La Revista

El fin de una época

José Francisco Lopez Vargas
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Nadie sabe aún qué pasará en las elecciones de julio próximo. El subconsciente colectivo dice que Andrés Manuel López Obrador será el ganador de la elección, pero en sus dos intentos anteriores para estas fechas, el tabasqueño también lideraba las encuestas, esas que seis años atrás cayeron en el desprestigio y ahora, de nuevo, son santas escrituras de la voluntad de Dios.
Cuando empecé mi vida activa como periodista, allá en los años 80 en una habitación con varios télex en una pequeña redacción sobre un edificio en las calles cercanas a Bucareli, en la Ciudad de México, las notas ya narraban los horrores de un gobierno de partido único cuyos dirigentes y autoridades usaban en exceso el poder político.
Crecí con las historias narradas por los protagonistas de la matanza de Tlatelolco en 1968 y la del jueves de Corpus estudiantes asesinados por el mismo gobierno en el que el único común denominador era Luis Echeverría ya no como secretario de Gobernación sino como presidente de la República.
Me decía Uuc-kib Espadas que si hubiéramos sabido que en esta circunstancia estaríamos después de tantos años, volveríamos a pensar en la decisión que tomamos de luchar por un país diferente allá en los inicios de la década de los 80´s.
Marco Antonio también coincidió conmigo: esta será quizá la última elección en la que veremos al PRI competir como lo conocemos. Su apuesta por un candidato externo, ciudadano, aún no sabemos si será exitosa o todo lo contrario. Lo cierto, es que las manifestaciones de hartazgo más los yerros del gobierno de Enrique Peña Nieto se antojan un cóctel poco atractivo para los electores al grado de ser casi molotov estallando en el logo del tricolor.
Sin embargo, la desaparición del PRI y su logotipo no será completa en caso de que suceda. Por el contrario, los partidos políticos de oposición se han encargado de ser lo más parecidos al dinosaurio hegemónico al extremo de clonar sus prácticas, de abusar igual o peor del poder y de no poder encontrar honestidad ni para sus militantes.
Andrés Manuel clonó el cinismo del priismo capaz de presentar elección tras elección a Romero Deschamps, a gobernadores estilo los Moreira, o los Duarte, o los Yarrington: sólo deben de rendirle pleitesía, de confesarle sus pecados –previo donativo, por supuesto- para obtener el perdón de quien se ha erigido así mismo como el detentor de la verdad absoluta, del perdón absolutorio y de las segundas oportunidad que sólo da el arrepentimiento.
De poco o nada han servido las exhibiciones más cínicas de corrupción de un candadito que pareciera justificar todo los excesos de sus adversarios. Nada puede lesionarlo: ni los vídeos de Carlos Ahumada repartiéndole dinero a sus colaboradores Bejarano o Carlos Imaz; o un Gustavo Ponce jugando en Las Vegas y menos la redención de Napoleón Gómez Urrutia o Nestora Salgado para ser los abuelos de la República, en el Senado.
Ricardo Anaya no pareciera muy diferente al priista más avanzado: lava dinero, comete excesos en sus encargos de poder, secuestra el partido y las decisiones, impone candidaturas incluida la de él a la presidencia más la de los estados que se someten violentando o haciendo a un lado la tradición panista de definirlas en asamblea.
Los panistas, el gobernador Corral logró exhibirlos, privilegian los recursos sin importar que éstos sean discrecionales. En su pleito con la Federación, el gobernador de Chihuahua reculó cuando le dieron los 700 millones que exigía y no demandó cuando le agregaron 200 millones adicionales. Mientras eso se resolvía, ni un solo gobernador, panista, perredista o priista, lo apoyó. Ni uno solo protestó con él y nadie avaló su protesta.
Finalmente, José Antonio Meade es el candidato del PRI que decidió ir con un externo porque entre sus filas no encontró –había varios- personajes que pudieran convencer a la ciudadanía de su honestidad o de su distancia del actual gobierno federal.
José Antonio Meade no sólo acreditó ser el más honesto y el más preparado, sino también el más interesado en contender por la presidencia pero siempre alegando su postura como ciudadano independiente, sin militancia partidista.
La idea parecía innovadora, pero a estas alturas los priistas parecieran que no lo están haciendo suyo y los ciudadanos le reclaman su actuación en un gobierno que, hay que admitirlo, será recordado por los niveles de corrupción e impunidad.
En realidad, el PRI sigue siendo el mismo partido que postuló, desde hace 80 años, a militantes y autoridades que abusaban del poder, que hubo necesidad de redimir en un sexenio que fue por la renovación moral y que no sirvió de mucho para enmendar la plana a quien lo antecedió y a quien lo siguió en el siguiente sexenio.
Meade no convence a la mayoría de la gente. No puede desligarse de los fraudes en los que se han visto implicados los gobernadores, Duarte, los dos; Borge, Moreira, Vallejo, en una lista que sólo incluye a los actuales, pero que pareciera suficientes como para rebosar el vaso del hartazgo social.
En esta elección es posible que sea la última vez que veamos las siglas del tricolor como las conocemos, pero las mañas, la manera de hacer política esa no desaparecerá porque hoy todos los partidos han sido capaces de emularlo. ¿Por quién votar?
La decisión pareciera más compleja de lo que se ve, pero en verdad los mexicanos votarían este julio por un priista, sólo que abanderado por otro partido. Así de grave, así de cierto.

José Francisco Lopez Vargas
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