Georgina Rosado R.
Quién soy yo para opinar sino enfrenté a los invasores, esos que, en 1519, vencidos después de varios intentos fallidos por someter a los habitantes de este territorio regresaron luego con aliados indígenas de otros lares que, convencidos con falsos ofrecimientos, combatieron junto con los españoles contra los mayas hasta obligarlos a replegarse o a pactar con sus enemigos. Sino atestigüé la muerte de mujeres y niños comidos vivos por perros para disuadir a los mayas de dejar de oponer resistencia, tampoco viví los constantes alzamientos durante la llamada colonia que finalizaban con baños de sangre y torturas espantosas a quienes se atrevieron a liderarlos invocando sus derechos ancestrales.
Y cuando, a la primera oportunidad de salir vencedores, decidieron iniciar de nuevo un gran levantamiento en 1847 y lograron una victoria inédita que les permitió vivir en libertad por más cincuenta años en el actual territorio de Quintana Roo, convertidos en la nación de los cruzo’ob. Pues no estuve ahí para resistir los continuos ataques, intrigas e intervenciones de los ts’ulo’ob para apoderarse y explotar la riqueza de ese territorio, ni enfrenté en 1902 el ejercito de waches que llegaron con cañones y masacraron a los que resistieron hasta la muerte. No estaba yo entre los que, disminuidos en número, vieron invadir su territorio primero por las grandes compañías madereras, después por migrantes de otras regiones y finalmente por empresas turísticas que los convirtieron en sus trabajadores, comolavaplatos o meseros, sirvientes de nueva cuenta.
Quién soy yo para preguntarles por qué no luchan o por qué no se levantan en armas contra los nuevos atropellos revestidos de un falso progreso, ahora llamados tren maya, paradores turísticos, u hoteles administrados por los waches en medio de la selva,antiguo hogar de jaguares, osos hormigueros, monos aulladores y toda clase de aves. Por qué prefieren recibir míseros pesos que les pagan por su territorio y perdidos en el aquí y ahora, en el sobrevivir o quizás aún mejor, lograr algún tipo de consumo con el que actualmente se logra “prestigio” o “mejorar su nivel de vida”, ¿olvidaron lo que significó ese territorio para sus abuelos y abuelas?
Quién soy yo que nunca he llorado lo que ellos, ni sufrido, ni vivido los siglos de lucha y de atropellos para juzgarlos, así le respondí a una joven investigadora que me inquiría por la aparente resignación o indiferencia de los mayas cruzo’ob, que aún quedan, ante los nuevos despojos y la imposición de proyectos desarrollistas que contaminan y destruyen ese territorio que con tanto amor y fiereza defendieron sus ancestros.
Sin embargo, no pude evitar que se me hirviera la sangre cuando parados en una esquina del parque de la iglesia maya de Tulum, mi esposo y yo, observamos una escena desgarradora. Un hombre joven, que intentaba entrar a la iglesia maya, fue atajado por un grupo de la guardia nacional, obligado a apoyar las manos en la pared, a agachar la cabeza y abrir las piernas para ser cateado después de lo cual no encontraron nada de qué acusarlo, lo dejaron en paz. En la puerta de atrás, segundos después, vimos salir a un hombre que al mirar nuestros rostros de asombro nos dijo en voz alta: “ya no hay respeto”.
Debo aclarar que el mencionado parque es parte del espacio sagrado de los cruzo’ob, custodiado por sus autoridades y donde realizan sus ceremonias, por lo tanto, el hecho ocurrió en uno de los últimos reductosdel territorio cruzo’ob.
Entonces, recordé mis largas platicas en el 2005 con don Moisés Chi, sacerdote de la iglesia maya y con don Agapito Conteras, ambos descendientes de los antiguos cruzo’ob. Mi sorpresa y alegría por constatar la memoria viva de la lucha que por siglos dio su pueblo para defender su territorio, de los líderesrecordados por ellos, entre estos a María Uicab y Agapita Contreras, aquella devoción expresada por su religión, donde los elementos católicos y prehispánicos se mezclan en una espiritualidad única que incorpora la naturaleza entre las fuerzas que los guían.
¿Qué es lo que está pasando en Tulum Pueblo? pregunté a dos personas que residen en el lugardesde hace algunas décadas, una de ellas muy vinculada con la comunidad maya cruzo’ob, y me contestaron que desde el inicio del proyecto de tren y con la llegada de la guardia nacional la violencia aumentó en Tulum. Escuchar disparos en la noche ya es frecuente, casi normal, pero los habitantes no se atreven a denunciar por miedo, aseguran que quienes deben proteger a la población están aliados con los delincuentes. Comentan que votaron por Morena y en una ocasión intentaron hacer llegar una carta al Presidente cuando visitó esos lares, pero se toparon con una valla formada por hombres que no son originarios de Tulum y en los que reconocieron a varios de los transgresores de la ley que asolan el lugar gozando la impunidad.
Según nos platicaron, lo que observamos en la iglesia maya es frecuente, la guardia nacional comete abusos contra los habitantes, al pariente de una de ellas que se transportaba en bicicleta a la escuela lo pararon sin haber cometido ninguna infracción y después de no encontrarle nada, ni droga ni artículos de valor personales lo soltaron. Pero hay quien asegura que a la gente le colocan droga entre su ropa para atemorizarlo y quitarle luego sus pertenencias de valor, así, con alevosía.
El territorio sagrado de los mayas es de nuevo mancillado, son los daños colaterales que causa, al parecer, irremediablemente el “progreso”, así dirían algunos, ese desarrollo que solo deja destrucción a su paso, pero también recursos millonarios a los grandes potentados como Slim y algunas migajas para los pueblos originarios, legítimos propietarios del territorio,que por unos meses vivirán mejor gracias a lo vendido. Los mayas tendrán asegurado también varios apoyos, constantes y sonantes, para irla pasando, incluso tener la posibilidad de comprarle el celular al hijo, o festejar a la quinceañera a la usanza de los ts’ulo’ob. Todo esto sin haber vivido aquella guerra, esa que tantamuerte y dolor causó a los suyos, a sus ancestros. Quién soy yo para juzgarlos o tan solo preguntarles porque soportan ser humillados en su único reducto de autonomía, en su espacio sagrado, su iglesia.
No, no tengo ese derecho, no me lo he ganado, yo no he dado mi sangre, ni mis ancestros han sidomasacrados como ocurrió en ese lugar entre 1901 y 1915. Sin embargo, la Diosa me dio la fortuna de contar con un espacio que no silencia mi voz y que me permite gritar: ¡yo denuncio!, el último reducto sagrado de los mayas, su Iglesia, es mancillada por la guardia nacional, esa que vino a defender lo que hay detrás del mal llamado “tren maya” destructor de la selva y del tejido social de las comunidades mayas. Y pagaré lo que haya que pagar por mi descaro de decir la verdad.