maldita posmodernidad, pero si ellos saben tomar partido y
aplicarlo en lo que realmente deseen, será un instrumento de su
autosuficiencia.

Y, claro, también en lo personal podemos
aplicar esto. Escríbeme y únete a Club de Padres, si quieres…

————————————
*Jorge Valladares Sánchez
Papá, Ciudadano, Consultor.
Especialista, Maestro y Licenciado en
Psicología
Doctor en Ciencias Sociales.
Doctor en Derechos Humanos.
Creador del Club de Padres.

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