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Desmemoria

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas.

Los excesos cometidos por el PRI en esos más de 89 años de fundación pareciera haber llegado a su fin antes de su cumpleaños número 90. El tricolor pareciera que desaparece como lo conocemos, pero la realidad es que se mutó a su origen cuando en Querétaro, después de tres días de discusiones, entendieron que todos deberían caber, por el bien de la República, en ese partido.

Sin embargo, esa desaparición es falsa. En 1989 se funda el PRD con la primera gran escisión del partido de Estado lo que sería una réplica tímida con barnices de izquierda en la que también estaban incluidos grandes opositores al régimen: Heberto Castillo, Gilberto Rincón Gallardo, Amalia García. También estaban los ex priistas Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y, claro, Andrés Manuel López Obrador.

Arriesgando el escribidor a que varios fundadores de ese partido le reclamen, el PRD logró lo que al PRI le costó sexenios: de sus fundadores pocos siguen militando en ese partido.

En 1939 nació el PAN y fue hasta 1989 cuando logró gobernar una entidad federativa para llegar en el 2000 al triunfo de Vicente Fox como presidente de la República.

Morena, el partido que fundó Andrés Manuel López Obrador, se creó en 2011 con un solo objetivo específico: que él fuera su candidato presidencial en 2012, que perdió, y en 2014 logró su registro ante el Instituto Nacional Electoral. Tres años y 11 meses le llevó a López ser presidente luego de dos intentos previos fallidos.

Con el combate a la corrupción y a la mafia del poder como banderas, López Obrador habría llegado a un acuerdo con Carlos Salinas y Ernesto Zedillo para no sólo limar las diferencias entre ambos presidentes sino también para refundar un partido que dejó de ser atractivo a la sociedad, como quedó claro en los comicios recientes.

Ya con el triunfo, López Obrador empezó su festejo de triunfo con ideas que bosquejó desde la campaña: será un presidente austero y terminará con el poder político como se le conoce actualmente al refundar al país en lo que él llama la cuarta transformación.

Las ideas no sólo no han sido expuestas con claridad ni con detalle y lo que se ha anunciado ha provocado reacciones, casi todas en contra, porque muchas de ellas parecieran ser ocurrencias surgidas de lo que se estima una revancha contra la burocracia y su aparato.

La mesura pareciera ser la gran ausente en esa celebración del triunfo: anuncian la intervención del Papa en temas de pacificación y el Vaticano lo desmiente; hablan de sentarse con el EZLN a dialogar y éste dice que es falso y acusa al padre Solalinde de un protagonismo desmedido.

Anuncian la salida de casi todas las secretarías de Estado de la capital del país, pero no hablan de qué pasará con la burocracia que en ellas labora; hablan de despidos por austeridad, pero pareciera que sólo es una idea que sigue sin tener una explicación de cómo se hará.

Actuando como presidente sin serlo formalmente, Andrés no pareciera querer reducir su protagonismo, sentarse a planear, a definir estrategias con detalle, con precisión. Es como si la vida misma se le escapara antes de tomar posesión formal. Hay mucho por hacer, pareciera la justificación, pero de inmediato pareciera que todo es importante aunque nada se defina como prioridad del nuevo gobierno.

No sólo los seguidores de Andrés serán quienes recuerden su ascenso al poder. Quizá muchos de los burócratas que votaron por él tendrán que padecer quedarse sin trabajo y quizá muchos otros, los que ni siquiera están con un partido, recuerden como se les quitó no sólo su sueldo sino quizá hasta su trabajo.

La victoria de Andrés Manuel no puede juzgarse más que como legítima. Sin embargo, esa legitimidad se tendrá que ratificar en la medida que sus propuestas de campaña se concreten y se hagan realidad.

Sin embargo, en una entrevista, el presidente electo admitió que una cosa es lo que se dice en campaña, lo que la gente desea escuchar y otra lo que se puede hacer y siendo presidente.

Ojalá López no cumpla los vaticinios de quienes no somos sus partidarios y no termine por reeditar la peor versión del PRI y su hegemonía política. El poder depositado en un solo hombre tiene demasiadas tentaciones y lo que tanto se combatió para desaparecer la presidencia imperial no termine por reeditarse con un Congreso abyecto y sin oposición.

Desaparecer a los gobernadores absolutistas y los congresos a modo no se resuelve con un presidente imperial sino construyendo instituciones sólidas.

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