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José Francisco Lopez Vargas
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Por Francisco López Vargas

Tengo la mejor impresión de Doña Sara Mena de Correa. La conocí ahí en los 80 siendo reportero del Diario de Yucatán y corresponsal del semanario Proceso. Nunca hubo en mi acepción mejor descripción de lo que la palabra dama significa.

Madre amorosa, política congruente y mujer de convicciones no puedo olvidar nunca sus reflexiones, sus enseñanzas ni sus expresiones siempre sabias, de una mujer que vivió la política desde la oposición, desde una poco confortable posición que vaya que supo contener y sostener a Don Víctor Manuel, pero sobre todo caminar con él ese camino de la resistencia cuando la oposición no sólo era mal vista sino maltratada.

Alejada de su partido, mas nunca de su militancia y activismo, Doña Sarita era un arcón de anécdotas, de un cúmulo de experiencias que más de una vez compartió, algunas en privado otras para ser públicas y compartidas.

Cuando el PAN se desvía y se parece más a quienes combatió en buena lid, los viejos panistas tendrán la obligación hoy de voltear a ver esos principios que le dieron no sólo la solidez opositora que llegó a ser sino el principio rector de muchos de los que tuvieron la oportunidad de servir bajo esos conceptos para una patria ordenada y generosa, pero sobre todo para enarbolar la solidaridad verdadera y el auténtico servicio.

Conciencia por años del panismo, Sara Mena llegó ese septiembre de 2011 sola con su hijo Luis y un amigo a rendirle recuerdo al que fuera el primer edil de oposición en Mérida, en 1968. El PAN decidió ese año hacer el homenaje en el patio central de su edificio, donde un busto del ex edil y de Carlos Castillo Peraza fueron colocados. Ese año ya no hubo la reflexión escrita y leída por una mujer que analizaba con visión crítica a su partido y a las autoridades que de ella llegaron a los cargos públicos.

El panismo hoy está de luto, pero hace lustros que perdió el rumbo, que perdió el camino de la honestidad y del servicio a quienes los elige, para mimetizarse con esos partidos clientelares, con los partidos que han hecho de la corrupción, de la impunidad su sello y característica.

En el PAN el mejor homenaje a gente honesta como Doña Sara, como Don Víctor, sería el regreso a esa senda del ejemplo, de la actuación limpia, de la gestión pensando en la gente, en quienes son los verdaderos mandantes.
En Mérida, se necesita un ayuntamiento que deje de escudarse en una imagen joven para tratar de enmascarar la corrupción de quienes lo encabezan: mujeres que se han apartado del ejemplo y lo mismo son caballos de Troya de intereses particulares, alejados del beneficio comunitario y que practican el nepotismo con la mirada impasible de un primer regidor que se vuelve a escudar en un supuesto secuestro de grupos que no lo dejan gobernar.

El ejemplo de lo que el PAN es hoy ha quedado de manifiesto con el escándalo de los moches, de la extorsión de diputados locales, federales y demás legisladores que no sólo no se conforman con sus opíparos salarios sino que deprendan los presupuestos de obra que ellos mismos aprueban, pero cuyos recursos son producto de los impuestos pagados por todos los ciudadanos.

Hoy, con el deceso de una dama, se agiganta una generación de panistas que eran una sólida, férrea y honesta oposición, y que las nuevas generaciones han ido perdiendo el lustre y el pudor conforme se alcanzan más y mayores posiciones de gobierno.
En el PAN de hoy, la decencia pareciera ser incómoda y pesada, pareciera decirnos que siempre ha sido un error vivir una vida de justa medianía, pareciera que la lealtad se ha convertido en patrimonio de grupos que operan con una sola conseja: repartirse el botín.
Panistas de hoy y de ayer que sólo querían alcanzar el contrato, el empleo, el hueso. Convertirse en burócratas del partido alejados cada vez más de la vida política real que sólo es para servir y de ahí regresar a ser ciudadano de nuevo. Tiempos de nostálgicos ingenuos, dirán. Sin embargo, los pillos de azul y blanco no distan mucho de aquellos otros que se robaron el verde y rojo para sus logos, o los amarillos de un sol que sólo alumbra a unos cuántos que, hay que admitirlo, sólo representan a una izquierda falsa cuya visión de igualdad y de justicia social sólo está en su discurso.

Honremos la vida de quienes han vivido siendo ejemplo, de quienes han sabido decirnos a tiempo que nos equivocamos, que nos han mostrado el camino que se debe retomar y del que a diario se alejan quienes hoy, por desgracia, no son ciudadanos de ejemplo sino simples políticos profesionales en busca del siguiente cargo, del siguiente presupuesto, de la manera de cómo torcer la ley y la autoridad para sacar provecho.

Hoy, se agigantan las figuras que han desaparecido: Carlos Castillo Peraza hace poco y Don Víctor Correa Mena hace más, pero cuyos legados se engarzan con el de una mujer que supo ser ejemplo no sólo de familia sino de ciudadana.

Descanse en paz Sarita Mena, pero que no descanse nunca su convicción de trabajar por un México mejor, por un Yucatán más justo y por autoridades con calidad moral. Así sea.

José Francisco Lopez Vargas
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