Por Eduardo Sadot
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El grito de libertad, igualdad, fraternidad que irrumpiera en el mundo desde la revolución francesa, surgió del reclamo de las desigualdades entre los individuos, el ejemplo más simple, es la manera de dirigirse a los nobles como, su alteza, su majestad, su eminencia, su excelencia, su usía, su ilustrísima, su señoría, etc. Todo eso cambió para igualar a las personas con la palabra mágica de ciudadanos, en francés “citoyens”. Pero aún ese cambio no los hizo iguales, porque el concepto de igualdad es aún más complejo, incluso entre personas del mismo sexo.
Así como mencionó el Doctor Raúl Contreras Bustamante – en su artículo titulado “Elecciones, poder ciudadano” publicado en Excelsior el pasado sábado 5 de junio 2021. “La concepción filosófica de la igualdad entre gobernados y gobernantes de manera radical el ascenso, así como el ejercicio del poder ”De ese modo, se impuso la igualdad, para ascender al poder y su ejercicio, también la igualdad para ejercer el derecho a votar, su igualitario derecho a sufragar. Pero ello, no debe garantizarse justicia y certeza, lo que significa que ser mayoría, no es obligatorio, ni justa ni acertada, es solo eso, mayoría, desprendida de las cualidades de valor certeza y justicia. Para ello, basta ver el ejemplo de la consulta convocada por Pilatos para crucificar a Cristo o la condena de Sócrates a beber la cicuta.
Ahora bien, esa herencia de igualdad en la que se funda y basa la democracia y la república, es la razón y fundamento, para justificar el derecho a sufragar, a votar, como derecho igualitario, de todos los ciudadanos “citoyens” despojados de cualquier título o palabra que le anteceda. Pero tampoco eso garantiza la igualdad. La igualdad para que alcance su cometido esencial, debe acompañarse siempre de dos palabras “entre quienes” “de qué” y “para qué” la igualdad es, de esa palabras compuestas, sin cuyo complemento no se perfeccionan, ni alcanzan su propósito.
La igualdad entre los ciudadanos se consagra como postulado supremo en las constituciones, en los sistemas jurídicos y en el Estado de Derecho, pero para lograr su objetivo, hay que complementaria “entre quiénes” entre las personas, “de qué” de derechos, ” para qué ”para tener un trato igualitario, por el Derecho.
En ejercicio de esa igualdad, entre “los electores”, ejercen su derecho a votar y ser votados, para elegir la mejor opción. Pero es aquí precisamente donde la ecuación no se completa, donde el silogismo de esa lógica se rompe, donde el fin último, no se alcanza o al menos no se cumple a cabalidad, porque para tomar una decisión se requiere – no solo que el elector esté abundantemente informado sino – aún más que eso – conocer, tener igualdad de conocimiento mínimo – como herramienta – para poder decidir.
Aquí está el problema de las democracias la heterogeneidad
ideológica de una sociedad es una cosa, pero el criterio para tomar decisiones
es otra y es la condicionante que debe determinar la decisión y no la carencia
de información, que evalúa el criterio o capacidad de análisis para decidir.
Así la sociedad habrá de forzar su evolución, exigiendo a los partidos educar –
que no adoctrinar – para lograr la evolución cívica del ciudadano necesaria,
para ejercer el voto. Sin esa condición, no hay democracia, es un engaño, una
mentira colectiva.