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“Chicuarotes”, Cuando la vida te cierra todos los caminos

Ariel Aviles Marin
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La gran capital, la cosmopolita, la inabarcable, la inhóspita, la enorme Ciudad de México, una de las urbes más grandes y complejas del mundo. Nuestra capital, como todas las grandes urbes del planeta, presenta una vida social compleja, dolorosa, rica, miserable, espléndida, paupérrima, violenta, plácida, sórdida; todo a la vez. La gran Ciudad de México, es un gigantesco y complicado mural que ya nos ha pintado magistralmente Carlos Fuentes en su inmortal novela “La Región más Transparente”; que ha sido plasmado también en colores y formas, algunas veces amargas y violentas, por Diego Rivera, José Clemente Orozco o David Alfaro Siqueiros. Su amplitud y complejidad es tan grande, que de ella pueden emanar mil y un historias diferentes, sin que una sola se repita, y es por ello que, la han retratado los artistas de las más diversas disciplinas artísticas, con una fuerza arrolladora. Y la siguen, y la seguirán retratando muchos más. La Ciudad de México, es en sí y por si, un universo polifacético y multicolor en el que podemos encontrar cualquier cosa y algo más. La gran Ciudad de México, es eso precisamente, la gran Ciudad de México.

La gran Ciudad de México, es inmensamente urbana, complejamente selvática en asfalto y acero pero, paradójicamente, también es rural en amplias zonas de su inconmensurable geografía. Alcaldías como Milpa Alta, Tlahuac o Xochimilco, conservan amplios parajes de naturaleza bucólica, que parecen olvidar que están enclavados en el territorio de la urbe más grande del mundo. Rincones perdidos en la maraña citadina, que se tornan en campo sin salir de ella. Cuando pensamos en canales y trajineras, nos remitimos sin remedio a Xochimilco; pero Tlahuac también los tiene, y muy bellos por cierto. Y tal vez no sepamos que Milpa Alta, si tiene milpas, y si son altas, y de una rica variedad de cultivos hermanados con el maíz, junto a cuyas altas cañas, crecen como huéspedes, frijol, calabaza y chile, cultivos asimilados e inseparables, desde los lejanos tiempos de la madre nutricia, la también gran Tenochtitlan. Si bien las pintorescas chalupas hoy son suplantadas por las turísticas trajineras, que antes estaban decoradas con flores, y ahora sus diademas son de madera de triplay pinatada; al navegar entre las chinampas, flota en el agua el espíritu de la cultura Náhuatl.

Chicuarotes, es el apelativo con el que son popularmente conocidos los habitantes del pequeño pueblo de San Gregorio Atlapulco, rincón perdido entre las chinampas de Xochimilco. Una comunidad pequeña, de esas en las que todos se conocen, en las que la comunidad es “la voz de Dios”, en las que todos y cada uno vive su propia tragedia y sus pesares, pero también los comparte con la comunidad que los arropa, los apoya… ¡O les cobra cara la culpa! Este pequeño pueblo es el escenario en el que Gael García Bernal ha rodado su segunda obra como cineasta, después de un espacio de diez años con relación a su primera película. (“Lucio” en 2009) Esta nueva obra fílmica, fue estrenada el año pasado en el famoso Festival de Cine de Cannes, en Francia, y proyectada en México en junio de ese mismo año.La cinta está catalogada como de cine independiente, por lo que no ha sido difundida masivamente ni se ha presentado en las carteleras de las cadenas de salas de cine comercial de nuestro país; pero está siendo ofrecida en la cartelera de Netflix, por lo que su difusión también es de gran importancia. Es una cinta de cruda amargura, en la que los personajes viven su propia tragedia desde una perspectiva totalmente individualista, pero, al mismo tiempo, están inmersos en la dura realidad de una comunidad rural, pequeña y de una condición económica más que modesta.

