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El final de Chespirito

David Moreno
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En la pantalla, por: David Moreno. 

Hace un par de años platicaba en La Habana con colegas
comunicadores provenientes de diversos países latinoamericanos. Participábamos
en un diplomado sobre patrimonio cultural y en las charlas de sobremesa
solíamos discutir alegremente sobre muchos temas que nos hacían descubrir los
referentes que en común teníamos en todo el continente. Yo tenía la impresión
que en algún momento el “Chavo del 8” iba a aparecer en aquellas entrañables y
divertidas charlas. Y así fue, al aroma de un café cubano pude comprobar que en
varios países del continente “Chespirito” es una referencia para muchos de
quienes crecieron viendo una televisión de otro tiempo, de otra manufactura.
Pero lo más sorpresivo fue la reacción de algunos de mis comensales cuando
manifesté que en realidad a mi me daba cierta vergüenza el hecho de que México sea
reconocido e identificado por el programa creado por Roberto Gómez Bolaños.
Entendí entonces que con los años en México hemos aprendido a mirar al
“Chapulín Colorado” con otros ojos, con un enfoque mucho más crítico que
resulta en algo complicado de entender para quienes no vivieron bajo la
influencia de una empresa como Televisa en los años setenta, ochenta y noventa del
siglo pasado.  

Fueron el tiempo en el que Televisa se convirtió en un importante
instrumento de un régimen autoritario y que tuvo en las oficinas de Chapultepec
18 a uno de sus más grandes aliados, alguien que entendió a la perfección el
papel que le tocaba jugar no solamente para mantener sus privilegios, sino –
como él lo dijo – para ser un soldado del partido gobernante ayudando a que la
sociedad desvíe la mirada lejos de los asuntos relevantes y que atañían a la
triste realidad nacional. Emilio Azcárraga Milmo transformó a su empresa en una
maquinaria de la desinformación y la manipulación mediática. Y en ese sentido
el programa de Gómez Bolaños contribuyó a crearle a la población una imagen
romantizada de la pobreza. El Chavo y los habitantes de su vecindad eran
personajes que se conformaban con su situación, no tenían aspiraciones, no
tenían en su narrativa ningún tipo de arco de transformación que les permitiera
acceder a un mejor nivel de vida. Estaban condenados a una existencia llena de carencias
la cual aceptaban apaciblemente reflejando, a pesar de ello, una felicidad
absoluta. Los “gags” que formaban la mayor parte de los elementos cómicos del
programa eran repetitivos y contribuían a ese ambiente de evasión que reinaba
en la vecindad. En resumen: Chespirito se convirtió en un adalid de todo
aquello que le convenía a la sociedad que la empresa para la que trabajó mantuvo
con el viejo régimen.

Los tiempos han cambiado y Televisa ya no es la compañía
dominante del mercado, ni mucho menos la máquina de producción que maquilaba
programas para toda América Latina. Su influencia ha ido a menos en gran parte
porque también esa población a la que ayudó a mantener adormilada ha comenzado
a despertar. Nunca contaron con la astucia de la tecnología y hasta cierto
punto minimizaron el impacto que pudieran tener las multinacionales plataformas
de distribución de contenidos vía streaming. Se quedaron atrás y por ello han
tenido que deshacerse de productos que los ataban a otras épocas, a una
realidad completamente diferente a la actual. El anuncio de la salida de los
programas de Chespirito en la televisión abierta de todo el continente aparentemente
se debe a un asunto de contratos: Televisa – dueña de los derechos del programa
– no renovó sus acuerdos comerciales con Grupo Chespirito que tiene los
derechos de los personajes. Pero eso es solamente un pretexto pues en realidad
a la televisora mexicana no le interesa más renovar un programa que pertenece a
un pasado que está intentando dejar atrás, un pasado que sigue siendo una loza
que no le permite ser competitiva en un mundo más abierto, más diverso y con
una sociedad que poco a poco ha ido despertando de su letargo y que ha
comenzado a transitar por un camino que poco a poco la está llevando a
convertirse en un ente más crítico y exigente. Televisa quiere borrar su imagen
pasada y trata de cambiarla por un futuro en el que busca que sus contenidos
aún sean relevantes y sobre todo rentables; en consecuencia las producciones,
el humor y la manera de interpretar la vida de Chespirito ya no tienen cabida
en la programación de sus canales o sus plataformas digitales.

Roberto Gómez Bolaños siempre fue un personaje en extremo
conservador. Su adhesión a proyectos políticos de derecha, su oposición a
derechos como el aborto o sus giras auspiciadas por las más terribles
dictaduras del continente como la de Pinochet, nos han hecho, con el tiempo, tener
un mejor retrato del talante del hombre tras el Chavo y el Chapulín. Está claro
que sus programas estarán para siempre en plataformas como YouTube, pero el
hecho de que desaparezcan de la televisión abierta es muy significativo.
Tuvieron que pasar casi 50 años para que eso suceda, pero es un paso importante
pues detrás de la supuesta inocencia del eterno niño que felizmente dormía en
un barril se encontraba un discurso alienante y que contribuyó al letargo
social de un país – de todo un continente – que requiere dar vuelta a esas
páginas para comenzar a escribir otras que tengan el sello de la diversidad
como su marca distintiva e indeleble.

David Moreno
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