Por Francisco López Vargas
¡Vaya que la elección de Estados Unidos nos afectó a todos! La volatilidad económica se hizo sentir porque, como cuando dependíamos del petróleo, ahora dependemos del comercio y las relaciones comerciales con Estados Unidos.
Dependemos, esa es la palabra, pero también para ellos porque mucho de lo que procesan, de lo que ahí venden y de la labor de muchos mexicanos ahí y aquí sirve para mantener a flote su economía y se origina en México y en mexicanos.
La lección más sólida de los comicios americanos es que ambos dependemos, aunque no en la misma medida, pero quizá lo más sólido es que los estadounidenses, como los mexicanos, estamos hartos de los políticos profesionales.
Ver como una familia se enriquece estúpidamente sin tener más ingresos que el sueldo como político de uno de sus miembros es una idea que hace mucho dejó de pasar por nuestra cabeza, pero cuando más de uno de esa misma familia es político, pues la idea se sobredimensiona pero no por mal pensados sino por la exhibición impúdica de sus ritmos y niveles de vida, mientras los pobres sigue reproduciéndose sin que el resultado del trabajo del político se justifique.
Para los estadounidenses, los escándalos de los Clinton representan los de una clase privilegiada que no es medida como los demás ciudadanos. Trump, un imbécil sin cultura, moral o freno alguno dejó muy claro que la sociedad está dispuesta a seguir a quien no represente al status quo, el que acredite que es ajeno a esa clase aunque tampoco sea un modelo: se aproveche de las lagunas legales, sea un racista o misógino.
Quizá por esa razón en México tenemos al Bronco en Nuevo León o a Kumamoto en Jalisco, pero tampoco queda claro que ese sea el camino: el Bronco como gobernador no ha podido demostrar ni concretar todo lo que dijo en campaña y lleva un año al frente del gobierno regiomontano.
Kumamoto sólo es diputado local, pero ambos casos acreditan que los ciudadanos están hartos y pueden optar por opciones no tradicionales, lo que acredita el poder ciudadano y que sí se puede hacer ganar a un candidato distinto o no convencional.
La gente está desesperada por vivir mejor, porque sus vidas sean diferentes y su trabajo refleje su esfuerzo en ingreso y nivel de vida, pero eso no ha sucedido y sí, como decíamos la semana pasada, ha crecido la deuda externa, han menguado las reservas internacionales y el país no está mejor pero los políticos que lo dirigen sí.
Esas historias de personajes que vivían en la inopia y ahora quieren ser gobernadores sin acreditar de donde salió todo lo que hoy tienen, justifica en mucho la desconfianza ciudadana. Sobre todo porque su nivel de vida pasó de un barrio popular, a uno clasemediero a otro de millonario, acreditando en el camino solo cargos públicos y relaciones delincuenciales con tipos de reputación no dudosa sino conocida precisamente por mala.
Pero al mismo tiempo que la elección americana se veía casi despejada para Clinton, en el periódico El Universal Margarita Zavala arrasaba en una encuesta en la que el PRI podría quedar en tercer sitio si las elecciones fueran ahora y los ciudadanos la convirtieran en la primera presidenta de México.
El PAN, como partido se alzaba con un 25 por ciento de las preferencias, mientras que Morena seguía en segundo sitio con 19 por ciento y el PRI el 17.
Un día antes la encuesta enfrentaba y confrontaba a los candidatos y Zavala se mantenía sólida con un 30 por ciento, 25 por ciento a Andrés Manuel López Obrador y con 16 el secretario de Gobernación Miguel Angel Chong.
Con la más reciente derrota del PRI en 12 gubernaturas y los escándalos de los gobernadores Duarte de Veracruz y de Chihuahua, Borge, de Quintana Roo; y los escándalos que siguen escalando de historias de corrupción, el tricolor verá complicado lograr un triunfo, a pesar de que el voto duro priista es el que siempre opera en las elecciones ante la apatía ciudadana en los comicios presidenciales.
El hartazgo social contra los políticos acreditan que haya vencedores con menos de la mitad de los votos que se logran, mientras que la abstención sigue siendo la gran vencedora de las elecciones.
El hartazgo social está acreditado con una transición que no aportó nada al país y no hubo cambios reales y eso pareciera reflejarse en que mientras el 44 por ciento de los encuestados dice que nunca votaría por el PRI, el 11 no lo haría por Morena, el 9 por el PAN y el 8 por el PRD. En esa encuesta, el 58 por ciento de los entrevistados se dice ciudadano.
La encuesta fue directa, persona a persona, a 1,500, todas mayores de 18 años en 150 distritos electorales con un margen de error de 2.5 puntos.
Pero lejos de esta encuesta, otras muestras del abuso los vemos en Nicaragua donde los “revolucionarios” encabezada por Daniel Ortega se le ocurrió que su esposa sea su vicepresidenta y con ello garantiza ser el poder real aunque no esté en la silla.
En España, de manera efectiva, ha sido casi imposible organizar un gobierno, meses y semanas de discusiones cuando las elecciones no fueron suficientes para lograr acuerdos. Rajoy finalmente se alzó con el poder, pero quedó claro que ahí, como debiera ser en todos lados, debería costarles más trabajo tener el poder para que sea más eficiente su labor.
En fin, mientras los ciudadanos no logremos que los cambios sean reales, los partidos no los van a realizar porque ellos están cómodos con lo que les funciona bien hoy: se reparten el botín, se alternan en el poder y hacen que todos los cambios lo parezcan para que todo siga funcionando igual. ¡Qué novedad!