La Revista

El honor de estar Todo cambia…

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas.

Hace ya 30 años que inició publicaciones la Revista Peninsular. Eran días muy movidos cuando este semanario vio la luz pública. Era 1988 y vaya que en esos días había mucho que reportar no sólo en el país sino también en Yucatán.

Eran los últimos días de Víctor Cervera Pacheco en el gobierno, también de la sucesión local y su encumbramiento nacional como secretario general adjunto del PRI en la campaña de Carlos Salinas de Gortari y luego secretario de la Reforma Agraria.

Eran los días de Manuel Clouthier y Cuauhtémoc Cárdenas y el inicio de lo que sería un gobierno de muchos contrastes pero marcado siempre por el fraude electoral cuyo actor principal hoy será director de la Comisión Federal de Electricidad, en el nuevo gobierno, ese que ofrece la 4º transformación del país.

Mucho ha pasado en los 30 años que ahora cumple la Revista Peninsular donde he tenido el privilegio de colaborar no sólo hoy sino también hace ya algunos años.

Eran mis días de reportero en el Diario de Yucatán cuando Eduardo Menéndez Rodríguez inició esta aventura, pero no fue sino hasta algunos años después, ya como corresponsal del semanario Proceso cuando tuve el tiempo suficiente para colaborar con Eduardo, quien por el trato y la confianza se convirtió en el padrino de mi boda.

Hondas raíces y afectos me unen hoy a la celebración. Han pasado más de 18 años de la muerte súbita del entonces director una mañana muy temprano.

Muchas emociones también son parte de los recuerdos personales de estos 30 años de oficio periodístico de la Revista y un recuento personal de los más de 37 años de vida periodística que me han tocado vivir. Con gratitud y nostalgia recuerdo mis días en Diario de Yucatán, al que llegué por invitación de Manuel Triay Peniche; o mis días en el semanario Proceso y la agencia APro, donde caí gracias a mi gran amigo y compañero Pascal Beltrán del Río.

Eran días muy intensos. Compartía experiencias en la Revista mientras cubría la salida de Víctor Manzanilla Schaffer por haber reconocido el triunfo de Ana Rosa Payán en 1991, a quien acompañé también en esos años en su marcha de protesta por las modificaciones constitucionales locales que daban margen a un mini periodo de 18 meses de un gobierno de transición al que llegó, de nuevo, Víctor Cervera Pacheco, para su segundo mandato, en una versión muy distinta al que pasaba una hora en los bajos de Palacio atendiendo a la gente allá en su primera gestión cuando nadie reparó por su ilegal imposición como interino ratificado en el cargo, pero cuando se convirtió en el gran constructor de la infraestructura del Yucatán del siglo XX.

En La Revista me dieron oportunidad de escribir varios artículos durante el gobierno interino de Dulce María Sauri. Su enfrentamiento con Ana Rosa Payán, desde su llegada violando la Constitución yucateca, que fue motivo de un escándalo nacional que seguiría a varios más como la golpiza con porros de la policía y de su gobierno contra Severino Salazar Castellanos y la arenga de matarlo que gritaba desde el balcón de palacio el entonces senador Nerio Torres.

La pugna entre Ana Rosa y Dulce despertaba curiosidad, incredulidad también como la expresada por Blanche Pietrich en un viaje a Guatemala.

El escándalo de la desobediencia de Cervera a una orden de Gobernación; la abyección de la presidenta del Consejo Electoral, Elena Castillo, para ponerse a las órdenes del candidato Cervera y su negativa a digitalizar las actas como exigían hasta en el PRI nacional.

La historia del Yucatán del término del siglo pasado plasmada en las hojas del semanario igual que cuando se abrió el milenio. La llegada de un gobernador al que un 13 de septiembre el periódico El Financiero publicó que desde su oficina de seguridad en la secretaría de la Reforma Agraria se había tramitado el permiso de portación del arma que se le decomisó al Chapo Guzmán en su primera detención y el recuerdo de la acusación del secretario de la Defensa Nacional, Juan Arévalo Gardoqui, de proteger a los narcos en Yucatán. En La Revista se publicaron temas que eran vetados por otros medios, denuncias y excesos.

Salí del semanario por una diferencia personal con el director que sobrevino en momentos en los que no pudimos ver la traición de quienes habían llegado después de mi, por mi recomendación, a este semanario. Ni uno de esos traidores están hoy para la celebración, uno en prisión y el otro…, no vale la pena.

Al fallecimiento de Eduardo, Rodrigo se hizo cargo de una empresa que él ha sabido encaminar. Entendió que las batallas de otros no se hacen propias, pero tuvo que lidiar algunas de las que ha salido airoso, y emprendió un camino que lo ha mantenido a flote y hoy dirige un medio que se convierte cada día en algo que se adecúa a los tiempos y se mantiene vigente.

Renovarse o morir es el lema, y nada es más cierto que lo único permanente es el cambio, como diría Heráclito.

La Revista Peninsular cumple 30 años y deseamos que sean otros 30 más y que podamos acompañar a Rodrigo en ese derrotero.

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