Por Guillermo Vázquez Handall
Con el tiempo que ha transcurrido de la administración del presidente Peña Nieto se pueden ir estableciendo diversos criterios de su desempeño, quizá todavía falte para definir un juicio final que termine por ser concluyente, porque siempre queda la esperanza de que en lo que resta de su mandato algo se pueda mejorar.
Sin embargo, bien se podría afirmar que este periodo de su sexenio se ha caracterizado por la mala suerte y, por supuesto, por el concepto que él mismo ha definido como mal humor social, sin demerito de que éste no ha sido gratuito y ha sido provocado precisamente por actitudes y acciones propias y de los miembros de su equipo de trabajo.
Si bien es cierto que la sensación negativa colectiva que impera en la sociedad es producto de una mezcla de la mala suerte y los errores, y que estos no sólo le corresponden al gobierno y a su partido, porque no son exclusivos del priismo, por su posición el saldo se le carga en mayor medida.
Aunque el efecto del fenómeno influye en igual medida, es importante diferenciar la mala suerte de los factores que constituyen el llamado mal humor social que, hay que apuntar, es una definición que se queda corta.
La mala suerte, en todo caso, ha sido circunstancial y se circunscribe a los acontecimientos externos, los de carácter internacional, que necesariamente tienen un impacto superlativo en nuestra economía y, por ende, en el nivel de vida de los mexicanos, como la crisis financiera mundial, la baja de los precios del barril del petróleo y en recientes fechas la salida del Reino Unido de la Comunidad Europea.
Estos acontecimientos fueron y siguen siendo un obstáculo mayúsculo en contra de las proyecciones de crecimiento, la reducción de los precios del petróleo particularmente en el rubro que se refiere a la reforma energética.
Ahora bien, con todo y que estos efectos negativos limitaron considerablemente la planeación gubernamental y sus inversiones, tampoco se puede pretextar que por esa causa las cosas no han salido bien; la mala suerte es solo una parte del espectro integral.
Porque el listado de los elementos que han contribuido al malestar generalizado es muy grande y, peor aún, se enlazaron entre sí para provocar una especie de efecto en cadena.
En resumen, habría que decir que las reformas constitucionales propuestas por el Poder Ejecutivo fueron la mayor parte de ellas correctas, como parte de una transformación necesaria que el país requería para afrontar los retos de la modernidad, como la educativa y la energética, principalmente.
Pero la primera generó disturbios que el gobierno no ha sido capaz de afrontar, sobre todo por una actitud contradictoria que, por un lado, exige el cumplimiento de la ley, mientras que por el otro es omiso en otras de sus partes.
En el caso de la energética, los beneficios no solo no han sido tangibles, más allá de la disminución del precio del barril del petróleo que, para empezar, redujo el ingreso del gobierno, tampoco ha sido la panacea a través de la cual se ofreció bajar los costos de la gasolina y la luz eléctrica.
Ni que decir de la conducción de las políticas fiscal y económica, que se han convertido en el lastre más pesado, tanto por su fondo como por su forma, estableciendo un sistema operacional en el ánimo de captar más recursos, que finalmente ha terminado por propiciar lo contario.
A lo anterior entre otras cosas habría que sumar la mala administración y ejecución del gasto público, pero de manera muy independiente un aspecto que ha sobresalido y por mucho por encima de los que se relacionan con la administración del gobierno.
Estamos hablando de la corrupción y la impunidad, que aun cuando no son una franquicia exclusiva del gobierno o del priismo, hoy se han convertido en su principal y más grande fuente de desprestigio, no solo por la exposición de actos específicos de corrupción, sino por la sensación de que no se le quiere combatir, incluso que a pesar de la exigencia ciudadana, el régimen intenta a toda costa darle la vuelta al asunto de forma que se mantenga el margen para la impunidad.
Visto así, cuando falta poco más de dos años para el término del sexenio, esta administración está en el camino de pasar a la historia como el gobierno de la mala suerte, pero sobre todo del mal humor social.
Al gobierno le ha faltado operación política, autocritica y voluntad para enmendar errores y situaciones, porque se le podría perdonar que no alcanzara los niveles de crecimiento que pronosticó, debido a los efectos externos imponderables, eso sí le podría facturar a la mala suerte de la coincidencia de tiempo, pero por supuesto que en los otros temas que son de su absoluta responsabilidad, no.
Políticamente esto pone en entredicho el futuro del priismo, porque de este retorno al poder se esperaba mucho, esta reedición no ha sido su mejor expresión y eso supone que su margen de competencia se puede deteriorar a grados catastróficos para su causa.
Esto no infiere que las otras opciones sean mejores; sin embargo, el desgaste sufrido en esta oportunidad puede ser un parteaguas para su futuro. Queda tiempo para corregir, falta ver si habrá voluntad para hacerlo.
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