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Balance del sexenio de EPN

Luis Carlos Ugalde
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Luis Carlos Ugalde.

La animadversión a su persona opacará su legado. Pasarán varios lustros para que se aprecien en perspectiva sus contribuciones. Mientras tanto lo negativo ya cobró factura. Su partido perdió estrepitosamente la presidencia de la República y su tasa de aprobación es la más baja de cualquier mandatario saliente. La negligencia frente a la corrupción y la falta de resultados en materia de seguridad son sus mayores pasivos. Como a Carlos Salinas de Gortari (1988-94) al terminar su sexenio: la crisis del tequila y la presunta corrupción de su hermano empañaron su persona y su legado.

Veo dos grupos de resultados positivos. Por una parte, varias de las llamadas reformas estructurales como telecomunicaciones, energía y educación. De continuar, significan un paso en la dirección correcta para México. Significan cambios perdurables para la economía y la competitividad del país. A pesar de errores de implementación, la educativa es la más relevante de todas y la más vulnerable en el nuevo gobierno. La energética ya está creando mercados donde no los había, pero la percepción de que su éxito se mediría por la reducción de los precios de los combustibles la ha vuelto un fracaso en los ojos de muchos mexicanos.

El segundo grupo de aciertos los encuentro en el manejo de la economía. La administración tributaria aumentó el número de contribuyentes de 38 a 68 millones y se redujo la dependencia fiscal del petróleo (que pasó de 8.8 a 3.8% del PIB). Se crearon cerca de cuatro millones de empleos formales. El proyecto del nuevo aeropuerto es de clase mundial y su modelo de financiamiento ha sido reconocido por los mercados. (Lástima que la búsqueda de chivos expiatorios y la falta de entendimiento de sus alcances lo pongan en riesgo). Se lanzaron las zonas económicas especiales. Se evitó la quiebra del IMSS y se garantizó su viabilidad financiera hasta 2030.

Frente a los aciertos, los problemas y abusos. Una administración que trivializó los escándalos que implicaron al presidente y a su familia, que fue negligente en frenar la corrupción desmedida de algunos gobernadores y otros funcionarios federales. Fue solo después de la debacle electoral del PRI en 2016 que el gobierno empezó a tomar algunas medidas, como aquella de procesar a los exgobernadores de Veracruz y Quintana Roo. (Algunos temen que en este periodo de transición esos casos se diluyan).

La inseguridad y la violencia aumentaron. Según datos del Secretariado Ejecutivo de Seguridad Pública, 2017 fue el año más violento de los últimos 20. Pese a que heredó la crisis delictiva del sexenio de Felipe Calderón, la administración de Peña Nieto no pudo frenar la ola de violencia que continúa azotando al país. Aunado a esto, el pésimo manejo y atención al problema de la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa fue solo un recordatorio —el peor de todos— de la negligencia del Estado para tratar con responsabilidad las miles de desapariciones y ejecuciones extrajudiciales que se cometen en nuestro país.

La baja aprobación de Peña Nieto sería un problema de él solamente, salvo que puede afectar la continuidad de algunas reformas fundamentales para el país. El desprestigio en el mundo de las llamadas reformas “neoliberales” se debe a que se asocian con corrupción y desigualdad. Ninguna de las reformas del Pacto por México fue hecha para generar corrupción (aunque su proceso de aprobación se facilitó por la corrupción de la negociación presupuestaria, los llamados moches). Sin embargo, la población ve el abuso y corrupción de la clase gobernante y concluye que todo aquello que proviene de este gobierno está manchado por la avaricia y la búsqueda de privilegios. Y por ello “las reformas de Peña” pueden ser carne de cañón del nuevo gobierno para desmarcarse del anterior.

Enrique Peña Nieto fue un muy eficaz negociador de las reformas estructurales; pero luego fue pésimo administrador de su venta. Su credibilidad se erosionó a partir de la “casa blanca” y de otros escándalos de corrupción. En lugar de tomar el toro por los cuernos, aceptar el error y volverse implacable frente al abuso, navegó como si se tratará de conflictos pasajeros. Patear la pelota fue su gran error porque así gestó la nube gris que hoy yace sobre su persona y su legado. Quizá su tolerancia frente a la corrupción fue simplemente el resultado inevitable de la complicidad que se gestó con quienes ayudaron a fondear su propia campaña presidencial.

(Un asunto que podría ser un mérito del gobierno saliente es la renegociación del acuerdo comercial con Estados Unidos. Prevalece la incertidumbre y nadie puede saber el destino final de Nafta, pero la perseverancia, paciencia, prudencia y también oportunismo —o traición a Canadá— de los negociadores mexicanos pueden salvar el barco del comercio con nuestro vecino del norte. No es algo menor).

Luis Carlos Ugalde
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