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Del dicho al hecho, en manos del Presidente

Editorial La Revista Peninsular
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Si hay alguien en este país que entiende las
consecuencias del discurso y la palabra es Andrés Manuel López Obrador. Su
carrera política se ha caracterizado más por el mensaje que comparte que por
los resultados presentados las veces que ha ocupado espacios públicos.

Basta con ver que el inicio de su aclamada cuarta
transformación se estableció desde el momento en que entró en funciones, y no
al materializarse los esfuerzos de su trabajo.

Debido a esto, a pesar de lo que él quiera
proyectar, nuestro presidente no es ningún incompetente para hablar en público.
Es inconcebible que un sujeto que ha dedicado su vida a dar discursos y que ha
hablado en conferencia todos los días por más de siete meses sea un
incompetente para la oratoria.

Si el presidente habla de manera tediosa y
reiterativa en sus conferencias matutinas es porque así decide hacerlo. Algún
motivo tendrá.

Ha tenido motivos para hablar de manera directa,
como cuando “recomendó” a los medios que acuden a sus conferencias matutinas a
“no pasarse o ya saben lo que sucede”. En esta ocasión pudimos ver al orador
Andrés Manuel haciendo uso de sus habilidades de comunicador adquiridas a lo
largo de los años para que no haya duda alguna sobre su mensaje.

Es esta formación en comunicación que tiene nuestro
presidente la que me impide aceptar la ingenuidad con la que se deslinda de las
consecuencias que tienen sus palabras.

López Obrador pretender ser ingenuo al decir que no
tuvo que ver con la destitución de Gonzalo Hernández Licona como titular del
CONEVAL. El presidente aseguró que el artículo publicado por Hernández Licona
en el que criticaba la extrema austeridad de la presente administración no fue
la razón de la destitución; según Andrés Manuel, la decisión la había tomado la
secretaria desde hace un mes.

Sí creo que el presidente no dio orden expresa a la
secretaria de Bienestar Social de destituir a Gonzalo Hernández, pero no me
alcanzan los dedos para numerar las veces que el presidente ha tachado de
neoliberal a cualquiera que critique su política de austeridad. Aún más, Andrés
Manuel ya dejó en claro que esta postura no tiene lugar en sus filas.

Nuestro presidente también se pinta de ingenuo
cuando tiene que hablar sobre la ampliación de mandato en Baja California; y en
este caso se muestra ingenuo en dos frentes, ingenuo al desestimar el alcance
de su discurso (como en el ejemplo pasado) e ingenuo al desentenderse del
problema por decir que no es de su competencia.

El presidente asegura que no impuso a Bonilla ni dio
instrucción de ampliar su mandato, pero su discurso ha invitado a violentar la
ley y la Constitución suficientes veces como para poder lavarse las manos. En
varias ocasiones se le ha criticado a López Obrador por declaraciones que
invitan a la ilegalidad, como la vez en que pidió a los maestros violentar la
Constitución y no acatar la pasada reforma educativa. No solo eso, las acciones
y mensajes que ha presentado a favor de la reelección, como lo es la controversial
revocación de mandato, normalizan la aspiración a aterrizar esta figura.

De igual forma, el presidente prefirió evitar emitir
comentarios al respecto alegando que no es un tema de su competencia. Esto
además de ser completamente erróneo, ya que una de las vías para promover
recursos contra ésta situación es la Consejería Jurídica de la Presidencia,
está desestimando el alcance que tendría una de sus declaraciones sobre el
antidemocrático Bonilla quién, a fin de cuentas, es militante del partido que
creó, y hombre de su confianza.

Andrés Manuel López Obrador se convirtió en
presidente y con eso adquirió la plataforma de difusión más grande del país,
por lo que todos los mexicanos pueden escuchar lo que tiene que decir. Si
consideramos el poder que conlleva su cargo, debemos estar pendientes de qué
dice el presidente pues sus palabras moldean la realidad del país.

Por ejemplo, no estoy diciendo que el presidente
haya ordenado a Radio Fórmula despedir a Jorge Castañeda, pero algo debe ver la
postura del presidente sobre sus críticos en la prensa.

También podría ser que me equivoque, no en el
impacto del mensaje del presidente, sino en la conciencia que el presidente
tiene sobre este impacto; tal vez la ingenuidad que proyecta sea sincera y no
encuentre relación entre sus palabras y la realidad. Tal vez no esté consciente
de las miles de personas (funcionarios y ciudadanos) que buscan en su discurso
una línea de acción.

Esta realidad sería más peligrosa que la de un
presidente usando sus habilidades de comunicación para persuadir a su convencía
a las personas, porque implicaría que la utilización de los recursos
presidenciales están en manos de un sujeto que no los comprende. Un niño
jugando con una pistola que eventualmente le hará daño a alguien.

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