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El desafió de los partidos después del 1 de julio

Luis Carlos Ugalde
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Por:Luis Carlos Ugalde

Sorprende que el candidato
presidencial del PAN siga sin tomar una postura clara y dejar paso a un nuevo
liderazgo que asuma la reconstrucción de ese partido. Los números muestran que
la coalición Por México al Frente fracasó: el PAN hubiera ganado más solo que
acompañado por el PRD y Movimiento Ciudadano (MC) que trabajaron para su causa o
para la de López Obrador, más que para la de Anaya. Por ejemplo, mientras para
la elección presidencial el PRD aportó solo 2.9% de la votación de Ricardo
Anaya, para la elección de sus propios legisladores aportó 5.5%. En el caso de
MC, le dio 1.8% de votos a Anaya pero 4.8% a sus senadores.

No solo PRD y MC aportaron
poco, sino que bloquearon a aspirantes del PAN que querían ser candidatos y que
fueron marginados para que la coalición funcionara. Al final, Anaya enardeció a
muchos cuadros de su partido, lo debilitó y a cambio obtuvo migajas. Muchos candidatos
del PRD y MC se beneficiaron de la coalición (el PAN era el partido mayor) pero
muchos simpatizantes de esos partidos votaron por López Obrador.

En 2009, Germán Martínez,
entonces presidente del PAN, dio una muestra de congruencia y dignidad cuando
la misma noche de la jornada electoral en al que el PAN perdió cinco de seis
gubernaturas, presentó su renuncia. Y los números eran mucho mejores que ahora:
en promedio, sus derrotas fueron por siete puntos.

El silencio de Anaya y
cualquier intento por regresar como presidente del PAN sólo alargarán la crisis
interna del partido. Menguado como está, ese partido es la segunda fuerza del
Congreso y la mejor posibilidad de algún contrapeso a la coalición ganadora, pero
debería ya estar con la mirada puesta en cómo fungir como una oposición
efectiva (lo que significa ser tanto colaborador como vigilante y exigente del
nuevo gobierno). Pero han pasado días desde la elección y lo único que hay es
silencio dentro de ese partido.

La reconstrucción del PRI
también requiere acción inmediata. Primero hacer un ejercicio de diagnóstico crítico
de lo ocurrido. No todo es culpa del presidente Peña Nieto, pero tampoco podrían
dejar de señalar que, como el primer priista del país produjo, con su
negligencia y tolerancia de la corrupción, un daño mortal a la imagen del
partido. No sólo eso, Peña Nieto también es causante de que su legado esté en
riesgo y con ello los importantes cambios estructurales que hoy están en marcha
y que sería muy costoso revertir.

El gran problema del PRI
es el de siempre: no puede hacer el deslinde por lealtad y sumisión al
presidente en funciones —la misma que afectó al candidato presidencial y lo
colocó en un lejano tercer lugar. Eso es justamente lo que castigaron los
electores al no darle apoyo a José Antonio Meade, a quien le concedían
atributos personales positivos, pero que a la vez desconfiaban por esa lealtad
que a veces parece complicidad.

Sin un mea culpa, el PRI arrastrará un costal
de agravios, interpretaciones, visiones alternas y será incapaz de ver al
futuro. Si la racha perdedora continúa, el PRI podría entrar en franca fase de
extinción en algunos años. Hoy todavía cuenta con 12 gobernadores, pero la
mayoría enfrentará congresos locales dominados por Morena y que limitarán su
poder enormemente. Si la tendencia anti-PRI se mantiene, este partido podría
perder el resto de las gubernaturas con que aún cuenta en el transcurso del
sexenio de López Obrador.

En el caso de Morena el
problema es cómo administrar la abundancia. Tanto la resequedad como el exceso
de cebo son problemáticos si se administran mal. El partido de López Obrador
todavía no lo es: asemeja más a un oleaje en búsqueda de estructura, disciplina
y cuadros competentes. El riesgo de construir un partido desde el gobierno es
justamente el que padeció el PRI cuando todavía como Partido Nacional
Revolucionario fue diseñado desde la cúpula del gobierno para dar orden a la
transferencia pacífica del poder. Corolario: acabó siendo un partido al
servicio del presidente, fuera quien fuera, y nunca fue capaz de adquirir
autonomía (ni siquiera ahora después de su peor derrota).

Morena será estructurado
desde Los Pinos. La agenda de gobierno de AMLO requiere un partido disciplinado
y será el presidente quien decida sus cargos directivos. Aunque muchos
candidatos de Morena han sido seleccionados mediante encuesta, López Obrador
tendrá la voz final cuando haya controversia.

El desafío de Morena es
evitar ser un mero apéndice del gobierno. No es malo que Morena apoye al
presidente; la pregunta es si con el paso de los años podrá tener su propia
vida interna y diferir del Ejecutivo cuando sea el caso. Seguramente no será
posible durante la era AMLO; quizá después sí sea factible. Ya lo veremos.

Luis Carlos Ugalde
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