La Revista

El inmenso triunfo de Claudia Sheinbaum

Por Venus Rey Jr

La tremenda victoria de Claudia Sheinbaum debería ser una lección de humildad para todos aquellos que se sienten superiores y desprecian al pobre, al humilde, al de piel morena, y que hablan del pueblo en tercera persona, despectivamente, como si ellos no fueran parte del pueblo. A ese sector de la población le parece que está viviendo la peor pesadilla y que la democracia ha muerto. Dicen, con toda la arrogancia que son capaces, que será el gobierno de los nacos y resentidos. No sirvieron las cadenas de oración para “salvar” a México ni los rezos a la Virgen de Guadalupe que con fervor muchos opositores del gobierno circulaban en las redes; tampoco sirvió que Xóchitl Gálvez exclamara en Monterrey: “Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?” Más bien pareció lo contrario: si existe Dios, si existe la Virgen de Guadalupe, parece que le van a Morena y a Claudia Sheinbaum. Vox populi, vox Dei.

A mí me parece muy notable, y habla muy bien de todos los Sheinbaum Pardo, que esta familia de inmigrantes tenga, en la tercera generación, a la presidenta del país al que llegaron. Imagine usted que se va a otro país con lo que trae puesto, sin siquiera hablar el idioma, y que luego uno de sus nietos sea el presidente de ese país. Los abuelos paternos de Claudia Sheinbaum llegaron en los años 1920 a México, procedentes de Lituana; los abuelos maternos llegaron de Bulgaria a principios de los 1940, huyendo del holocausto y de la barbarie nazi. Y ahora la nieta de estos inmigrantes será la presidenta de México. Una historia de éxito, sin duda, más en una nación eminentemente católica y machista que siempre ha visto con recelo a las comunidades religiosas minoritarias, entre ellas a los judíos, a quienes estúpidamente culpan de la muerte de Cristo.

De las treinta y dos entidades federativas, Claudia Sheinbaum ganó en treinta y una. Solo perdió en la muy católica y poco poblada Aguascalientes. Su triunfo se extendió a las senadurías. La fórmula de Morena y aliados triunfó en treinta Estados. Solo en dos ganó la oposición: Aguascalientes y Querétaro. De los 300 distritos uninominales para elegir diputados, Morena se llevó el triunfo en 256. Morena y aliados tendrán muy probablemente mayoría calificada en el Congreso para reformar a placer la constitución. La victoria de Claudia Sheinbaum fue monumental, mayor que la de López Obrador hace seis años. Y esto es prueba inequívoca de algo que muchos no quieren aceptar: que la inmensa mayoría de los mexicanos apoya a López Obrador y está contenta con su gobierno.

Cuando escucho lo que dicen o leo lo que escriben ciertos periodistas y opositores –qué vergüenza los de Atypical TeVe, por mencionar solo un ejemplo–, me da pena y risa. Dicen que perdió México; que ganó el narco, la corrupción y la violencia. Dicen que ganó la ignorancia, el resentimiento, el conformismo. Con ello expresan el desprecio que sienten por los humildes. Dicen que ganó el comunismo y la tiranía. Dicen que un pueblo de pendejos le ha entregado todo el poder a López Obrador a cambio de unas dádivas, y que él seguirá gobernando a través de Claudia Sheinbaum. No perdió México. El pueblo de México se manifestó de manera contundente y firme. ¿Quién se arroga el derecho de menospreciar a los mexicanos y de imponer su minoritaria opinión sobre el país entero? Eso se llama prepotencia y vanagloria. ¿Quién se atreve a decir que alguien es idiota si votó por Morena? Eso se llama soberbia y clasismo. No ganó la ignorancia. Al contrario: la ignorancia es de quienes no dan crédito a la victoria de Morena, pues prueba que no tienen idea de nada y que están por completo desconectados de la realidad. No era posible el triunfo de la oposición. Así de simple. Llámeme usted chairo, pero yo digo las cosas como son. Y no que lo diga a toro pasado; lo dije desde el principio, y ahí están mis artículos.

