La Revista

Desiré Charnay, Jaina y el manatí

Por Carlos E. Bojórquez Urzaiz

Con los ojos puestos en la riqueza arqueológica de los mayas, e interesado en la naturaleza y cultura de estas tierras, el explorador francés Joseph Desiré Charnay visitó Yucatán en tres ocasiones. Según Alfredo Barrera, Rubio Charnay fue uno de los primeros expedicionarios en usar una cámara fotográfica para ilustrar sus recorridos, ya que si bien en 1841 John Stephens y Frederick Catherwood habían empleado el daguerrotipo, el francés desde su primer viaje-entre 1858 y 1860-capturó imágenes con negativos de cristal de colodión húmedo, que permitían la reproducción múltiple de la imagen, con mejores resultados que las fotos de placa única, empleada en el daguerrotipo. Las descripciones que acompañan sus fotografías, dieron paso a la publicación de importantes libros, pero como otros expedicionarios, no pudo sustraerse del saqueo al patrimonio precolombino que hallaban en sus recorridos por el Mayab. En el año de 1886 Joseph Desiré Charnay regresó por última vez a Yucatán y durante tres meses exploró Izamal, Tecoh, Ekbalam y la isla de Jaina, además de haberse detenido en Valladolid, Mérida y Campeche. De ese viaje nació su libro, Ma Dernieré Expedition au Yucatán, traducido al español por Francisco Cantón Rosado en 1888, reeditada en 1933 y 1978.

En este singular libro resulta de interés la descripción que Charnay hace de la isla de Jaina, un pequeñísimo cayo en el litoral del Golfo de México, situado a 32 kilómetros de la ciudad de Campeche. Jaina se convirtió en un destino de interés pues muchas de las piezas arqueológicas que le fueron entregadas por indígenas – “pequeñas estatuas, cuchillos de obsidiana, cuentas de collares, etc., diría”– provenían de aquella isla, cuyo propietario, o por lo menos quien poseía cocales y peones en ese lugar, Andrés Espíndola, le brindó facilidades para su traslado y hospedaje en esta expedición a la pequeña isla. En las páginas de su libro, el explorador representó la isla de Jaina como una necrópolis maya, debido a que pensaba que muchos de los enterramientos y esqueletos que descubrió en su suelo “…eran traídos de muy lejos para ser enterrados en ella…” según apuntó. En 1948 Román Piña Chan confirmó que Jaina no sólo contaba con las tumbas de sus habitantes, sino también de muchos muertos trasladados de tierra adentro, por lo que también la consideró el sitio como una necrópolis.

El viajero francés, ya lo apuntábamos, también mostró interés en la naturaleza y la cultura de estas tierras. Y bajo esa perspectiva observó las costumbres de los mayas y el entorno ambiental. De manera que, en medio de las rutinas de su vida en la poco poblada isla de Jaina, ocurrió lo que Charnay describió como un acontecimiento importante que rompió la monotonía del pueblo. “…Ese gran suceso– anotó– fue la captura de dos manatíes hecha con dos días de intervalo por uno de los indios de la isla”. Y describió el suceso como sigue:

Colocado en la cima del banco de arena, veo aún a aquel hombre y a su ayudante seguir con paciencia una pista desde una piragua mínima, apenas capaz de contenerlos; veo que lazan su arpón, que se produce un hervor violento en medio del mar y luego se desliza la piragua como una flecha remolcando un pez monstruoso…Veo que otros ojos lo siguen desde la ribera y escuchó los gritos de ¡manatí! ¡manatí! muy pronto modera su marcha la piragua, otro arpón provoca una conmoción nueva y las exclamaciones triunfantes de ¡manatí! ¡manatí! llegan otra vez…La piragua se vuelve a detener…sin comprender bien la maniobra de los indios…Al fin, los vi dirigirse a tierra, dueños ya de su presa; corrí como toda la gente…y allá vi que sacaron a la playa un gigantesco manatí.

Estaba muerto, y cuando fue necesario izarlo en tierra firme, ocho hombres provistos de cuerdas, tiraron de él: pesaba más de trescientos kilogramos… Al cabo de dos días, la fortuna favoreció a los isleños con otro manatí; el macho y la hembra eran del mismo grosor y había, por consiguiente, carne… para más de un mes…”.

Después de describir la manera en que beneficiaron a los cetáceos, señaló que cada habitante adquirió su provisión de carne. Y a renglón seguido añadió: “En cuanto a la cabeza, las aletas y la cola, estaban destinados a la confección de un plato nacional llamado pibil-cochinita, igual que la barbacoa de las altas mesetas. Se hace en tierra un grande agujero, se amontona en él leña y carbón que se calienta como un horno y se colocan encima los despojos de la bestia envueltos en hojas de plátano; se pone sobre el conjunto ramas, que se cubre con tierra, y veinticuatro horas después, están saboreando el plato…”.

En los comentarios reflexivos que Francisco Cantón Rosado incluyó al final de esta obra en 1888, no pasó por alto la equivocación de Joseph Desiré Charnay al aseverar que los mayas de Jaina cocinaron pibil- cochinita con la cabeza, las aletas y la cola de los manatís capturados.

Cantón Rosado, con gran celo etnográfico escribió: “En Jaina, al decir de M. Charnay, recibe el nombre de pibil cochinita la barbacoa hecha de manatí. Inapropiadamente es llamado así ese manjar, pues el tal vocablo (no castizo, por cierto, pues se compone de la voz maya pibil y del español cochinita) es un provincianismo que se emplea en Yucatán únicamente para designar la barbacoa de puerco”.

Resulta irrefutable que el explorador confundió el guiso con el sistema de cocción que se emplea para preparar la cochinita, es decir el píib, que además es polisemia en lengua maya del horno hecho bajo la tierra. Quizás le faltó apuntar al traductor y crítico de la obra, Viaje a Yucatán a fines de 1886, que la preparación del guiso horneado bajo la tierra que el francés presenció, era un tikin xiik’ de manatí que se acostumbraba preparar a lo largo de las costas de la península, cuya etimología en lengua maya se compone de las voces tikin, seco, xiik‘, ala, que se aproxima mucho a las aletas, cola y cabeza que Charnay vio recubrir con hojas de plátano, antes de introducirlos al agujero dispuesto para hornear los despojos de los cetáceos.

Vale la pena destacar que aquel año el explorador señaló que, si bien la presencia del manatí había disminuido considerablemente, escuchó que en otras épocas abundaban en el Golfo de México, donde se alimentaban de las plantas que crecían en las pendientes suaves de las orillas de Jaina. Este maravilloso animal, que es el herbívoro acuático más grande del mundo, en la actualidad se encuentra en peligro de extinción, y el último reporte de un manatí que apareció muerto en las costas yucatecas, ocurrió en diciembre de 2019. El tema por lo tanto es histórico y de actualidad, debe llamar a alerta de las autoridades ambientales.

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