Construyendo, por: Raúl Asís Monforte González.
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Es común al finalizar un año e iniciar el siguiente, realizar predicciones de lo que puede esperarse en ciertos aspectos de nuestra existencia. Pero existe una diferencia muy grande entre simplemente hacer especulaciones adivinatorias, muchas veces relacionadas con asuntos políticos e ideológicos, que saber leer correctamente las pautas que la realidad está dictando, y adaptarlas a una circunstancia local, regional o global, de acuerdo con los alcances del análisis que pretendemos realizar. Pero lo más importante de este ejercicio, es que tenga una utilidad práctica, que nos sirva para tomar decisiones y que estas nos conduzcan a una mejora sostenida a partir de las condiciones actuales.
Hoy, al iniciar la tercera década del siglo XXI, es importante mirar a nuestro alrededor, reconocer algunas señales y definir en consecuencia cómo queremos que sea nuestro futuro, especialmente en un tema tan relevante como la energía.
Somos muchos quienes tenemos claro que la crisis climática está forzando a todo el sector energético en su conjunto a transitar por una transformación radical, sustancial, muy diferente de cómo lo conocemos hoy, y que podría eventualmente contemplar la eliminación total de los combustibles fósiles. Esa es la tendencia casi unánimemente aceptada, aunque persisten discrepancias acerca del tiempo que esto tomará. Una compañía de origen suizo, Vitol, predice que la demanda mundial de petróleo alcanzará su pico hasta 2034 antes de comenzar a caer, mientras que la consultora de inteligencia comercial Wood Mackenzie reconoce que en los países desarrollados, este pico ya se alcanzó, y tenemos a la OCDE que espera una declinación estructural a partir de este 2020. En general se espera una importante caída en la tasa de crecimiento de la demanda de combustibles líquidos en los próximos 5 años.
Por otro lado, la demanda de electricidad parece insaciable y experimentará incrementos exponenciales aparejados al incremento del mercado de los automóviles eléctricos. La mayor parte de esa demanda será satisfecha por renovables, especialmente solar y eólica. Y si los promotores de la energía nuclear logran convencer al mundo de que pueden hacerla segura y a prueba de accidentes, seguramente tendrá también una participación determinante en esta transformación. Quizás el gas natural sea el hidrocarburo que aún mantenga por más tiempo un papel destacado en la matriz energética.
Dentro de la incertidumbre que persiste acerca de la velocidad a la que ocurrirán estos cambios, yo no tengo duda de que esta década estará marcada por la disrupción, entendida ésta como la ocurrencia de transformaciones radicales y súbitas en un mercado o industria, capaces de convertirlas en algo completamente diferente o incluso causar su desaparición.
Quienes toman las decisiones estratégicas en nuestro país, deberían disipar la bruma que nubla su visión de largo plazo, soltar el lastre de las ideologías caducas y mirar con interés lo que está sucediendo en el mundo. En esta década, México está llamado a subirse a esta ola disruptiva y no conformarse con ser arrollado por ella.