Los mexicanos saben lo que votaron, el presidente y Claudia Sheinbaum se ha encargado de dejarlo muy claro: una radical reestructuración del Estado Mexicano que implica profundas reformas en materia electoral, judicial y democrática. No podrá hablarse de engaño. Los votantes de Morena saben que López Obrador quiere transformar al INE, desaparecer a los organismos autónomos, eliminar a los diputados y senadores plurinominales, reformar al poder judicial de manera que los jueces federales, incluyendo los ministros de la Suprema Corte, sean electos por voto popular; dejar a los militares cumpliendo permanentemente funciones de seguridad pública, y muchas cosas más. No estoy de acuerdo con algunas de esas reformas constitucionales, pero el pueblo de México ha confiado en López Obrador y quiere que siga la llamada transformación al mando de Claudia Sheinbaum a partir del 1 de octubre. Si eso es lo que desea la inmensa mayoría de los mexicanos, así sea. Que se necesitan cambios, no hay duda. Si los mexicanos creen que esos son los cambios y confían en Claudia Sheinbaum, lo mínimo que puede hacer cualquier persona de buena voluntad es desear que su gobierno sea muy exitoso y que ella sea la mejor mandataria en la historia de México.

Y mire usted que mucha falta nos hace tener buenos presidentes. El Estado Mexicano estuvo secuestrado por el PRI durante setenta años, y cuando volvió en 2012, con Peña Nieto, se convirtió en un espectáculo pornográfico de corrupción y cinismo. El PAN estuvo doce años en el poder, y créame que fueron doce años de terror. La desigualdad creció porque para el PRI y el PAN que México prosperara significaba que ellos y sus amigos privilegiados se enriquecieran. Siendo México un país tan rico y con tantas potencialidades, resulta sarcástico e hiriente que haya tantos pobres. ¿Por qué? Porque el progreso no era compartido. El pueblo mexicano ya lo vio con claridad. Nadie había dicho antes “primero los pobres”; al contrario: primero ellos, los ricos, los poderosos, la casta divina. Se inventaron el cuento según el cual si los ricos se hacían más ricos, los beneficios se escurrirían desde arriba para regocijo de los de abajo. Hasta la metáfora es ofensiva, porque presupone que lo que cae al final son las migajas y las sobras, y que con ellas se deben conformar los jodidos. En el momento que los mexicanos vieron esto con claridad fue inevitable el triunfo del obradorismo. El obradorismo llegó para quedarse, incluso más allá de López Obrador. Pasarán décadas y seguirá siendo una fuerza política importante, y muchos serán sus partidarios.

Los partidos tradicionales pueden desaparecer, empezando por el PRD. Vea usted al PRI, otrora todopoderoso, hoy será una fuerza ridícula y minúscula, menor que el PT, menor que el Verde, menor que el PAN. ¿Y sabe qué? Se lo tiene más que merecido. Los partidos tradicionales que tanto daño han hecho al país y que ahora se unieron como oposición viven su más amarga hora, ahogados en sus miserias, cegados por sus soberbias, repudiados por la inmensa mayoría de los mexicanos, derrotados y en vías de extinción, y sin entender siquiera por qué perdieron tan estrepitosamente. Están cosechando lo que sembraron por décadas. Morena, más que un partido, es un movimiento, y por eso queda en gran medida a salvo del hartazgo que siente la mayoría de los mexicanos por los partidos. PRI-PAN-PRD están más hundidos que nunca. No perdió México: perdieron ellos.

La presidencia de la república, siete de nueve gubernaturas, una virtual mayoría calificada en el Congreso de la Unión y una muy amplia mayoría de los 20 mil cargos públicos a nivel local que se eligieron también el 2 de junio: esa es la descomunal victoria de Morena. Y la Ciudad de México también. Ganaron once de dieciséis alcaldías y veintisiete de treinta y tres distritos locales. Una victoria así otorgará a Claudia Sheinbaum un poder que ningún presidente ha tenido desde 1997, ni siquiera el propio López Obrador. 

Ahora sí es literal: en manos de Claudia Sheinbaum estará el país. Tiene todos los elementos para hacer de México una nación más justa, más próspera, más equitativa, más igualitaria. En suma, tiene todos los elementos para hacer un México mucho mejor. Pero también existe el riesgo de que la falta de contrapesos y de oposición se traduzca en decisiones contraproducentes. Claudia Sheinbaum es una mujer inteligente y tenaz, una mujer genuinamente de izquierda, con sentido social; una mujer que tomará la batuta y dirigirá con energía esa caótica sinfonía que es México. ¿Hará buen uso del inmenso poder que le acaba de conferir el pueblo? Hago votos para que así sea.

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