Los perros, al menos los británicos, están perdiendo capacidad reproductiva. Esta afirmación acerca del declive de la fertilidad canina se basa, no en una suposición, sino en un concienzudo trabajo realizado a lo largo de los últimos 26 años por un equipo de investigadores liderados por Richard Lea, profesor en la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Nottingham.
A lo largo de ese cuarto de siglo largo, Lea y sus colegas recolectaron muestras de semen de un grupo poblacional (cuidadosamente monitorizado) de sementales de labradores, border collies, pastores alemanes y golden retrievers. En total analizaron 1925 muestras recolectadas a un total de 232 machos diferentes. La media de extracciones anuales osciló entre 42 y las 97.
¿El resultado? En efecto el estudio descubrió un descenso en la movilidad del esperma canino, de hasta un 2,4% anual, en la década que fue de 1988 a 1998. Posteriormente, y puesto que existían algunas dudas sobre la fertilidad de algunos machos, que acabaron excluidos, el conteo en el período que fue de 2002 a 2014, mostró también un descenso en la movilidad del esperma canino del 1,2% anual.
El estudio confirmó además la presencia de ciertos compuestos químicos ambientales conocidos como PCBs y ftalatos tanto en el semen canino como en los testículos de perros castrados por veterinarios a lo largo de intervenciones rutinarias. Estos dos compuestos químicos, que se encuentran en todas partes, han sido relacionados tanto con defectos de nacimiento como con problemas de fertilidad.
¿Y qué importancia tiene este estudio si yo no soy un perro? Podrías preguntarte. Craso error. El perro es un magnífico “centinela” de las amenazas que nos rodean. No hay que olvidar que comparten nuestros hogares, y en ocasiones hasta nuestra propia comida, por lo que se ven expuestos a los mismos contaminantes ambientales que nosotros.
Durante los últimos 70 años, múltiples estudios realizados sobre fertilidad humana han venido mostrando un descenso en la frecuencia con la que el esperma fecunda los óvulos. Sin embargo siempre ha habido argumentos que ponían en duda estos resultados. De hecho, en medio siglo la ciencia realizó 60 estudios separados sobre esta problemática, cada cual con su metodología y aprovechando los avances científicos de la época. Esto ha imposibilitado realizar comparativas fiables basándose en esos trabajos.
De ahí que surgiera la idea de emplear a perros para abordar la problemática. Se trata de animales con una población muy elevada, que comparten nuestro hábitat y que además permiten el estudio de varias generaciones en un margen mucho menor de años.
El trabajo del equipo de Lea se ha asegurado además de comprobar el perfecto estado de salud de los perros participantes, todos ellos bien cuidados. Para evitar errores, a lo largo de esos 26 años, solo tres técnicos han manipulado las muestras de esperma y de comida analizadas. Gracias a esta meticulosidad, el equipo de Nottingham logró evitar los antes citados problemas de inconsistencia.
Tal y como el doctor Lea comentó:
“Si piensas en ello, todos estamos expuestos a un cóctel. ¿Quién sabe cuántos compuestos químicos hay en nuestro entorno y lo que están haciendo? Y todavía se vuelve más complicado cuando comienzas a observar los efectos que producen las mezclas de químicos diversos”.
“Lo que hemos hecho en este estudio es centrarnos en unos pocos que sí conocemos, y que sabemos que están. Hemos comprobado sus efectos y nuestro trabajo sugiere que existe un impacto. El próximo paso – que será un paso enorme – será analizar qué otros compuestos químicos hay en nuestro medio ambiente y cómo interactúan entre sí”.
El trabajo, firmado por Richard Lea y sus colaboradores, se publicó ayer mismo 09/08/2016 en la revista Science.