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Como si no hubiera pasado nada

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas.

El pánico escénico de muchos de los actores políticos hiciera parecer irreversible el triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, en 90 días de campañas todo puede suceder y López Obrador sería el responsable de una desesperada operación para evitar su triunfo.

Luego de cenar con López Obrador, los responsables de Bancomer se mandaron un mensaje que publicó la semana pasada Carlos Loret de Mola: “El consenso es homogéneo: ya nos llevó la Chi…ada. Y perdón por la expresión. Salimos HORRORIZADOS del Peje. Lo poco o mucho que cada quien pueda hacer para revertir esto, es el momento ahora para hacerlo. Si no, lloraremos como maricas, lo que no supimos defender como hombres.

“Palabras como economía mixta, plebiscitos cada 2 años, cambios estructurales después de los 2 primeros años, darle una oportunidad por buscar consensos a Napoleón (Gómez Urrutia), los líderes de los maestros, etc., parar las obras del AICDMX (nuevo aeropuerto de la Ciudad de México), las escuchamos HORRORIZADOS. Esta amenaza ha pasado de ser esto, una amenaza, a casi una realidad”.

Pero ni esa posible realidad pareciera que activara el plan B. Me explico. Las leyes actuales podrían ser susceptibles de interpretación para que el nuevo presidente las aplique a conveniencia, pero sobre todo designe a quienes no harían nada más que rendirle pleitesía al nuevo poder y ejecutar al pie de la letra sus deseos.

Como nunca, el horror de regresar a un país que ya vivimos no está siendo lo suficientemente convincente como para evitar que el voto del odio, de la revancha y de castigo pudiera predominar. Es natural, no todos lo vivieron, no todos lo padecieron.

A muchos se les ha olvidado el episodio de cuando un jefe de gobierno intolerante, no sólo descalificó a una sociedad que se manifestó por la falta de seguridad en su gestión sino que recurrió al fácil recurso de acusarlos de “pirrurris” para minimizar ese plantón de más de 1.2 millones de personas vestidas de blanco y en silencio.

A otros no les han mostrado los vídeos de la corrupción que reinó en la ciudad de México durante su gestión en la que sus colaboradores no sólo recibían dinero para autorizar permisos y concesiones sino que fueron exhibidos recibiendo fajos de miles de dólares de un empresario que los videograbó.

¿Qué diferencia hay entre un candidato presidencial que lo mismo desestima esas denuncias, que las califica como un compló y que vuelve a postular a esos mismos personajes sin importarles su fama pública y privilegia su “lealtad” y sumisión?

López Obrador no deja de ser fundacionalmente un priista de viejo cuño. Como el viejo régimen, López privilegia a los de peor fama: Bartlet, Gómez Urrutia, Bejarano, Padierna igual que el PRI recicla a los Gamboa, las Paredes, los Moreira o los Fidel Herrera. ¿Cuál diferencia?

El hartazgo social nos llevará a un país que ya conocimos y que no dio resultado: la matanza de Tlatelolco como consecuencia de la crítica y la censura a un gobierno cerrado; la matanza del Jueves de Corpus para quienes no habían entendido el mensaje. Y luego el enriquecimiento inexplicable, las deudas a todo lo que dan, el país sin reservas y en crisis, una y otra vez, menos para los privilegiados, para los burócratas de primer nivel. El nepotismo y el saqueo antecediendo las lágrimas de cocodrilo, o de perro, como se prefiera, pero todos pagando los platos rotos, igual que en el error de diciembre de 1994. Más de 50 años de crisis gracias a políticas económicas fallidas que sólo empezaron a funcionar en el nuevo siglo, pero que no han sido suficientes para todos.

Andrés Manuel está fundando el nuevo PRI, ese que él sólo conoció en relatos y del que siempre quiso ser candidato a gobernador, a presidente.

Para él, como después de la Revolución, hay espacio para todos en su partido: tirios y troyanos, católicos y evangélicos, pobres y multimillonarios, ricos y depauperados, y todos ellos redimidos por su regazo, por su bendición, por su figura impoluta y redentora sin condición…, bueno sólo una: reconocerlo como su salvador, ese del que habla su religión que está por llegar.

El México del nuevo siglo aspira a que regresemos a los 50´s y 70’s aplicando las políticas económicas de ese México que ya no existe. Que cambió para adecuarse a un nuevo entorno mundial, ese que también cambió y que sigue cambiando con el Brexit y con el nuevo Tratado de Libre Comercio.

Pensar que López Obrador cambiará en verdad al país es un buen deseo que no tiene nada que ver con su pensamiento errático o sus dichos para enganchar, aunque sea con engaños.

Por desgracia, quienes hoy son el gobierno, la visión no los obliga a pensar que es el momento de hacer instituciones independientes, instituciones que dejen de depender de la orden de un mesiánico, de un sujeto que ve todo sólo desde su propia óptica porque nadie se atreve a contradecirlo aunque sus huestes luego salgan a lapidar en público al profanador del pensamiento verídico, como le pasó a Alfonso Romo con Paco Ignacio Taibo.

Han pasado más de 30 años de cuando inicié mi vida periodística y entendí cómo era el intentar cambiar a México, los sacrificios que ameritaba, las tentaciones que traía, las decisiones que quizá afectarían para siempre a mi familia. En esos días, nunca imaginé que la lucha del ´88, o la del 2000 nos llevaría hoy a estar al borde de repetir todo de nuevo. Sólo que ahora de nuevo nos hablan de los 50´s, de los 60´s y con ellos es imposible no recordar a Díaz Ordaz, a Echeverría Álvarez y con ellos su atropello consumado también por López Portillo y el fracaso de De la Madrid en un país sumido en la anarquía, en la desesperación, en la economía fallida con inflación de 4,030% y una devaluación de 3,100%, pagando los excesos de otros sexenios.

¿Seguro que nadie puede hacer nada por evitarlo?

José Francisco Lopez Vargas
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