Los chicuarotes propiamente dichos, son dos adolescentes, el “Cagalera” (Benny Emmanuel) y el “Moloteco” (Gabriel Carvajal); muchachos sin experiencia alguna en la vida, y que enfrentan crudas realidades en el ámbito de familias disfuncionales, con profunda violencia doméstica, y dolorosos problemas de alcoholismo. Circunstancias que en el filme se ciñen en la vida del Cagalera, pues del Moloteco, no se nos presenta más que, una miseria extrema y un abandono familiar total. Los chicos, se lanzan al ambiente urbano de la gran ciudad, vestidos de payasos, para ganar unos centavos haciendo y contando chistes en el transporte público, con muy poco éxito. En una corrida, en una pesera, la recaudación es de cero, por lo que el Cagalera pierde los estribos, saca de entre sus ropas una escuadra que le ha tomado a su padre, y asalta a los pasajeros, ayudado por el Moloteco. Descienden del minibús, y hacen el recuento del producto de su hurto, y con asombro descubren que se han llevado con este solo hecho, mucho más de lo que en meses, con su honrado esfuerzo. Este suceso los va llevando al convencimiento que el camino malo es más productivo que la honradez. Toman otro autobús que los lleva hasta Xochimilco, y en el camino, platicando con el conductor, se enteran que, con un cohecho de veinte mil pesos, pueden obtener un trabajo en la Comisión Federal de Electricidad, y con ello, resolver sus vidas para siempre. Aquella idea, se vuelve una obsesión en la vida del Cagalera, y va a desencadenar la tragedia central de la historia.

Al llegar a su miserable hogar, el chico enfrenta su dolorosa realidad, el padre, el Baturro (Enoc Leaño), siempre totalmente borracho, además, es aficionado al juego, y ahí deja el poco dinero que consigue de manera no siempre honrada; la madre, Tonchi (Dolores Heredia) es un ser totalmente nulificado por el machismo y la violencia del padre; tiene un hermano, Víctor (Pedro Joaquín), que es un muchacho sensible, lector, amante de la música clásica y, por añadidura, es gay, y un solitario; tiene también una hermana (Esmeralda Ortiz) de la que ni siquiera se nos da el nombre, es simplemente, la hermana del Cagalera. Al hacer un recuento del producto de su asalto, el Cagalera encuentra algo que llama profundamente su atención, es una cajita de cerillos con publicidad de un cabaret de Las Vegas en USA. La cajita ejerce una profunda fascinación en el chico, lo hace soñar despierto con el lejano lugar en la Unión Americana, tan lejos de cualquier posibilidad en su vida, y se pasa mucho tiempo encendiendo cerillos, y contemplando cómo se queman; el ver como se consume la varilla, lo deja como hipnotizado. Al mismo tiempo, la meta de conseguir veinte mil pesos, para entrar a trabajar a la CFE, se le ha vuelto una obsesión, y sólo concibe planes disparatados y deshonestos, para hacerse de ese dinero; desde luego, esos planes incluyen siempre al Moloteco.

La primera aventura surge al entrar en contacto con otro muchacho, algo mayor que los chicos, el “Planchado” (Ricardo Abarca), que es bien parecido, pero que él, se siente hechura de los dioses. El plan es asaltar una tienda de ropa interior femenina, pues el Planchado tiene noticia que la dueña siempre deja el dinero en el local, y se lanzan al proyecto; llegan al local, fuerzan la cortina metálica y ya adentro, revuelven todo sin resultado positivo; ante el fracaso, el Cagalera decide llevarse todas las prendas posibles. “Ya, aunque sea esto que yo venda”, dice. Suben al coche del Plancahdo y se van. Se les empareja una patrulla y los hace parar; los agentes son un par de mujeres policías, gordas, toscas y feas; con una rápida revisión, se percatan de la gran cantidad de ropa interior femenina, y exclaman: “¡Oh pus, ustedes son maricas o acaban de asaltar una tienda de chones! ¡Si, seguro que ustedes robaron la tienda de la otra esquina! A ver, tú, el chofer, bájate. ¡Mira no más, si es el Planchado! Qué, Planchado, no te acuerdas de nosotras, si estudiamos juntos la secundaria”. Planchado sonríe con nerviosidad, y balbucea: “Si verdad” – “No nada, qué te vas a acordar, si no más te estás haciendo. Lo que hicieron es grave, son lo menos tres años de cárcel; pero vamos a ser cuatas. ¡Ustedes, bájense del coche y pélense, pero ya. Tú no Planchado, tú vas a pagar la jugada en especie, tú te quedas. Los chicos corren, mientras el Planchado es llevado a la patrulla para pagar la cuota.

