La Revista

Cátedra de periodismo y amistad

Pablo Cicero Alonzo
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Podría ser otra cosa: un vendaval, un portento, la palabra. Pero es un hombre. Un hombre solo, al que le gustan las batallas, aún cuando éstas estén perdidas de antemano. Y ahora está en una. En el fragor. Una más. Una vez más. Podría ser otra cosa, pero es un hombre, es un periodista. En estos tiempos que corren, en los que me veo tentado a responder que soy pianista en un burdel cuando me preguntas qué haces, ese hombre, ese periodista me hace recuperar el orgullo al oficio, al verdadero oficio, aquel que es imán de los optimistas de las batallas perdidas. Un vendaval que despeina nuestras conciencias engominadas, nuestro conformismo y nuestra laxitud, que dice sin reparos esa verdad que conocemos pero que maquillamos para tranquilizar nuestra conciencia, nuestra sucia conciencia: «El gobierno paga más a la prensa por lo que calla que por lo que dice». Un portento que no se cansa, que no se da por vencido, que no cruza los brazos. Ahí está, de pie, recordándonos que los que nos aman y los que nos odian no van a perdonarnos que nos distraigamos, como canta Silvio, la selva. Un portento con medio siglo, fraguado en la redacción, con las cicatrices de las guardias, con las penas y las glorias de ese grato arte de ingratos. La palabra que lucha contra el silencio, que dice lo que sabe, que da cátedra diaria, no desde el aula, sino desde la trinchera a la que el azar lo arrojó hace cinco décadas. Afortunados nosotros, que en ese vendaval, portento, palabra aún abrevamos; jornadas convertidas en fuente de reflexión, en mea culpa, en esperanza. Un legado adelantado y sin merecer, que sin embargo levanta envidias y recuerda rencores. Pero él ya lo sabe. Y no le importa. No lo mueven la vanidad ni el falso orgullo; únicamente esa generosidad que ha sido bujía de su día a día. Su vida me recuerda a muchos, ya muertos. Sus enseñanzas, a lecciones previamente aprendidas. No sólo es él, es la legión que lo acompaña, esos ecos de ayeres llenos de orgullo por una profesión que se desvanece en el cinismo. Es el último de su estirpe, y aún es incombustible. Podría ser otra cosa, pero es un hombre, un periodista. Contador de historias, removedor de consciencias; alarido, congruencia. Podría ser otra cosa, pero es maestro y amigo. Es Manuel Triay, quien este mes cumple cincuenta años como periodista.

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