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Cuando el pasado nos alcanzó

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas

El pasado regresó a México de mano de una nueva versión del PRI
reencarnado en Morena.

Hartos de una clase política que abusó de su condición, los
mexicanos decidieron que Andrés Manuel López Obrador fuera el nuevo presidente
de la República. Y para validar su enojo, los mexicanos votaron con
contundencia para regresarnos al país de un hombre con poder único, con
Congreso sumiso. Sin contrapesos en el gobierno y con un poder judicial que no
tardará también en renunciar a esa autonomía que casi nunca logró.

Pero los mexicanos constataron que las instituciones que mandaron
al diablo en el pasado si funcionan, que cuando la gente sale a votar no hay
poder político que se resista y menos que pueda cometer fraude.

Poco pudieron hacer los gobernadores que se resistían. Guanajuato
no tuvo dudas y ratificó su panismo, la ciudad de México sólo aligeró su cambio
a quienes ya conocía y en Yucatán, como en los viejos tiempos, la autoridad
electoral ha sido incapaz de poner orden mientras PAN y PRI se dicen ganadores
de una elección en la que el máximo documento expuesto es una aproximación de
resultados con el 75 por ciento de los votos computados. ¿Y el PREP?

Treinta y siete años después, el columnista pareciera estar donde
empezó: un congreso sin equilibrios y completamente afín al presidente y
congresos locales no sólo contrarios a los gobernadores –cómo debería ser- pero
acordes con el Ejecutivo Federal en una suerte de espada de Damocles, pendiente
del cuello de los gobernadores panistas y priistas para impedirles los excesos
y que reediten su fortaleza en la Conago.

Un presidente onmi presente para controlar a todos sin que a él lo
controle nadie y precisamente una sociedad civil hoy más que nunca sólida y
expectante, vigilante de sus órganos de gobierno aunque el presidente electo
aún candidato la despreciara y dijera que ha abusado, que no le tiene
confianza.

Quizá cuando lea usted estas líneas ya sepamos que sucederá en
Yucatán con dos candidatos que se alzaron con la victoria sin poder acreditarla
con actas de escrutinio, con un PREP que falló para lamento de todos y con un
priismo demudado que no supo cómo enfrentar una crisis que se le salió de
control mientras los panistas se subían a la derrota nacional de un priismo
relegado a tercer lugar.

El PAN no acreditó con fortaleza su victoria, el PRI tampoco se la
rebatió y tuvo que salir un gobernador que se había mantenido, al menos
públicamente, al margen de la campaña y de la elección aunque él fuera el
responsable de garantizar los resultados. El martes por la noche, ante la
incertidumbre y los amagos de unos y otros, salió a garantizar lo que ya era
tema de dudas por la ausencia de información oficial.

¿Y el IPEPAC? Todavía más en duda cuando la hermana de la
presidenta fue la principal recaudadora de fondos para uno de los candidatos.
Cosas menores si nos remontamos a la presidenta del órgano electoral que aceptó
hacer lo que Don Víctor, el candidato del PRI, le ordenara, allá en los finales
del siglo pasado.

Mientras López Obrador modula su discurso, llama a la
reconciliación, sus huestes hacen lo que ya sabíamos harían: agreden, lesionan,
desconocen resultados y se exhiben como lo que realmente son. Pareciera que el
triunfo contundente no es suficiente para saciar la sed de revancha, los deseos
del desquite, de la humillación del contrario…

Es como si todos los malquerientes de alguien más tuviera la
oportunidad de cobrársela.

Y mientras todo se aclara, mientras todo sigue su curso, Andrés
Manuel se transforma y cambia su discurso. Se le desconoce, se le ve ecuánime,
como si la victoria al fin le devolviera la calma, esa que no encuentran los
priista ni los panistas.

Esa calma que tampoco tiene la chiquillada hoy a punto de perder
su registro a pesar de haberse aliado con el ganador…

Y en el PRI la patadas bajo y sobre la mesa. Nadie tiene la culpa,
todos tienen la receta para la resurrección, como si nadie fuera el responsable
de haber robado todo, todo el tiempo, todo cada vez que pudieron…

Y Anaya, el presidente del PAN, quiere regresar a dirigir el
partido que él fracturó, ese que él se repartió con quienes, en debacle, los
vieron como el salvavidas de la salvación sin importa la ideología, sin
importar más que rescatar lo rescatable.

Anaya quiere regresar a dirigir un PAN que él sometió hasta la
ignominia y hasta la vergüenza de bajar sus banderas en Jalisco porque el
candidato de Movimiento Ciudadano, ganador –claro- con los votos de los
panistas, no les reconoce el apoyo. Incluso, lo desdeña y hasta lo ofenden.

Así, mientras el PRD se desgrana a la vista y en silencio
reconociendo que sí pueden ser serviles a quien ellos mismos sacaron del
partido para no doblegarse ante él, terminan desapareciendo una siglas que, 30
años después, dejaron de servir a esos priistas que no les tocó gobernar, a
esos de izquierda que sólo querían llegar al poder por sus principios, por sus
ideales, esos que se diluyeron con el ejercicio del poder.

Pocos realmente congruentes, pocos realmente envidiables por sus
convicciones, por sus principios…

México en reconstrucción, México… ayyy México…, tantos años
deseando una democracia para que al tenerla terminamos regresando de nuevo a un
presidente que sólo sus deseos se cumplen sin chistar, sin oposición real.
Veremos.

José Francisco Lopez Vargas
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