El Cagalera tiene una enamorada, Sogheli (Leidi Gutiérrez)que trabaja en un salón de belleza; el joven, en compañía del Moloteco va a platicar con ella y ven pasar al carnicero con su pequeño hijo. El carnicero es uno de los más pudientes del pueblo, y el Cagalera concibe la disparata idea de secuestrar al niño y pedir rescate por él, y así pagar las entradas para trabajar en la CFE. Han observado que, por las noches, el carnicero manda al niño solo, a comprar una caguama para él. Ponen manos a la obra, agarran al niño y se lo llevan al miserable cuartucho del Moloteco. El niño está maniatado de pies y manos, y con los ojos cubiertos. “No vayas a dejar que te vea”, advierte el Cagalera a su socio. El Moloteco, tiene un corazón sensible y compasivo, así que poco a poco va haciendo buenas migas con el niño, lo entretiene vestido de payaso para que no siga llorando. En el pueblo hay un escándalo por la desaparición del niño, a Sogheli le late que sus amigos han hecho algo, y va al cuartucho del Moloteco, se encuentra al chico con el niño, y furiosa le hace poner al pequeño en libertad. Ella le hace ver al niño que ha sido un juego y el Moloteco, que ha conquistado la simpatía del chiquillo, le ha hecho jurar que no los delatará.

Cuando el Cagalera llega y se entera de lo sucedido, monta en cólera y dice: “Nos tenemos que pelar”, y decide robar el dinero que el Baturro guarda y con eso huir del pueblo. Está en pleno hurto, cuando llega el padre que lo golpea salvajemente y le llena la cara de insecticida en aerosol, intoxicándolo gravemente. El Moloteco y Sogheli llevan al Cagalera a unos lavaderos públicos, dónde el chico vuelve varias veces el estómago. De pronto, llega un torvo personaje, el “Chillamil” (Daniel Giménez Cacho) y les dice: “Vamos chavos, todo el pueblo está en el parque. Vamos todos a buscar al niño secuestrado y a partirle la madre al secuestrador”. Con terror, los chicos tratan de dar algún pretexto válido para no ir al parque, pero el tipo los toma del cuello y los lleva. Ya en el parque, se enteran que el niño ha aparecido y va a identificar a quien lo secuestró. El Chillamil los pone en la primera fila, pues sospecha que ellos han sido. El niño sube al templete en el parque y su padre le ordena señalar a quien lo ha secuestrado, la mirada del niño se topa con el Cagalera y el Moloteco, que todavía está maquillado de payaso; el Moloteco le hace un giño y el niño sigue recorriendo las caras y dice que no reconoce a nadie. Alguien grita: “Seguro fueron los del Cobre”, una barriada en la falda de un cerro, y la multitud enardecida, con palos y antorchas va para allá.

El Chillamil se lleva a los chicos y a Sogheli a un sitio apartado donde les dice: “Sé que ustedes fueron, pero no lesvoy a quemar, ayúdenme, agarren a esta vieja”, y trata de violar a Sogheli. El Moloteco reacciona y se enfrenta al tipo que saca una pistola, el Cagalera se abalanza y hay un forcejeo, el arma se dispara y hiere mortalmente al Moloteco, al empujar al individuo, su espalda se clava en una varilla de metal y muere. El Cagalera y Sogheli toman un autobús y se alejan con destino desconocido; después de recorrer mucha distancia, se bajan del vehículo y caminan en el campo, se sientan y platican. Sogheli reacciona y le dice al Cagalera: “No me voy contigo, has equivocado el camino, yo no quiero esto”, y se pone a caminar por la carretera. El Cagalera, con la mirada perdida, se queda sentado encendiendo cerillos y viéndolos quemarse en el aire.

La cinta, bajo la dirección de Gael García, puede ser clasificada como cine urbano, pero también es cine rural, por las condiciones del medio en el que ocurre la mayor parte de la acción. El guion de Augusto Mendoza, está bien escrito, y lleva la acción con propiedad, para conducirnos a un desenlace estrujante y doloroso. El único actor de carrera destacada de la obra, lo es Daniel Giménez Cacho, y su actuación es muy apropiada. Benny Emmanuel, ya tiene un cartel entre el público, por su desempeño en la serie “Cómo dice el Dicho”, en TELEVISA. Su actuación es muy buena, nos convence de cómo es la personalidad de un chico sometido a las circunstancias de una vida terrible. Los demás personajes cumplen bien en sus papeles, si bien no es destacada. La música de Jacobo Lieberman y Leonardo Heiblum es simplemente un fondo musical y no tiene trascendencia en el filme, sus temas no pasaran a la historia de la música de cine. La cinta es muy impactante, su crudeza nos muestra la realidad de un México doloroso, pero real. Esta historia puede ocurrir en cualquier gran ciudad, en la que coexisten la selva urbana, y el medio rural atrapado en esta selva. La tragedia de los Chicuarotes nos deja el amargo sabor de cuando la vida te cierra todos los caminos.

*Las fotos son de Salvador Peña L.

Mérida, Yuc., a 9 de septiembre de 2020.

Ariel Aviles Marin
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