Columna: “Construyendo”, por: Raúl Asís Monforte González. 27de diciembre de 2025.

Al cerrar 2025, muchos países del mundo enfrentan dificultades para crecer económicamente y generar prosperidad, observamos que el sistema de desarrollo global se encuentra en un punto de inflexión, y esto es especialmente agudo en América Latina y México. Nunca antes habíamos contado con tantos diagnósticos, compromisos, metas y hojas de ruta. Los objetivos están claros, los problemas están bien identificados y las urgencias son ampliamente compartidas. Sin embargo, el avance real sigue siendo desigual. La razón es incómoda, pero evidente, la ambición o el deseo de un cambio, por sí solos, no mueven la aguja. Lo que verdaderamente transforma es la capacidad de ejecutar de manera colaborativa, consistente y a escala.
Durante años, gran parte del debate se centró en definir qué había que hacer. Hoy, el desafío ya no está en el “qué”, sino en el “cómo”. Cómo traducimos los compromisos climáticos en proyectos que operen, cómo llevamos la transición energética del discurso a la infraestructura, cómo convertimos la sostenibilidad en un factor estructural de competitividad y bienestar. El verdadero reto es construir los mecanismos que nos permitan solucionar los problemas que ya conocemos.
Esto implica, en primer lugar, fortalecer la capacidad institucional. Sin instituciones sólidas, con reglas claras, procesos eficientes y visión de largo plazo, incluso las mejores intenciones se diluyen. La planeación sin ejecución genera frustración, y la regulación sin capacidad operativa se convierte en un obstáculo más que en un habilitador. La institucionalidad es el andamiaje invisible que sostiene cualquier transformación duradera.
En segundo lugar, necesitamos que el capital se mueva a la escala requerida. Los recursos existen, pero no siempre fluyen hacia donde más impacto pueden generar. Para lograrlo, es indispensable reducir riesgos, generar certidumbre y diseñar esquemas financieros que alineen rentabilidad con impacto social y ambiental. El capital paciente, combinado con modelos innovadores de financiamiento, puede acelerar soluciones que hoy avanzan demasiado lento.
La tecnología, por su parte, debe ser vista como una palanca de ejecución, no solo como una promesa futura. Digitalización, inteligencia artificial, análisis de datos y automatización permiten tomar mejores decisiones, reducir costos, anticipar fallas y escalar soluciones. En sectores como la construcción, la energía o la gestión de recursos, la tecnología ya no es opcional, es una condición inequívoca para la eficiencia y la resiliencia.
A ello se suma la innovación basada en la naturaleza, que ofrece respuestas concretas frente al cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Soluciones que restauran ecosistemas, gestionan mejor el agua o fortalecen la resiliencia urbana no solo son ambientalmente deseables, también son económicamente racionales cuando se diseñan con visión sistémica.
Nada de esto será posible sin una cooperación intersectorial genuina. Gobiernos, empresas, academia, sociedad civil y comunidades deben dejar atrás la lógica de silos. La colaboración no es un gesto simbólico, es una estrategia operativa. Requiere confianza, corresponsabilidad y liderazgo con propósito.
Mantengámonos guiados por la creencia común de que la colaboración, la innovación y el liderazgo pueden impulsar un cambio significativo. Juntos, no solo estamos imaginando el futuro, estamos construyendo los cimientos de uno más inclusivo, sostenible y resiliente. Y esa construcción, a diferencia de los discursos, sí mueve la aguja.
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Mérida, Yucatán a 27 de diciembre de 2025
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