Sobran los motivos, por: Jordy R. Abraham.
JordyAbraham@gmail.com / @JordyAbraham
Una
de las satisfacciones más gratas de la vida se obtiene al ayudar al necesitado
de manera incondicional sin esperar nada a cambio. Nace el impulso por dar
desinteresadamente cuando asumimos el compromiso de ser entes solidarios. Este
atributo debe regir nuestro actuar como seres humanos iguales en derechos y
dignidad.
La
empatía es fundamental para generar una conciencia colectiva que permita
percatarnos de la obligada interconexión que media entre todas las personas.
Solo si logramos comprender este concepto tan elemental pero tan profundo,
podremos ser desprendidos y trascender hacia la vocación de servicio al bien
común. Quienes sucumben ante la frivolidad y la arrogancia, no son capaces de
observar estos aspectos, pues se encuentran cegados por el egoísmo. Estos
individuos difícilmente apoyarán a sus semejantes, a no ser que puedan ser
retribuidos en consecuencia.
La
nobleza propia de apoyar a los que lo necesitan es sincera y transparente,
porque es motivada por los ideales más esenciales que nos hacen humanos. Ahora
bien, no se requiere ser un gran empresario o un multimillonario para ser
generoso con los desfavorecidos. Es cierto que ha habido notables filántropos a
lo largo de la historia, cuya fortuna les ha permitido colaborar con distintas
causas altruistas, demostrándonos que la verdadera plenitud únicamente se puede
conseguir cuando el éxito se emplea para ayudar a otros.
Por
otro lado, en ocasiones aquellos que menos tienen, son los que más dan, pues la
experiencia les otorga una sensibilidad particular que se desarrolla con el
padecimiento de esas carencias que flagelan a los más vulnerables. No hace
falta ser grandes para servir, pero hay que servir para ser grandes. Debemos
estar dispuestos a apoyar permanentemente y no exclusivamente cuando nos sobre
comida o pretendamos deshacernos de ropa que ya no usamos.
Siempre
es buen momento para hacer acciones positivas. Mientras haya hambre y
desigualdad en el mundo, habrá urgencia de actuar por parte de mujeres y
hombres que comprendan el significado de la caridad como motor de la paz social
y del progreso comunitario. Hacer el bien sin mirar a quien, debería ser un
principio rector que produzca una sinergia que incentive la sana convivencia en
un medio fraternal.
Cada
uno es responsable del legado que quiere dejar en el mundo. No se trata de ser
importante o famoso, sino de ser útil para resolver las asignaturas pendientes
del tejido social. Es mejor dar que recibir, porque el contribuir nos llena de
plenitud con lo que se alcanza la trascendencia. Poco o mucho, lo relevante es
contar con la firme convicción
de aportar para bien. San Francisco de Asís alguna vez aseguró: “Comienza haciendo lo que es necesario, después lo
posible y de repente estarás haciendo lo imposible.”.