De Ser a Ser, por: Santiago Heyser.
Recién hablamos de la posibilidad de que mentir sea
inherente a la naturaleza humana;… como también lo sería: ¡el justificarnos!
Repetimos definiciones del diccionario: mentir es “decir o manifestar lo
contrario de lo que se sabe, cree o piensa”, mientras que engañar es “hacer
creer a alguien que algo falso es verdadero”, en ambas, lo que se pretende es
distorsionar la realidad por una razón o motivador. El punto es que por
diferentes razones y motivadores, parece ser una práctica común el mentir o
engañar, lo que tiene una razón de ser: queremos o deseamos algo, un bien o un
resultado, que no coincide con la realidad, lo que nos vuelve ingeniosos y
usamos el subterfugio de mentir o engañar, muchas veces disfrazado de tal
manera que nos podamos justificar con nuestra molesta, insistente e incómoda
conciencia, engañándola (autoengaño) al evadir nuestra responsabilidad con el
engaño, pretendiendo convencer y convencernos de que no mentimos o engañamos,
no expresando abiertamente la mentira; de ahí que busquemos diferentes formas
de “hacer creer a alguien que lo falso es verdadero” de diferentes formas y
maneras, por ejemplo: Mentimos por omisión, al guardar silencio cuando
debiéramos de comunicar algo, como mentimos al exagerar, al decir verdades a
medias (que son mentiras completas) o cuando presentamos una imagen
distorsionada de nosotros, de un objeto o de un evento, que sabiendo que no es
la verdad o la realidad, dejamos que se interprete como tal.
Podemos justificar la mentira o el engaño a terceros, lo cual
generalmente no es bueno; pero, cuando se pretende el autoengaño, justificando la mentira, la trampa o el
engaño, dejamos de tener conciencia, palabra y valor como persona de bien; por
eso creo que la más dañina de las mentiras es la que nos decimos y creemos
nosotros mismos, normalmente lo hacemos con justificaciones o racionalizaciones
que nos sirven como argumento para autoconvencernos (nos hacemos tontos solos),
lo cual impide que veamos nuestra propia mentira. Esto sucede cuando, nuestras
ideas y conceptos se validan a sí mismos de forma automática, pero en el fondo
no somos realmente conscientes de que lo hacemos, de nuestros procesos mentales
y emocionales, y terminamos funcionando en “modo automático” y/o de forma visceral
para nuestra conveniencia.
Un amigo de la infancia enfermó de cáncer, el médico le dio poco tiempo
de vida; él no quería morir. La familia decidió no revelarle su gravedad y lo
inminente de su muerte. Tuve la oportunidad de visitarlo una semana antes de su
muerte, él estaba animoso, platicaba del futuro, de lo que haríamos cuando
saliera del hospital; tuvimos una buena reunión de remembranzas y planes,
reímos con las anécdotas. Finalmente murió sin saber que iba a morir y tuvo
esperanza hasta el final, sus últimos días fueron razonablemente tranquilos. La
experiencia me dejó reflexionando sobre la ética de ocultarle (mentirle) su
gravedad y muerte; ¿fue correcto?, a toro pasado diría que sí, al no querer
morir, de saberlo, mi amigo hubiera pasado sus últimos momentos angustiado o
desesperado y nada hubiera cambiado, salvo el drama, llanto y más sufrimiento. Por
otro lado, existen personas a las que no les gustaría que les ocultaran la
gravedad de una enfermedad o la inminencia de la muerte, es decir, no les
gustaría que les mintieran,… en este tipo de situaciones lo relevante es que
cada caso es diferente y depende de posiciones personales ver la mentira como
algo positivo o negativo. A lo mejor vale la pena hablar sobre la mentira y el
engaño con nuestras relaciones cercanas y conocer sus opiniones respecto a
distintos escenarios.
Otra historia que nos puede servir de referencia para explorar puntos de
vista opuestos, es la de Juan, padre y esposo, quien tuvo una aventura en un
viaje: tomando una copa en el bar del hotel, una mujer se le insinuó, iniciaron
charla y terminaron en la habitación. Juan nunca le compartió a su mujer la
aventura, le ocultó el hecho. Hoy Juan sigue unido a su familia, cumpliendo su
rol de esposo y de padre. Ocasionalmente imagino: ¿qué hubiera pasado si Juan
le comparte a su esposa la aventura que tuvo?; quizás heridas permanentes, quizás
divorcio. Su perspectiva fue que la aventura fue nada, el amor no entró en
juego, solo nuestra humanidad, ¿tendría en este contexto algún valor o
beneficio haber compartido lo sucedido y ser honesto?, hay quien piensa que no,
sobre todo si se compara con la buena vida que Juan, su mujer e hijos han
llevado. La otra cara de la moneda, es que hay quienes consideran que la mujer
de Juan tiene el derecho de saber la verdad y tener la opción de evaluar el
nivel de relevancia para ella respecto de lo que hizo Juan en su viaje y a
partir de ahí, decidir si quiere seguir viviendo con él.
Lo que parece ser una constante es que cuando hay mentiras y/o engaños,
generalmente son percibidos como algo negativo, las personas en general nos
sentimos traicionadas y terminamos teniendo conflictos; a lo mejor lo que queda
es conducirse con transparencia como norma general y evaluar con atención y
cuidado cuando una mentira o engaño puede ser “necesario” o algo “positivo” y
comprender que de cualquier forma la otra persona puede percibirlo como
negativo, en cuyo caso tendremos que aceptar las consecuencias … ¡Así de
sencillo!
Un saludo, una reflexión.
Twitter: @SantiagoHeyser
Correo: sammy.heyser@gmail.com


