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Crí-Crí y la corrupción

Raul Arceo Alonzo
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Los que tuvimos la oportunidad de crecer con las canciones de Crí-Crí no olvidamos aquel álbum de diez discos que entre canción y canción, Manuel Bernal –el Relator de América- contaba una historia para enlazar la siguiente canción. Uno de esos relatos inolvidables nos cuenta un viaje de Crí-Crí a Gandia, un país en el que la Cleptomanía era tomada como virtud. Desde su llegada a Crí-Crí le roban el violín, los zapatos y todo lo que llevaba encima. Su enojo fue tal que acudió al presidente del país, el cual lo invitó a un convite acompañado de sus ministros y “varios aduladores titulados”. En dicho ágape, el presidente le bailó al vecino de la derecha el reloj, la cartera y la pluma; al mismo tiempo el despojado se dio maña en volarle al siguiente comensal objetos semejantes. El tercero hizo lo propio con un cuarto. Y así iban los hurtos recorriendo solapadamente el círculo de la mesa; era de suponer que, a los postres, los objetos habrían dado la vuelta completa, retornando a su poseedor original. Pero Crí-Crí estaba causando interferencia en la rueda; como él no quitaba nada, ni tenía nada que le quiten, el ágape tomó un cariz desagradable. El presidente le espetó: “Está usted interrumpiendo nuestra digestión. ¡Le concedo una hora exacta para salir del país, so pena de ir a la cárcel por babieca!”.
Aunque el relato anterior, seguro era una crítica velada de Gabilondo Soler a la cultura de la corrupción en esa época –los 50s y 60s-, este país en el que exageradamente se llega a elogiar la cleptomanía cada vez se parece más al México actual, en el que casi todos los actores políticos de todos los partidos han hecho suyos los postulados de que “el que no tranza no avanza” y “un político pobre es un pobre político”.
Es irónico que en estos momentos en que nuestro país tiene regulaciones e instituciones para combatir la corrupción como nunca antes, todos los días nos amanecemos con algún personaje de la vida pública o empresarial “cachado” in fraganti en un acto de corrupción. De “botepronto” nos vienen a la mente los casos de corrupción de los ex gobernadores de Veracruz, Quintana Roo y Chihuahua; los vídeos de la ex diputada de MORENA recibiendo “apoyos” para la campaña; y los concursos amañados en Caminos y Puentes Federales (CAPUFE), por dar unos ejemplos. Lo malo es que al igual que en el hipotético país de Gandia, la corrupción se nos hace normal y en vez de que haya acciones contundentes contra la corrupción, la sociedad se ha acostumbrado a vivir con ella e incluso a “sacarle raja” ante la aparente inutilidad de combatirla.
Esa corrupción tan lacerante que denunciamos en las redes ya tiene carta de residencia entre nosotros y en ella participan no sólo la clase política y los servidores públicos sino también los empresarios, los medios de comunicación y la población en general, con mayor o menor intensidad e interés. Un ejemplo reciente es el episodio de la confrontación de comunidades enteras de Puebla por la defensa de las bandas de ladrones de gasolina. El robo de gasolina genera un daño patrimonial a PEMEX y al país de 30 mil millones anuales.
La preponderancia de los partidos para obtener el poder y mantenerlo a costa de los que sea, los ha llevado a tener como estrategia principal el derroche de dinero para la compra del voto, de manera explícita o velada. Con la premisa de que “las campañas cuestan”, los candidatos y sus comités de financiamiento comprometen obras y servicios municipales, estatales y federales, o bien reciben dinero de procedencia dudosa o ilegal que luego será deberá ser retribuido no siempre de manera transparente y lícita.
Responder la pregunta de quién es el responsable de la corrupción, tal vez no sea tan importante de quién le puede poner freno a la corrupción. Me queda claro que es el gobierno. La campaña impulsada por COPARMEX con el lema “Yo no doy mordida” no tendrá impacto si el gobierno no lanza una que diga “Yo no acepto mordida”. Es el gobierno y los funcionarios públicos los que pueden marcar el ejemplo y los que más recursos manejan. Son los funcionarios públicos de más alto nivel los primeros que tienen que dar el ejemplo, supervisar la actuación de sus colaboradores y denunciar los actos de corrupción. ¿Será que como dice el presidente Peña “la corrupción es algo cultural”? ¿Estamos destinados a vivir como los habitantes de Gambia tranzando a los demás so pena de ser babiecas?

Raul Arceo Alonzo
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