Por: José Zenteno Dávila.
En
el artículo de la semana pasada se quedaron algunos cabos sueltos. Decíamos que
“la estrategia de comunicación obradorista es implacable porque manipula la
naturaleza humana y hace presa fácil a los más débiles -no necesariamente a los
más ignorantes- y los convierte a su nueva religión de Estado.” Muchos me han
preguntado a quiénes me refiero cuando hablo de los más débiles.
La
debilidad a la que hago referencia es la natural propensión humana a creer en
mitos. Desde temprana edad nuestra conciencia fue imbuida con mitos de diversas
clases. En internet encontré esta definición de mito: “Narración maravillosa
situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter
divino o heroico. Historia ficticia o personaje literario o artístico que
encarna algún aspecto universal de la condición humana. Persona o cosa rodeada
de extraordinaria admiración y estima. Y persona o cosa a la que se atribuyen
cualidades o excelencias que no tiene.” Se describen cinco clases:
·
Mitos teogónicos:
Relatan el origen y la existencia de los dioses
·
Mitos
cosmogónicos: Intentan explicar la creación del mundo
·
Mitos etiológicos:
Explican el origen de los seres y de las cosas
·
Mitos
escatológicos: Son los que intentan explicar el futuro, el fin del mundo
·
Mitos morales: Son
los que describen la lucha del bien y del mal, ángeles y demonio, etc. Aparecen
en casi todas las sociedades.
En
muchas personas sucede que del mito surgen la superstición y el fanatismo. Dice
el Diccionario de la Lengua Española que superstición es una “Creencia que no
tiene fundamento racional. Fe desmedida o valoración excesiva con respecto de
algo”, y fanatismo lo define como “apasionamiento y tenacidad desmedida en la
defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas.” Solo
con las definiciones se puede concluir que los más débiles son los más
propensos a la superstición y al fanatismo.
Valga
decir entonces que quienes creen en López Obrador y lo idealizan como el
sacerdote de la honestidad son por definición (de la RAE) personas
supersticiosas y fanáticas. Aunque no lo he probado en forma científica, la
intuición, la lógica y sobre todo la experiencia, me llevan a concluir que es
así.
Existen
en el internet muchos videos que dan cuenta de manifestaciones de fervor religioso
cuando algunas personas están cerca de López Obrador. Le besan las manos, lo
abrazan, hasta besan objetos que toca como las camionetas en las que se
traslada. Lo tratan como si fuese una figura revestida de santidad, no como a
un político.
Muchos
de los simpatizantes del presidente que por accidente leen estos artículos (pues
no son muy afectos a la lectura), me dedican sendos escritos plagados de
insultos y frases que repiten una y otra vez como si fueran rezos o mantras:
“prianista”, “lávate el hocico antes de hablar de AMLO”, “¿dónde estabas, por
qué no criticabas a los de antes?”, “AMLO es el único que está luchando contra la
corrupción”. Y los más recientes; “no hay crecimiento pero no hay deuda”, “la
inseguridad venía desde antes, es culpa de Calderón”, “no se arregla en un año
lo que destruyeron en 80, hay que darle tiempo”, entre muchas otras que son del
dominio público.
Más
allá de la broma o del insulto, subyace en esos mensajes -cuando son
manifestaciones genuinas de mexicanos conversos en la nueva religión de Estado-
un deseo de reivindicar la imagen de su líder quien les representa y encarna
los anhelos que creían perdidos. Nadie debería de emitir un juicio sobre el
corazón de esos mexicanos que creen ciegamente en López Obrador. Pero el juicio
de la historia debe de ser implacable sobre aquellos que los manipulan para que
actúen de esa manera.
La
nota del fin de semana fue la frase “fuchi
caca los corruptos”. Un presidente hablando a una comunidad indígena como
un abuelito se dirige a una criatura de 3 años para mostrarle lo que no ha de
meterse en la boca ¿Se da cuenta el caro lector de la manipulación y la falta
de respeto del presidente hacia el pueblo? El ejemplo basta para exponer de
cuerpo entero a un hombre que se asume como un mediador entre lo sagrado (la
honestidad) y el común de los mortales. Esta es la forma grotesca en que elige exponer
su homilía y difundir su evangelio a un pueblo que considera como menor de edad.
No
es nueva la idea de que el estilo de AMLO es mesiánico. No pretendo descubrir
el hilo negro, simplemente quiero profundizar en la idea y contribuir al debate
político desde una perspectiva que ayude a abrirle los ojos a los menos débiles.
Concluyo.
Hemos tenido presidentes con diferentes defectos y virtudes pero el actual es
una pieza de artesanía. López Obrador tiene un pensamiento del pasado, en el
presente utiliza las técnicas más modernas para manipular a las masas y
compromete el futuro como ningún otro en la historia reciente. Así lo escribió
un lector en Facebook, Michel Chaín: (AMLO es un) “líder premoderno en un país
moderno, pero en un entorno posmoderno, arrasa políticamente usando medios
posmodernos como las posverdades y las fakenews,
y prometiendo asegurarse de que nos quedemos en la premodernidad”.