Por Francisco López Vargas
Dice Andrés Manuel, en su cuenta de tuiter @lopezobrador, que la donación de Felipe Calderón a una institución de apoyo a niños con cáncer sólo es el 8 por ciento de lo que recibe en recursos como pensión por ser ex presidente.
Enlista -adjunto se publica el tuit con el gráfico- todo lo que un ex mandatario recibe por temas de seguridad al dejar el cargo.
En una entrevista en Radio Fórmula, con Ciro Gómez Leyva, Calderón le responde y abre una discusión a la que vale la pena asistir: cuánto gana cada quien, por qué conceptos, desde cuando y cómo se distribuye ese ingreso para definir finalmente cuál es el patrimonio real de quien aspira a la presidencia y de quien ya lo fue.
Las declaraciones de Calderón retoman una de las incógnitas más sólidas desde hace años: ¿de qué vive Andrés Manuel? ¿si es lícito y claro por qué la negativa a darlo a conocer? ¿si es un hombre honrado por qué darle la vuelta al tema?
Salir a venderse como un hombre honrado y honesto no es un asunto menor y no debe serlo sólo de discurso. Si Andrés quiere acreditar que es diferente, que lo sea en serio: que se desnude ante los ciudadanos, que muestre lo que es en realidad y lo tiene en verdad. Lo más fácil es decir que no hace falta, que él es honrado, que no le interesa el dinero, pero no aclara de donde la educación de sus hijos, de donde la compra de sus departamentos y demás bienes, de donde su patrimonio.
Hoy, para su desgracia, no sé si seamos tres o cinco los que no le creemos, pero la realidad es que él ha acreditado que es más hombre del sistema que los demás a los que tanto censura. Las instituciones que ha mandado al carajo están siendo ahora su objetivo, como lo fueron originalmente: controlarlas a su favor.
¿Por qué no le creo? Lo decía en un artículo la semana pasada: no reniegas de la mafia del poder y te alías con sus beneficiarios, no les endilgas todos los epítetos pero no acreditas una evidencia de los dichos. Eso es demagogia, nada más.
Tiene razón Álvarez de Icaza cuando dice que no le creemos, que habemos quienes no se la compramos al Peje y que, por desgracia, somos quizá de esa pequeña, muy débil y muy escueta franja que no quiere vivir de la esperanza sino de la realidad, de lo conseguible, de lo útil, pero también de lo acreditable.
Tengo claro que no podemos salir a responsabilizar a una ex gobernadora y a su marido ex guerrillero, ambos preocupados por los pobres –dicen-, y que su hijo aparezca como prestanombres de Roberto Borge y en su casa “esconda” un Ferrari.
Tampoco se le puede acusar a Andrés Manuel de hablar de que no le gusta el dinero pero su hijo use zapatos de 20 mil pesos y él haya desparecido del público su reloj de Tifanny´s.
No sé si sea inteligente comprar un Porsche, un Bentley o un reloj de muchos miles, pero quienes no tenemos acceso a los dineros públicos ni a darle cuenta a nadie de nuestros ingresos más que al SAT, pues comprémoslo si nos alcanza y si eso nos hace feliz, pero cuidadito si nos agarren con las manos en el erario porque si de algo estamos hartos todos es de esa falta de congruencia: ¡Vivo del dinero público, pero no le doy cuentas a nadie de cómo lo uso. Ya basta!
Andrés Manuel esta viviendo quizá lo mejor de su burbuja de popularidad. La estridencia del momento pareciera definir su ventaja hoy gracias a la llegada de Trump, a la derrota de Hilary, a la paupérrima popularidad de Peña, a los pleitos internos del PAN y al desmembramiento acelerado del PRD. Las condiciones se le dan, pero eso no significa que la elección sea mañana y el tiempo cuenta sobre todo cuando sabemos, lo hemos visto, que Andrés es el peor enemigo de sí mismo.
Calderón, por su parte, debió abstenerse de anunciar que donaba su pensión. Haz el bien y no mires a quien, sería la consigna porque al darlo y anunciarlo se ve mal, como un acto de propaganda y no como un acto de humildad o de sensibilidad política. En fin, los políticos piensan como ellos sólo saben hacerlo y quizá por eso los ciudadanos ya estamos hartos de ellos.
Sin embargo, contra lo que todos reclaman, la opción real no está hoy entre quienes todos vemos como aspirantes. No, son gente de partidos, gente que se ha convertido en negociadores naturales, en la política como su sistema de vida y el origen de su patrimonio. El servicio a los ciudadanos no es, a la vista, la prioridad de lograr un escaño, un hueso.
Decía Churchill, con toda propiedad también en estos años, que nuestro gran problema es que hay mucha gente que quiere ser importante, por desgracia muy pocas que quieran ser útiles y son estas últimas las que necesitamos con urgencia. Y vaya que hacen falta.