La Revista

El crimen y el átomo

Pascal Beltrán del Rio
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Por: Pascal Beltrán del Río.

La ciencia se preguntó durante largo tiempo si el
átomo, la unidad básica de la materia, era divisible. Pasaron 130 años entre la
sugerencia de John Dalton de que todo lo que nos rodeaba tenía como base el
átomo –cuya raíz griega significa, justamente, indivisible– y la fisión nuclear
de Enrico Fermi.

Con semejante tenacidad experimental, sucesivos
gobiernos mexicanos, incluyendo éste, han buscado descubrir hasta dónde se
puede partir un cártel.

En las últimas tres semanas, el gobierno del
presidente Andrés Manuel López Obrador ha dado muestras de retomar la
estrategia de las administraciones anteriores de buscar acabar con la violencia
mediante el descabezamiento de las organizaciones del crimen organizado y su
consecuente fragmentación. Igual que ellas, quizá descubrirá que, cuando se
corta una cabeza, surgen otras dos, igual o más sanguinarias.

Ésa ha sido la historia del crimen organizado en el
noreste, que dirigió durante décadas, de manera estable, el llamado Padrino de
Matamoros, Juan Nepomuceno Guerra.

Conocido simplemente como Don Juan, éste había entrado
en el ámbito delincuencial como traficante de whisky durante los años de la
Prohibición. En su bar, El Piedras Negras, atendía a sus socios y a personas
que buscaban algún favor. Cuando llegó el tiempo de retirarse, depositó en su
sobrino Juan García Ábrego el liderazgo de lo que se conocería como Cártel del
Golfo. Cuando Ábrego fue detenido y deportado a Estados Unidos –igual que
sucedió esta semana con Juan Gerardo Treviño Chávez, El Huevo–, surgió una
disputa interna por la sucesión.

Tres hombres creyeron tener méritos suficientes: Osiel
Cárdenas Guillén, Salvador Gómez Herrera y Hugo Baldomero Medina. Para 1998,
Baldomero se había replegado, tras sufrir un atentado, y Chava Gómez había sido
asesinado por Osiel. Claves en la operación contra sus rivales internos fueron
Los Zetas. Formado por militares desertores, este grupo vendía protección en la
frontera tamaulipeca, hasta que se asoció con el Cártel del Golfo. Juntos, Los
Zetas y el CDG crearon una fuerza temible en el noreste. Pero la alianza
comenzó a resquebrajarse tras de la detención de Osiel en 2003 y su extradición
a EU en 2005.

Igual que sucedió con la caída de García Ábrego, el
nuevo liderazgo lo disputaron tres: Ezequiel Cárdenas Guillén, alias Tony
Tormenta; Samuel Flores Borrego, El Metro 3, y Jorge Eduardo Costilla, El Coss.
El primero fue abatido por marinos en Matamoros y el segundo fue asesinado en
Reynosa. Detrás de ambos hechos estuvo El Coss, quien terminaría detenido.

Luego, Armando Ramírez Treviño, El Pelón, un ex escolta
de Osiel, trató de controlar los fragmentos del CDG. Ganó Reynosa en una
sangrienta batalla contra Miguel El Gringo Villarreal, y arrebató Monterrey y
Tampico a lo que quedaba de Los Zetas, antes de caer él mismo preso.

Los restos de Los Zetas fueron recogidos por Miguel
Ángel Treviño, El Z-40; al ser detenido en 2013, la banda se partió. Se crearon
el Cártel del Noreste y su Tropa del Infierno –que desde 2017 lideraba El
Huevo, sobrino de Treviño– y los demás se fueron por su lado, adoptando el
nombre de Zetas Vieja Escuela.

La otra parte del cártel se fragmentó en dos grupos,
Ciclones y Metros, cuyas disputas violentas llevaron a la masacre de civiles en
Reynosa el año pasado. Unos días antes de que detuvieran a El Huevo en Nuevo
Laredo, el líder de los Ciclones, José Alfredo Cárdenas Martínez –alias El
Contador, sobrino de Osiel– fue aprehendido en la Ciudad de México.

La experiencia indica que sólo es cuestión de tiempo
para que el vacío que dejaron esas dos detenciones sea llenado por otras
figuras del crimen organizado. Probablemente, como ha sucedido, los nuevos
jefes sean sicarios más proclives a la violencia que sus predecesores.  

Lo que vemos hoy en Tamaulipas es un capítulo más de
la partición de lo que era, hace tres décadas, un poderoso bloque
delincuencial. Y, como ocurre con mucha frecuencia, cada vez que se corta una
cabeza, surge la violencia. Primero, para tratar de impedir la extracción del
personaje y, luego, por la sucesión.

Una de dos: o la estrategia de descabezamiento de los
grupos delictivos no ha terminado aún o ésta no es la vía para acabar con el
crimen.

Pascal Beltrán del Rio
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