La Revista

De incongruencias

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas

Le preguntaba a varios apoyadores del actual gobierno el por qué habían votado por Morena y López Obrador.

Las respuestas fueron casi en automático: El gobierno de Peña fue el más corrupto; el más insensible y alejado de la población en años; no pudo combatir la inseguridad y repitió la estrategia del “espurio” Calderón que convirtió al país en un cementerio; siempre protegió a los corruptos y no actuó contra ellos; estábamos hartos de que no hubiera solución a los graves problemas del país; no hubo tolerancia y sí se reprimió a los que eran de diferente ideología y partido; para que no siguieran los fraudes electorales.

Enumerar las respuestas podría llenar muchas páginas no sólo tamaño carta sino planas de periódicos diarios. El hartazgo social se convirtió en una excusa para cambiar al régimen y darle a López Obrador y su movimiento la oportunidad de gobernar el país.

Si López había recorrido el país municipio por municipio desde 2006 y, decía, él sabía gobernar y ponía como ejemplo su paso por el gobierno capitalino, ¿que podía salir mal?, argumentaban sus seguidores.

López ganó en su tercer intento luego de recorrer el país en tres campañas.
Sin embargo, a quince meses de gestión, el presidente del cambio pareciera estar enamorado del gobierno que dijo combatir en 1988 cuando renunció al PRI luego de que no le dieron la candidatura al gobierno de su natal Tabasco.

Político desde los años 70´s, López no tuvo reparos para afiliarse al tricolor a pesar de haber sido estudiante en 1968 cuando la matanza de Tlatelolco, pero renunció al tricolor cuando no lo postuló para candidato a gobernador y lo fue sin éxito por el Frente Democrático Nacional en 1988, un año después de graduarse, cargo por el que compitió de nuevo en 1994 pero también perdió.

Los argumentos del hoy presidente básicamente tienen que ver con su disgusto a partir del gobierno de Salinas, precisamente cuando se le niegan nuevos cargos en el priísmo tabasqueño que llegó a presidir en 1983.
Hoy, como mandatario, López Obrador repite la misma historia de quienes él acompañó en el tricolor desde los años 70´s cuando se afilió a ese partido para apoyar la campaña al senado de Carlos Pellicer. La congruencia no ha sido su constante y eso queda de manifiesto al escuchar sus discursos en las diferentes campañas en las que ha participado.

El que dice que lucha contra la corrupción asigna directamente las obras a empresas sin que haya quien sepa montos y compromisos, cobija a Manuel Bartlett y deja que su jefe de la oficina de la presidencia arrase con el paraíso maya despojándolo no sólo de cenotes que rellena sino del 45 por ciento de su agua.

Hasta ahora sólo el 18 por ciento de los contratos han sido licitados y las compras se han centralizado al extremo de que el presidente habla de ahorro de 200 mil millones de pesos pero alega que no hay dinero para medicinas.

El presidente traicionó su palabra de mandar al cuartel a los militares y no sólo les encargó la guardia nacional sino que hoy realizan obras públicas que tampoco son licitadas y se asignan a empresas de los propios militares. La estrategia contra el narco desapareció y prácticamente ya no se les combate en los hechos.

El presidente López es hoy el más intolerante de los últimos en el cargo y eso queda claro cuando no se atiende a manifestantes, se gasea a presidentes municipales de oposición que le exigen audiencia, se extorsiona a empresarios a los que se les piden entre 20 y 100 millones de pesos para “apoyar” al gobierno embarcado en un tema de austeridad que desatiende temas imprescindibles como salud y educación.

Las incongruencias son de una dimensión que el propio mandatario no matiza: se protege a Bartlett a pesar de haberle descubierto un patrimonio injustificable de bienes raíces, se impone a Rosario Piedra Ibarra en la Comisión de Derechos Humano y ésta impone a John Ackerman en el INE sin importar que ambos sean activistas y dirigentes de Morena, cuando se quejaban de la parcialidad de la autoridad electoral.

El presidente impone porque puede…

Se promueven consultas a mano alzada y hasta una rifa ilegal de un bien de la nación que no es propiedad del gobierno, pero él lo paga. López Obrador es el monumento más representativo de la incongruencia: lo que alegó en otro hoy él lo practica e impone.

López nos dice que cuando lo comparan con sus antecesores eso “calienta”, pero se enoja y grita y amenaza a sus coterráneos en las tierras de Macuspana donde él nació.
No es extraño que en las encuestas haya perdido casi 20 puntos en sus casi 15 meses de gobierno y hoy esté por debajo de lo que lograba Peña Nieto al inicio de su gestión.
El presidente gobierna imponiendo su voluntad, quienes lo conocen saben que sólo se hace lo que él dice y aunque contradiga a su gabinete, él puede exhibirlos y ningunear sus decisiones.

El problema mayor es que la gente a la que habla en sus mañaneras está feliz. Las divierte polarizando, enfrentando a los enemigos invisibles que los mexicanos más pobres siempre han encarado, o deseado encarar.

Por eso el presidente es popular. Los enemigos inventados le gustan a su audiencia, pero cuando la realidad se hace presente, ese mismo presidente pierde los estribos, grita, gesticula, amenaza y se exhibe como es él: el actor principal de su proyecto, ese que no permite que nadie altere, que nadie modifique ni siquiera la realidad, esa terca que siempre se presenta con su balde de agua fría.

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