Por: José Zenteno Dávila.
Los fantasmas de
Palacio Nacional ya se acostumbraron a la presencia del nuevo inquilino. Las
ánimas de Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, Francisco I. Madero, Lázaro
Cárdenas, hasta las de Agustín de Iturbide y Antonio López de Santa Anna se
aparecen de cuando en cuando en la conciencia del ahora presidente López
Obrador.
El bueno de Andrés
Manuel vive o quizá sueña -nadie lo sabe a ciencia cierta- un diálogo con los
recuerdos de esos inmortales de la patria. Las paredes del Palacio Nacional le
recuerdan que su cita con la historia aun no se formaliza. Sabe por lo que le
cuentan los fantasmas que un presidente será recordado por uno o dos hechos
relevantes. Que la entrada a las páginas doradas de la historia es una elección
que se toma en pleno ejercicio del poder y con la convicción de cumplir con el
deber al que se está llamado en su tiempo.
El acceso a los libros
de historia estaba cancelado por la vía de la cuarta transformación porque el
proyecto venía “haciendo agua”, los resultados eran sumamente adversos en todos
los frentes. Pero el destino siempre brinda una segunda oportunidad. La
irrupción de la pandemia “cayó como anillo al dedo”, pues ahora será el
pretexto histórico para justificar que el bien
intencionado de López Obrador fue incapaz de cumplir con todas las promesas
que hizo a lo largo de 18 años de campaña.
El COVID-19 resultó el
intruso perfecto de la misión histórica de transformar a México. El presidente
López Obrador no podrá concretar en su sexenio los cimientos del futuro
luminoso que imaginó para el país. Atrás quedaron las promesas de crecer al 4
por ciento y la generación de 1 millón de empleos cada año, pacificar a México
y regresar al ejército a los cuarteles, sacar de su condición a millones de
pobres, rescatar a la industria petrolera nacional y volver a los modos de
convivencia comunitaria de mediados del siglo pasado. Se dirá que el maligno
coronavirus trastocó las posibilidades de hacer de México una nación próspera,
justa y fraterna que el discurso obradorista
pregonó por todos los rincones de la patria.
Ya no será la
terquedad del jefe de las instituciones y la incapacidad de buena parte de los
funcionarios que le acompañan. El relato histórico, o al menos el discurso
oficial, podrá culpar a la pandemia de que México haya caído en un abismo de
precariedad y miseria, de delincuencia y violencia incontrolables, de
sufrimiento y desesperanza.
La realidad: el desempleo
El Instituto Mexicano
del Seguro Social informó de la pérdida de 555 mil empleos solo en el mes de
abril del 2020. Estamos hablando de empleos formales que contaban con las
prestaciones de Ley. El 66% de los nuevos desempleados tenían empleos
permanentes y el 34% eran eventuales, cientos de miles de trabajadores que hoy buscarán
en la informalidad la manera de enfrentar la crisis.
En materia de empleo
el sexenio de López Obrador obtiene una marca negativa. México registra 530 mil
empleos menos de los que había en el último mes del gobierno de Peña Nieto,
pasamos de 20.46 millones a 19.93 millones en 17 meses del nuevo gobierno.
El coronavirus no es
culpable del incumplimiento de las metas en materia de empleo. Al mes de
febrero del 2020 el país registraba tan solo 156 mil empleos más de los que
había en noviembre del 2018, un paupérrimo incremento del .76 por ciento. Y lo
peor es que México es el país de la OCDE que menos recursos ha destinado a
salvar empleos. Todo indica que entre las prioridades del presidente no está la
de mantener viva a una planta productiva capaz de sacar adelante a las familias
mexicanas después de la crisis sanitaria.
La realidad: más pobreza
El discurso del candidato
López Obrador estuvo plagado de promesas para los pobres. Nadie puede negar que
al menos en el discurso la pobreza siempre fuese motivo de su inspiración.
De acuerdo con
proyecciones que hizo el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de
Desarrollo Social -CONEVAL-, la afectación económica derivada de la pandemia
por COVID-19 repercutirá en 10.7 millones de mexicanos que se agregarán a la
pobreza extrema con respecto a los que había en 2018. La pobreza extrema se
refiere a la población con un ingreso inferior al valor de la canasta básica
alimentaria (carecen de ingresos suficientes para comer). México regresará a
las condiciones imperantes hace dos décadas, significa que se perderán 20 años
de esfuerzos por mejorar las condiciones de vida de los pobres.
Es absurdo culpar a la
pandemia sin detenerse a observar las causas directas del terrible aumento en
el número de pobres. De acuerdo con lo señalado por el CONEVAL el culpable del
aumento en la pobreza es el desempleo ya que existe una elevada correlación
entre ambos indicadores: a menores ingresos laborales crece el número de
personas en pobreza. Entonces me pregunto ¿Por qué no endeudarse para salvar a
México del desempleo si al hacerlo se salva a los pobres?
La realidad: delincuencia y violencia
El fenómeno delictivo
no se ha detenido con la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador. Las
cifras oficiales dan cuenta de meses con elevados índices de violencia. A pesar
de la pandemia con las consecuentes medidas de distanciamiento social, el mes
de marzo del 2020 fue el de mayor número de homicidios en la historia del país.
Aun no se hacen públicas las cifras de abril pero todo parece indicar que el
crimen no se detuvo en medio de la crisis sanitaria.
Hace unos días se
publicó un Acuerdo Presidencial que formaliza el uso del Ejército y la Marina en
labores de seguridad pública hasta el 2024. La decisión confirma que fracasó la
estrategia inicial del gobierno y que la Guardia Nacional no puede con el
paquete de combatir a la delincuencia al mismo tiempo que cuida la frontera del
paso de migrantes, exigencia del presidente Trump.
Realidad alternativa contra la realidad
razonable
“Ningún pretexto te hará trascender” le
recuerdan los fantasmas del Palacio Nacional, “tienes que pasar a la ofensiva,
piensa Andrés Manuel, piensa lo que te hará llegar a los libros de historia”. Y
entonces el presidente de México abrazó una idea luminosa: si no es posible
arrancar a México del neoliberalismo mediante la cuarta transformación,
entonces lo va a destruir. La nueva misión histórica es acabar con el enemigo ideológico.
Ahora López Obrador quiere convertirse en el enterrador del neoliberalismo
cueste lo que cueste. El fin de la historia contado por Andrés Manuel y no por
Fukuyama. Solo así, con esta explicación demencial, puedo entender el conjunto
de decisiones absurdas que el presidente ha tomado en las últimas semanas.
Dependerá de usted,
amable lector, si compra el discurso oficial con todo y su versión alternativa de
la realidad o le hace caso a la razón. Observar las cifras de crecimiento
económico, pobreza, desempleo, sumisión ante los americanos, corrupción, abuso,
omisión y opacidad no significa claudicar ante los neoliberales. La razón
carece de ideología, el buen juicio es patrimonio del pensamiento libre y de
personas inteligentes, hágale caso.