Editorial La Revista Peninsular.
Los incendios que acontecen en Australia desde septiembre del año pasado son muestra de las severas consecuencias del calentamiento global. Las llamas han consumido decenas de millones de hectáreas en todo el país, cobrando la vida de más de veinte personas y dejando decenas de desaparecidos. La gente se encuentra desesperada pues ha tenido que huir de sus hogares para resguardarse, y señalan al Primer Ministro, Scott Morrison, como responsable de la tragedia por su incompetencia para abordar la crisis, y por sus políticas ambientales. Si bien, es cierto que la negligencia del gobierno agravó la situación, los incendios forestales han sido ocasionados por un fenómeno meteorológico denominado el Niño indio. La magnitud de los incendios inquieta al mundo, pues solo podemos imaginar lo graves que serán las consecuencias.
La comunidad científica ha externado su preocupación por el daño que ocasionarán las nubes de humo de los incendios a la capa de ozono. Se espera que, por las repercusiones de esta afectación, los incendios sean más intensos en el futuro, y que sea más probable que ocurran en otras partes del mundo con esta ferocidad.
No es para menos, las nubes de humo que produce el fuego en Australia son tan gigantescas que llegaron a países latinoamericanos como Chile y Argentina.
Se estima que son centenas los incendios propagados a lo largo del territorio australiano, y un “mega incendio” cerca de Sídney que se formó por la combinación de varios incendios. Este mega incendio complica el combate contra el fuego, pues crea condiciones especiales en el desastre.
Una de estas condiciones especiales es que el incendio crea su propio clima; en otras palabras, propicia una tormenta que facilita la propagación del fuego en la región. Este fenómeno ya se había observado en incendios masivos en otros lados del mundo, y consiste en que el humo se concentra al elevarse por los aires, y en la altura se limpia, creando solo nubes. Estas nubes no generan agua, sino que hacen llover ascuas de fuego del cielo, y provocan relámpagos que causan incendios por sí solos.
Desde septiembre del año pasado, veinticuatro personas han perecido por los incendios, decenas permanecen desaparecidos, se han quemado millones de hectáreas a lo largo de todo el territorio, y se han perdido más de mil doscientas casas.
Todas estas pérdidas son sumamente lamentables y trágicas, pero las pérdidas sufridas en especies animales son devastadoras. Australia siempre se caracterizó por su vasta diversidad natural, ya que el país albergaba especies únicas en el mundo. Ahora, se estiman en miles de millones las muertes de animales por el fuego, siendo más los animales que no tienen la habilidad de desplazarse con velocidad, como es el caso de los koalas, por ejemplo.
El fuego lo combaten bomberos, voluntarios, agentes internacionales enviados como ayuda humanitaria, y elementos del ejército australiano. Los bomberos se han vuelto figuras de respeto por el trabajo inagotable que han desempeñado ante la crisis, y han inspirado a miles de ciudadanos a inscribirse como voluntarios en las labores de combate a los incendios.
El fuego se combate desde helicópteros que lanzan agua y extintores; sin embargo, el objetivo de los bomberos muchas veces no es apagar el fuego, sino evitar que se propague. La realidad es que la situación evidentemente supera la capacidad de los bomberos, por lo que tratar de extinguirlo sería una pérdida de tiempo y recursos, y el fin principal es salvar vidas.
Los bomberos se han consolidado como héroes, y el Primer Ministro, Scott Morrison, como el villano. Los australianos, con miedo, desesperación, y enojo, acusan a Morrison de propiciar los incendios por sus políticas ambientales, de agravar la crisis por su incompetencia para responder ante ella, y de conducirse insensiblemente con las víctimas de los incendios.
Estos señalamientos son viscerales, pero no sin sustento. Morrison había procurado durante su carrera política la imagen de ser crítico de las energías renovables, y defensor de las energías fósiles (con las que tenía intereses económicos), minimizando las consecuencias del cambio climático. Es hasta hace escasos meses que la crisis ambiental fue demasiado evidente como para cerrar los ojos, y el Primer Ministro tuvo que admitir la existencia del calentamiento global, pero manifestó una postura aún reservada sobre el tema.
Para tener un poco más de contexto, Australia ha sido gobernada por políticos conservadores en lo últimos años, que habían presumido una postura en contra de temas ambientales, para darle prioridad a las energías de carbón. Las políticas impuestas por estos sujetos ocasionaron que Australia sea uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero en el mundo.
Con esto en consideración, no es sorpresa que Australia haya tenido su temperatura más alta el año pasado, ni que el país haya sufrido una aguda sequía.
Del otro lado del Océano Índico, en África Oriental, ocurrió lo opuesto; más de trescientas personas han muerto por inundaciones en los últimos meses, tras un aumento del trescientos por ciento de lo que normalmente llueve.
Este fenómeno natural es conocido como el Niño índico, y se da por el aumento de temperaturas en el agua de Australia, y el enfriamiento de las aguas de África, lo que ocasiona sequías severas donde hay calor, y lluvias severas donde hay frío.
Australia siempre tiene incendios forestales en estas fechas, pero las sequías ocasionadas por el Niño índico han propiciado el incendio más imponente de los últimos tiempos, que amenaza con crecer, pues la época más calurosa aún está por venir, según advierten los expertos.
Pensar en cuándo habrán de extinguirse los incendios es ocioso, no hay luz al final del túnel a menos por ahora. Observar del fuego consumiendo territorios enteros genera pena en el individuo, pues es imposible pensar en la cantidad de especies que se pierden en las brasas. En todo el mundo vemos como Australia, un país famoso por estar lleno de vida, se reduce a cenizas.
Mucha solidaridad a Australia.