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Dilapidando

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas.

No
voté en el pasado proceso electoral. La presión que tenía sobre la decisión
implicaba ser analítico realmente a fondo. No puedo negar que me gustaba José
Antonio Meade para mi futuro presidente, pero el bombardeo de las malas
decisiones de su campaña y los errores de su equipo fueron alejando de mi la
certeza de su triunfo. Meade era el mejor candidato, sí pero era el peor
partido el que lo postulaba y había acreditado con Enrique Peña Nieto que su
oferta de saber gobernar no había sido cierta.

Resignado
asistí a una elección en la que casi nunca hubo duda: López Obrador ganaría, y
no precisamente porque fuera el mejor candidato sino porque era el que mejor
manipulaba el enojo popular contra el actual gobierno.

La
presencia de las redes sociales y la manipulación que hubo de ellas para fines
propagandísticos fue brutal. Además, para muchos se convirtió en una especie de
aura hablar mal del presidente, hablar mal de su partido, de su gobierno y
hasta de su familia.

En
Los Pinos no entendieron el mensaje nunca. Se apegaron al librito y no vieron
que la emoción social era completamente contraria a ellos y, de paso, a quienes
sin ser oposición real se convirtieron en los usufructuarios del poder en
calidad de socios con derechos: PAN, PRD y demás.

A los
mexicanos nos cuesta meternos a fondo en los temas de gobierno, ya no sólo en
saber cómo operan las cámaras del legislativo sino que peor cuando se trata de
cómo funcionan los temas económicos y fiscales y para nada los legales, porque “todos
se los brincan”. Además, el mexicano tiende a creer que sabe y a partir de esa
creencia –que no conocimiento- intuye como funcionan las cosas. Por eso el
gobierno abusa y la gente se queja.

Si a
ese cóctel le agregamos nuestra tendencia a la martirización y al poco crédito
que le damos a los que triunfan –“seguro tienen palancas”-, pues la cuerda tenía
que reventarse.

Hartos
de la falta de resultados, los mexicanos le dieron 30 millones de votos de los
90 millones que había en el padrón electoral, si hubiesen salido a votar todos
los que tienen credencial de elector vigente.

Ese
bono democrático, Andrés Manuel pareciera querer acabárselo antes de su toma de
posesión. En un artículo impecable, Raymundo Riva Palacio narra como el
presidente electo ha ido cosechando enemigos a lo largo de su prolongada espera
para tomar posesión.

Dice Riva Palacio: “Por una razón
inexplicable, Andrés Manuel López Obrador sigue cosechando enemigos antes de
que asuma la Presidencia. El tiempo de construir lo ha dedicado en buena medida
a destruir, al pelear con diferentes sectores. Internamente la emprendió contra
las Fuerzas Armadas y contra la burocracia, a los que acusó de violadores de
los derechos humanos, corruptos y llenos de privilegios. Hacia fuera se ha
confrontado notoriamente con empresarios y medios de comunicación. No son
todos, pero esta muestra permite ver hasta dónde está dispuesto a llegar para
lograr lo que denomina la Cuarta Transformación. No tiene tiempo que perder, y
a 40 días de asumir el poder está clara la ruptura”.

La semana que termina bien puede
servir de ejemplo de lo grave y peligroso que puede ser un gobierno que impone
y no entiende. Las calificaciones de Petróleos Mexicanos cayeron debido a las
declaraciones de López Obrador y de Rocío Nahle, su propuesta como secretaria
de Energia, sobre la política que emprenderá la Empresa del Estado: no venderá
crudo al exterior e invertirá miles de millones en una refinería, y, por si
fuera poco, podría cancelar el proyecto del nuevo aeropuerto.

Esas señales para los mercados
internacionales no son buenas. El país dejaría de tener una de sus fuentes de
divisas: los dólares por la venta de petróleo crudo, e invertiría recursos
propios en una refinería que tardaría hasta ocho años en dar resultados. La utilidad
de vender crudo al exterior –cuesta 6.12 dólares promedio la extracción y se
vende en 60- no tiene comparación con la venta de gasolina y menos con el costo
de su producción.

La inestabilidad que presiona a la
economía ha llevado al dólar a venderse en 19.40 al cierre del martes y los
inversionistas extranjeros esperan la decisión del domingo próximo para definir
si sus inversiones seguirán en un país que no les da garantía ni respeto porque
se cancelaría el proyecto aeroportuario que tiene cuatro años de iniciado.

Quizá lo más visible de la conducta
del nuevo presidente electo se refleje en números y actitudes de quienes tienen
foco, pero nadie habla de “las reacciones
(que) por los agravios han surgido de diferente manera. Hacia el interior de la
administración pública el ejemplo más sobresaliente es la burocracia, que no ha
chocado con él, simplemente lo está abandonando. Cerca de mil funcionarios han
solicitado su jubilación anticipada o piensan renunciar, que es una acción
colectiva, no consensuada, que López Obrador ha desestimado. Hacia afuera de lo
que será su gobierno, agentes económicos y sociales están observando el
reordenamiento del régimen que quiere edificar, para ir encontrando su nuevo
rol”.

Nadie puede querer que al nuevo
gobierno le vaya mal, pero la actitud del presidente electo pareciera que
acreditan que no tiene idea de qué encontrará al tomar posesión o precisamente
porque lo sabe, sus reacciones son las que se ven y que a ratos acreditan que
la frustración por no poder cumplir sus promesas están haciendo presa de él.
Mal antes del inicio.

José Francisco Lopez Vargas
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