Por: Cristina Padín
Delante del espejo mostraban a cada uno que se atreviera a posar su mejor y su peor cualidad. O virtud. Y en verdad resultaba algo original y hermoso. Algo que no solía suceder a diario.
Algo para lo que era necesaria la valentía!
El que contaba leyendas gallegas y siempre era honesto y ser de valor lo hizo. El espejo le devolvió su franca sonrisa, le dijo que lo mejor era su lealtad, lo peor que trabajaba demasiado.
La chica que dibujaba cuando era niña y tras la niñez creaba vestidos también se apuntó. El espejo le arrojó su preciosa mirada.. le contó que lo mejor era su bondad y lo peor su frecuente ingenuidad.
El torero también lo hizo. Fuerza y algunas veces inestabilidad. La que bailaba ballet y vestía siempre de rojo también. Sensualidad y un pronto algo irresponsable. Igualmente los ancianos del quinto, y el primo de G…
La joven que no vivía sin presumir su vida.. no lo hizo. Tampoco la que vivía pegada a una cámara de fotos. Sentían temor! No se atrevían a descubrir sus defectos. Preferían seguir en la ceguera…
Como si se hallaran en una secta…
Creo que es fácil adivinar quiénes sí se atrevieron: mi admirado A, mi querida S, mi torero T… etc.
Este cuento está dedicado a esas valientes personas
Y a mi querida Arancha, por su reciente cumpleaños
A G.. y a su primo (cualquiera de ellos)
A mi Luis
A la libertad
A las personas que no necesitan presumir su vida
A las leyendas gallegas
A los M
Y a la valentía
