La Revista

El huach de la clase

Francisco Solís Peón
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Por: Francisco Solís Peón

                                                                                                                 A la Nena, que me curó muchas heridas físicas en mi niñez,
                                                                                                                                                                               Sin ser su hijo.


Cuando uno cumple medio siglo de vida terrenal entiende algo: La muerte corporal se palpa, adquiere tonos de posibilidad real. Imagino que es un proceso inevitable, irreversible, inexorable.

Sin embargo la imposibilidad de enfrentarse a la consecuencia más lógica de la vida no implica un mágico ungüento contra el estupor, la tristeza, que representa la partida de un gran amigo hacia…

Si la infancia es destino, el mío, al menos cambió una mañana de febrero de 1977, cuando individualmente, solo, (algo que no se estilaba en un niño de 7 años), llegó a la puerta del salón 4 del Colegio Montejo un chaval llamado Ricardo Bermúdez Cabrera; según esto le mostró a la maestra Georgina Arjona un papel que lo acreditaba como alumno de la escuela y acto seguido se colocó en la segunda fila de la clase con total desenfado.

Nos llamó la atención en el momento pero rápidamente fue asimilado, uno más. Nunca lo fue, destacó siempre, en deportes, en las calificaciones, pero sobre todo en actitud; afable, amigo de todos: Cualquiera podía pensar que llevaba en Mérida toda la vida no únicamente un año.

Muy pronto descubrimos que vivía en la antigua carretera a Motul (en realidad la calle 17 de la colonia México y territorio vedado para bicicletas)). Íbamos y veníamos, hasta ese monte llamado hoy “Prado Norte”, buscando en la “virula” atajos para llegar a la “Carrillo Puerto”, a la “Alemán”, y regresábamos por “La México Oriente” a través de la “Díaz Ordaz”; muchas veces con los faros de los coches en la cara. Siempre he pensado que la preocupación de nuestros padres era genuina pero exagerada. Cuando llovía, no había excursiones, la casa de los Bermúdez Cabrera nos daba hospedaje a todos.

Luchas en lodo, soccer cochino, football americano tacleado en un pavimento que no podría ser superado siquiera por un helicóptero en vuelo. Infancia más feliz ¡imposible!

Años, tres más o menos; sucedió algo imposible en la Ciudad de México: Que me encuentro a mi amigo Richie en una miscelánea de la colonia del valle; Bro no puedo creer mis ojos, y tú?

La manga pues, nunca fue del todo yucateco ni del todo chilango: Tal vez en la última parte de su vida se puso un poco tabasqueño.

Nunca perdió la personalidad, ni aún en los peores momentos (me consta).

Fue un niño grande, un adolescente responsable, un adulto desmadroso pero siempre… Siempre, UN GRAN AMIGO

Richie, algunos trabajamos todos los días por una posteridad que para ti se te daba fácil, la tuya fue una actitud simple; a la postre todos te recordaremos como te mereces: Con infinito cariño.

Francisco Solís Peón
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