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Guillermo Vazquez Handall
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La desesperación de Anaya.

Por: Guillermo Vazquez Handall / Twitter@vazquezhandall

Aunque Ricardo Anaya, quien da la impresión de haber tomado varios cursos de comunicación política y asertiva, así como de expresión oral, quiera mantener una imagen de confianza y control de la situación, la realidad es que ya se volvió presa de la desesperación.

Anaya pudo haberse destacado en la parte teórica de la materia, respecto de difundir una presencia de autoridad, sin embargo pareciera que el alumno se sobrepasó en la dimensión del contenido de las lecciones.

Primero, porque en la práctica, ese aprendizaje de nada le sirve cuando la rebelión de las figuras más prominentes de su partido, independientemente de a qué grupo pertenezcan, exigen su renuncia a la presidencia nacional del partido.

En segundo plano, porque después de los reclamos derivados del uso y, según muchos de ellos, el abuso de las prerrogativas que conllevan ocupar la dirigencia del PAN –usándolas para impulsar su candidatura presidencial-, ahora también la militancia está manifestando su rechazo, junto con el  escándalo que pone en entredicho su situación financiera personal derivado de la estancia de su familia en los Estados Unidos.

Esto ha resultado que el dirigente blanquiazul atraviese el momento de mayor debilidad de su presidencia, lo que implica que la profunda división interna que él mismo fomentó, se convierta en el elemento esencial de un desgaste, que sugiere sino el final de su mandato, si al menos una carencia absoluta de autoridad.

Aunque Anaya persista en su intención de mostrar un talante de superioridad, la animadversión en su contra va en aumento de manera exponencial, al grado incluso de que aún suponiendo que los argumentos que usa en su defensa fueran genuinos, la sensación entre sus correligionarios es de incredulidad y de antipatía.

La delgada línea entre un comportamiento que pretende ser firme y la soberbia le ha granjeado un halo de arrogancia que a estas alturas le será imposible de eliminar.

Arrinconado por la crítica, la cual no ha servido para un cambio de actitud, sino por el contrario para incrementar su petulancia -que ya raya en la pedantería-, lo está llevando a intentar distraer la atención del problema cardinal.

Como parte de una estrategia dilatoria, le ofreció a Margarita Zavala que ella también participe en los spots propagandísticos que corresponden al partido, según él para emparejar el piso, y porque eso abonaría a la fortaleza de la imagen del PAN.

Por otro lado, acusa abiertamente al gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, de haber sido el autor intelectual y material de la publicación de la información que da cuenta, tanto de la estancia de su familia en Estados Unidos como de los costos que eso implica, pero en realidad lo que pretende en ambos casos es ganar tiempo, evitar que el clamor que se alza demandando su separación de la presidencia panista y que éste se aminore e incluso se diluya.

El problema para Anaya es que la situación es mucho más compleja que intercambiar anuncios publicitarios o comenzar una batalla de acusaciones, ya que con ello no equilibra nada.
 
El aprieto consiste en mantener la dualidad como dirigente y aspirante presidencial, no sólo por incompatible, más bien por el hecho de que esa es la causa del rompimiento interno y finalmente lo que produce es un deterioro para todo el panismo y sus aspirantes presidenciales.

La queja de sus rivales está orientada a que su errático comportamiento va generando un repudio tan amplio, que cuando llegue el momento de la elección en el 2018, sea quien sea el abanderado blanquiazul, no podrá solventar el daño.

La complejidad de la coyuntura no radica en los nombres de los precandidatos, de su arraigo entre los afiliados y los grupos que los apoyan -ya ni que hablar de su posicionamiento en relación con los precandidatos de los otras fuerzas políticas-, simple y sencillamente es de la circunstancia en sí.

Anaya está lacerando el valor fundamental que ha mantenido la cohesión del panismo a través de toda su historia, la democracia interna, tal vez no sólo su rasgo más distintivo, probablemente el único que hoy podría otorgarle una ventaja frente a sus demás competidores.

Precisamente por ello, las expresiones emanadas de muy diversas corrientes coinciden en que el perjuicio que Anaya causa va más allá de la posibilidad de que éste alcance la nominación, infiere un detrimento para todo el panismo en su conjunto.

Esto nos permite concluir que Ricardo Anaya está desesperado, aperturando todavía más frentes en su contra, apresurando su propia caída.

Como hacer lo más sencillo muchas veces resulta ser lo más complicado, en su agenda no se observan planteamientos de solución, empezando por definir cuál será su postura asumiendo una responsabilidad, que es por demás obligada, y a contra lógica se muestra exasperado, desacertado y muy pero muy desorientado.

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