Vaya que han corrido caracteres furiosos en las redes sociales con respecto a lo sucedido el pasado sábado en el parque de la Madre. Siento que es uno de los lugares más preciosos de la ciudad. Me encanta la escultura que está ahí por su significado y origen. Y sí, fue vandalizada, de eso no hay duda; sin embargo, tengo muy claras mis prioridades.
La protesta ha estado presente en mi casa en varias ocasiones; en 1992, Don Teyer regresaba a la casa bañado en lágrimas de impotencia y de coraje.
Formó parte de quienes protestaron por la liquidación de CORDEMEX y que terminó en una represión social en la que muchos pseudo luchadores sociales salieron con millonarios acuerdos para la posteridad. La única herencia de ese episodio fue una frase que escuchó de un ejidatario totalmente curtido por años de estar bajo el sol: “Si de todas maneras me estoy muriendo de hambre, que me maten bien”. Entiendo bien que lleva a la gente a salir a la calle para exigir lo que consideran justo.
Al leer varias reacciones en las notas periodísticas que dieron cobertura, no daba crédito a los comentarios que en sentido estricto son apologías del delito.
¡Qué pobreza de espíritu y mente de quien en lo particular pide castigos corporales a las manifestantes y con la misma hipocresía va a lavar culpas los domingos! La reacción que mató a Felipe Carrillo Puerto sigue vigente en Yucatán, ni duda alguna.
Me dio un poco de risa ver a tanto nuevo defensor del arte que ni idea tiene de la procedencia de la pieza, indignarse por lo material y luego decirles a las protestantes “generación de cristal”, sin sentido e hipocresía.
!Aguas con quien tenga algún encargo público y pueda aprovecharse de la fuerza pública para reprimir!.
Pareciera que nos vamos por las ramas en lugar de atender el problema por la raíz: la poca o nula atención hacia la violencia sistémica hacia la mujer y al derecho a decidir sobre su cuerpo. Entiendo el comentario de que violencia generará más violencia y es totalmente válido. Lo suscribo plenamente, pero al menos muchas y muchos tenemos muy claro donde empieza esta violencia y no es con una pinta verde.
En un país donde la impunidad sigue en niveles arriba de 90% comprendo las voces que dicen mesura, que no le echen más leña al fuego, pero trato de ser empático con quienes con justa causa exponen “disculpe, ese fuego hace rato que ya me quemó”. Mujeres que han sido violentadas una y otra vez por una sociedad misógina y machista.
No es solo una pieza de mármol vandalizada, es un grito de exigencia que dice ya basta.
Antes de mandar a la hoguera a las “revoltosas”, será mucha molestia preguntarnos ¿por qué hacen la revuelta? El aborto es una realidad en el país de acuerdo a la SCJN, pero su implementación como política pública de salud está en el debate una vez más. Debatamos pues, con argumentos, con ciencia, con claridad de posturas.
Con espíritu laico pero escuchando a todas las voces. Todas las personas tenemos derecho a ser escuchados y respetados.
Una doctora con una postura basada en la experiencia profesional, me lo explicó muy claramente: “no me pidas hacer algo de lo cual estoy en contra en función de lo que creo como ser humano”, me dijo. Defensor de la libre voluntad de creencia y acción, la entiendo y respeto.
Ella me escuchó y llegamos a un punto en común: la vida como bien supremo tiene muchas vertientes y hay que analizar casuísticamente, es decir, cada caso en particular tiene sus razones de acción u omisión.
Tan divididos estamos que ya no nos escuchamos, pues repetimos por repetir discursos que muy probablemente están agotados desde hace rato. Entiendo el respeto, pero para mí es consecuencia natural de la empatía.
Por eso no entiendo como podemos ser más empáticos con un objeto inanimado que con nuestra especie, con nuestras hermanas.
Hay que analizar nuestras prioridades.
