En la pantalla, por: David Moreno
La guerra siempre ha sido una temática recurrente desde que el cine se convirtió en un instrumento narrativo, en un contador de historias a través de las imágenes y, posteriormente, de su combinación con el sonido. El lenguaje cinematográfico se transformó en un instrumento ideal para llevar a los espectadores a ese lugar en el que quizá nadie desea estar y en el que suelen salir a relucir lo mejor y lo peor de los seres humanos: el campo de batalla. Los conflictos entre pueblos y naciones han existido prácticamente desde que ambos conceptos aparecieron en la historia de la humanidad y muchos de esos conflictos han sido y seguirán siendo resueltos por la vía de las armas.
El cine los ha mirado y contado desde cualquier cantidad de puntos de vista y desde la óptica de las más vastas cinematografías, recreando guerras ocurridas en diferentes etapas de la historia y en todos los rincones del mundo. Desde las cruentas batallas del Imperio Romano, hasta lo ocurrido durante la Invasión Norteamericana a Afganistán, el cinematógrafo ha servido como un medio para que los espectadores experimenten grandes batallas y las secuelas que éstas han traído consigo. Pero curiosamente las mejores películas bélicas son aquellas que tienen un trasfondo pacifista, es decir aquellas que durante su narrativa muestran y reflexionan sobre la guerra como un acto barbárico – tal vez inherente al ser humano – el cual rompe con el estado ordinario de las cosas sometiendo a quienes son llevados al campo de batalla a circunstancias extraordinarias que los transforman para siempre. Transformación que cambia de manera radical la concepción que del mundo y del ser humano tienen los protagonistas de las películas. Las batallas y toda la complejidad técnica que se requiere para ser recreadas con autenticidad, no son importantes si con ellas no viene un reto a los valores de los personajes de los filmes y producto de tal confrontación una mutación personal en los mismos que a su vez se convierte en universal al ser interpretada por el espectador.
Por ello filmes como “Sin Novedad en el Frente” de Lewis Milestone, “El Puente Sobre el Río Kwai” de David Lean, “Glory” de Edward Zwick, “El Submarino” de Wolfgang Petersen o “Saving Private Ryan” de Steven Spielberg son de lo mejor que se ha filmado dentro del cine bélico. Todas muestran a personajes comunes que de pronto se ven envueltos en conflictos que los llevan a concebir el mundo de otra manera, a enfrentarse a realidades que nunca formaron parte de sus anhelos y, sobre todo, de sus pesadillas. Personajes que sirven a los realizadores como instrumentos para plantear reflexiones mucho más amplias sobre las consecuencias que en las personas o – como en el caso de “Roma Ciudad Abierta” y “Alemania, Año Cero” de Rossellini – en ciudades y naciones tiene una confrontación bélica. Mucho se insistirá en los lazos solidarios que nacen entre los soldados generando una hermandad que quizá en otras circunstancias sería imposible. Hermandad que por la manera en la que se genera provoca que los lazos que la conforman sean irrompibles, impenetrables y perdurables aún sobre la muerte.
No deja de ser algo paradójico que los horrores de la guerra sean una fuente de inspiración tan profunda, tan humana, tan impactante. A fin de cuentas lo que retratan son actos heroicos que nunca debieron producirse. Pero es tal paradoja lo que hace del cine bélico algo portentoso pues encontrar la belleza y la humanidad en el medio del caos, del horror, del infierno de la guerra es posible. Y el cine, el bueno, siempre está ahí para hacernos pensar sobre ello y para trasladarnos a esos escenarios en donde hombres y mujeres son puestos a la más dura y exigente las pruebas y salir triunfantes de ella aunque esa victoria les cueste la vida misma.