Por: Guillermo Vazquez Handall.
Durante el transcurso
de la campaña por la gubernatura del Estado de México, gran parte de las
opiniones se inclinaban, al menos en el análisis e independientemente de sus
deseos individuales, a favor de la derrota del PRI y el triunfo de Morena.
Los argumentos apuntaban
hacia ese eventual resultado con base en el desgaste de los gobiernos federal y
estatal priistas, la corrupción, la impunidad, la inseguridad pública, pero
sobre todo a la influencia de la figura protagónica de López Obrador en los
comicios mexiquenses.
Sin embargo, si la
elección del Estado de México sirve como elemento de estudio, por lo que
finalmente sucedió, y por lo que implica en función de la sucesión
presidencial, en este momento es imposible garantizar anticipadamente una
conclusión.
López Obrador utilizó la
candidatura de Delfina Gómez, más que para derrotar al priismo, para realizar
un examen de su propia fuerza personal y popularidad. El corolario no sólo deja
claro que cometió muchos errores, sino que a pesar de la percepción ni ha
ganado la Presidencia, ni es invencible.
De tal suerte que si el
Estado de México fuera un espejo de la situación nacional, la realidad es que
López Obrador demostró cuál es su tope, cuáles son sus cualidades y que éstas
no pueden ni se deben confundir con virtudes.
Seguramente su peor
falta es el desdeño a las alianzas, porque de otra forma la izquierda en
conjunto hubiera logrado la mitad de los sufragios y la narrativa hacia el diez
y ocho hoy sería muy diferente.
El menosprecio hacia el
PRD no sólo le resultó costoso, sin proponérselo le brindó al sol azteca una
oportunidad de crecimiento extraordinaria, que ahora lo coloca en una posición
de ventaja que hace sólo dos meses nadie podría haber presagiado.
No sólo queda claro que
Morena no suprime ni suplanta al PRD, sino que la alternativa de izquierda
tendrá dos vertientes, pero con la diferencia de que mientras Morena se
sustenta en el radicalismo y el autoritarismo de su líder, el PRD oferta un
escenario de mucha mayor flexibilidad.
Esto por supuesto
cambia las cosas completamente, el PRD que estaba muy cercano a su extinción
ahora es el fiel de la balanza, el aliado más atractivo para cualquier otra
fuerza política.
Lo que supone que si
continua el interés de crear una coalición con el PAN, la negociación a partir
de ahora tendrá que ser entre iguales, porque aunque Ricardo Anaya, con la
arrogancia que le caracteriza insista en que en estos comicios el ganador fue
su partido, la realidad es que es totalmente al contrario, el vencedor fue el
PRD y el derrotado el PAN.
Si sumamos los votos
que obtuvieron por su cuenta PAN y PRD en las recientes tres elecciones para
gobernador en Coahuila, Nayarit y Estado de México, vamos a encontrar que la
diferencia a favor de Acción Nacional es de apenas unos cuantos de miles
solamente.
Esto los coloca a ambos
casi en un empate en el tercer lugar, por debajo de Morena y sobre todo a la
mitad de distancia del PRI, que le sacó a cada uno el doble de sufragios.
Lo que deja como
conclusión que el PAN de Anaya perdió por completo la oportunidad de instalarse
como el segundo competidor en la sucesión presidencial.
La batalla por la
presidencia será entre dos, López Obrador y el candidato que designe el PRI,
incluso pensando que si se plantea un llamado al voto útil para derrotar al
tabasqueño, este será a favor del Revolucionario Institucional como sucedió en
el Estado de México.
A pesar de la
perspectiva negativa en su contra, el dinosaurio priista está vivo y coletea
con fuerza; sería una omisión de cálculo descartarlo. Primero, porque una vez más
demostró su enorme capacidad estructural y operativa, pero sobre todo porque al
menos después de este ejercicio, la sociedad lo escoge como el rival capaz de
enfrentar a López Obrador.
Esta reflexión no
induce a pensar que el priismo pueda echar campanas al vuelo, por el contrario,
su debilitamiento es brutal, le urge hacer cambios en materia de políticas públicas,
comportamiento de sus actores y el recambio de sus figuras.
Lo que no omite el
hecho de reconocer que por su tamaño y fuerza, en términos pragmáticos, es la
única formación política con el volumen nacional para ser la opción contra
López Obrador.
El PAN atraviesa por su
peor época de división interna, muestra de ello el saldo que obtuvo en las tres
elecciones referidas, mientras que aun cuando el PRD recibió una bocanada de oxígeno,
tampoco le alcanza para ir solo, en todo caso será la manzana de la discordia.
El hecho es que la
percepción y perspectiva que con tanta insistencia se ha querido implantar como
tendencia dogmática, no sucedió como se anunció, los porcentajes de
participación ciudadana se mantuvieron en sus márgenes históricos.
El hartazgo social que
muchos pensábamos era colectivo, no es exclusivo en contra del gobierno y su
partido, se aplica en igual medida a todas las fuerzas políticas.