Japón enfrenta una fase de inestabilidad política tras la derrota del Partido Liberal Democrático (PLD) en las elecciones generales celebradas el pasado 27 de octubre. Esta pérdida ha puesto en jaque al primer ministro Shigeru Ishiba y a su aliado en el gobierno, el partido budista Komeito, quienes, según resultados preliminares, no alcanzaron la mayoría en la Cámara Baja, una situación inédita en los últimos 15 años. Los resultados marcan un cambio significativo en la política japonesa, en la que el PLD ha sido la fuerza dominante casi sin interrupciones desde 1955.
Las encuestas previas indicaban que aproximadamente un 30% de los votantes no había decidido su voto, revelando un profundo descontento con el partido gobernante y una apertura a otras opciones. Los escándalos recientes, entre ellos uno relacionado con fondos ilícitos bajo la administración del ex primer ministro Fumio Kishida, han erosionado la confianza en el PLD. Ishiba, quien asumió la jefatura del gobierno y disolvió la Cámara Baja, esperaba recuperar la confianza de los votantes; sin embargo, los problemas internos del partido y las críticas a sus políticas pesaron negativamente en los comicios.
El Partido Democrático Constitucional (PDC), principal partido de oposición, logró capitalizar esta insatisfacción, sumando escaños y fortaleciéndose como una alternativa política viable. Su líder, el ex primer ministro Yoshihiko Noda, ha propuesto políticas de corte más progresista, que han atraído a una parte de la población descontenta con el modelo conservador del PLD.
Ahora, con la Cámara Baja fragmentada, Japón enfrenta un complejo escenario de negociaciones y posibles alianzas para formar gobierno. Esta situación es particularmente relevante para las relaciones internacionales de Japón, ya que se espera que Ishiba mantenga el enfoque en su alianza con Estados Unidos, en un contexto donde la estabilidad en la región de Asia-Pacífico es crítica.