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José Francisco Lopez Vargas
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Por Francisco López Vargas

Dicen los que saben que la llegada de Ochoa Reza al PRI es la declaración formal de que el presidente Enrique Peña Nieto tomó para sí y su grupo incondicional el cierre electoral de su gobierno.

Con el fracaso de Manlio Fabio Beltrones a la cabeza de su partido, Peña y su grupo compacto parecieran gritar que los políticos de antaño –para no decir dinosaurios- ya no tienen la efectividad de otras épocas y tiene razón: no son otras épocas, y por ello el relevo por un dirigente que sólo se las debe a ellos.

El descalabro electoral del pasado junio deja claro que la juventud, en política, tampoco es garantía de nuevas maneras, de nuevas formas. Gobernadores considerados el nuevo ADN del tricolor demostraron que su conducta reproduce no sólo las peores de los viejos tiempos, sino aderezadas con un cinismo que puso en jaque al propio presidente.

El PRI, nos dice la experiencia, se niega a entender que hay cosas que la sociedad ya no soporta, que no está dispuesta a tolerarle al gobierno y menos a su visión facciosa de la vida del país y sus estados.

Lo macro quizá sea lo que vimos en Veracruz o Quintana Roo, pero lo de todos los días es también lo que nos ofreció aquí la Secretaría de Seguridad Pública al acreditar la protección obscena a los miembros del Frente Único de Trabajadores del Volante al golpear a los conductores de Uber y al pronta acción del Gobierno Estatal y su Congreso a modo.

Las visiones macro y micro de lo que la vida política no puede seguir siendo pareciera costarle mucho trabajo de entender a la clase política, incluida la de los otros partidos que clonan magistralmente las mañas del Revolucionario y sus peores ejemplos vivientes.
El escándalo de los “moches” panistas, la presión del alcalde meridano a medios que publican lo que no le gusta o siente que le afecta, las dádivas y los negocios que se hacen en uno u otro palacio para enriquecer no a la ciudadanía sino sus propios bolsillos.

Ni los perredistas, que representan poco, por fortuna, salen bien librados de esa maña de sacarle provecho al presupuesto y colocar, además, a sus afectos en cargos que les permiten vidas holgadas y muy redituables. Bueno, hasta autos chocolates se auto pagaba uno de sus legisladores más visibles, no por activo sino por voluminoso.

La realidad es que el PRI sabe que o cambia y manda un mensaje distinto al que envió hasta ahora o, de plano, se quedará al margen como quedó claro en el reciente proceso electoral.

México ya no es el de Díaz Ordaz o López Mateos, pero tampoco el de Salinas o Calderón. El país tiene una nueva conformación y una nueva visión que deja claro que no estamos conformes y menos pasivos como quedó de manifiesto en los comicios locales de este año y como seguramente veremos el próximo año con las elecciones del Estado de México, Nayarit y Coahuila.

Enrique Peña Nieto ya pasó a la historia como el priista que recuperó la presidencia, pero no pareciera descabellado empezar a verlo como el que la volvió a entregar y esa sola posibilidad ha hecho que su grupo compacto se solidifique para tener más control y evitar haya otros interés y otras agendas en los comicios del cierre de sexenio. Ochoa Reza llevará la elección de 2017, pero sería muy aventurado asegurar que él podría llevar al PRI a la selección del candidato presidencial y convertirse en pieza clave de esos comicios.

Esos días y esas responsabilidades se verían hasta el cierre del próximo año o inicios del 2018 cuando ya haya un criterio más consolidado de cómo ve la sociedad al PRI y qué le gustaría para el cambio de sexenio, pero sobre todo a quienes tendrá que enfrentarse en esos comicios.

¿Asistimos a la asunción de una nueva clase política al PRI? Eso pensamos al inicio del sexenio y la lección con quienes hoy terminan sus gestiones y con quienes están al frente en algunos gobiernos no pareciera darnos la esperanza de que el cambio será real y los tricolores cambiarán sus viejas costumbres fincadas en la corrupción e impunidad, pero también hay que reconocer que los gobernadores que ya estaban cuando Peña llegó a la presidencia le dieron no sólo apoyo partidista sino económico y eso lo amarró con más de uno de ellos.

Los gobernadores del PRI que estén en el poder ahora que deje la presidencia serán sus candidatos o, al menos, los que él apoyó o consintió lo fueran y ese factor podría servirle para tener más sólida la lealtad si no es que ésta se la dan sólo al candidato presidencial que no necesariamente sería el delfín presidencial y que muy seguramente necesitará hacer distancia de un gobierno estigmatizado como está el de Peña.

Ahora sólo falta ver quién será el candidato en el Estado de México o el gobernador más destacado porque, no se pierda de vista, el candidato no tendría que salir exclusivamente del gabinete, aunque esa haya sido la tradición hasta ahora con un presidente priista.

Si la elección del candidato priista fuera hoy, quizá el más conocido sería Osorio pero también es el menos efectivo de todos: se le fugó El Chapo, le han tomado todas las carreteras del país, los gobernadores muchos nunca lo atendieron y se salieron del redil al extremo de que la PGR tiene que entrar al quite.

Luis Videgaray no sería el más popular con su política hacendaria y sólo pareciera bien visto José Antonio Meade, pero en el PRI no lo siente priista como tampoco a Ochoa Reza, pero eso pareciera no ser obstáculo hoy y menos con Meade que ha demostrado ser eficiente y eficaz, pero sobre todo trabajar para todos y bien.

Esperemos, todavía falta mucho y cada decisión cambia o modifica el escenario. Mientras, esperemos que quien llegue a CFE no entre como salió Ochoa Reza: subiendo las tarifas.

José Francisco Lopez Vargas
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