Por: Federico Berrueto.
La singular forma de gobernar de López Obrador
privilegia lo que su idea del deber dicta sin importar razón o evidencia. Por
sus propias palabras conocemos que la decisión de cancelar la obra del
aeropuerto de Texcoco no sólo se hizo sin mediar estudio o diagnóstico; la
opinión de sus colaboradores tampoco importó. Sin considerar razones ni costos
pensó que una determinación de tal naturaleza le permitiría definir desde el
principio su relación con los hombres más ricos del país, muchos de ellos
involucrados en la obra. El poder presidencial da para todo, incluso frenar una
obra pública en proceso, necesaria y emblemática del régimen que terminaba. La
indemnización fue generosa y a costa de los usuarios presentes y futuros del
aeropuerto Benito Juárez, a pesar de haberlos señalado como corruptos y
ventajosos.
El presidente López Obrador tiene ideas fijas y a
partir de ellas actúa. Ha aprendido muy poco del ejercicio del gobierno y ha
ratificado mucho su idea sobre el ejercicio vertical, autoritario y
discrecional del poder presidencial. Se regocija en el deterioro de la
oposición formal, del servilismo de las élites y del apoyo popular a partir del
ejercicio abusivo y autoritario del poder presidencial.
El presidente, a menos de seis meses del ungimiento
del candidato o candidata presidencial y a 18 meses de la entrega del poder,
resolvió comprar 80% de la generación de la empresa global Iberdrola. Un
triunfo para él y una ratificación a la visión estatista del régimen, aunque el
pago correrá a cuenta no de su gobierno, sino de las administraciones futuras.
Además, quien paga es el gobierno, pero quien compra es una entidad privada,
Mexico Infrastructure Partners, la que rentará las plantas a la CFE.
En perspectiva no fue una mala compra, pero las
condiciones de rentabilidad de la empresa privada cambian por la deficiente
capacidad gerencial y por los privilegios laborales en la CFE. La
administración de Manuel Bartlett acordó disminuir la edad de jubilación de 65
a 55 años, lo que incrementa significativamente los costos laborales. Todo
mundo sabe que los trabajadores de la CFE son la aristocracia del sector obrero
o laboral mexicano.
Por su parte, Iberdrola resuelve a alto costo su
desencuentro con las autoridades, supera diversos litigios en curso y obtendrá
capital para apuntalar su apuesta a las energías limpias; lamentablemente mucho
de ello irá a EU, país que sí ofrece certeza y confianza o Brasil, donde el
mismo CEO de Iberdrola, Ignacio Galán en encuentro con el presidente Luiz
Inácio Lula da Silva anunció una inversión de más de cinco mil millones de
euros. México compra unidades de generación de ciclo combinado, pero no el
potencial innovador y empresarial de Iberdrola, que tanto vale y poco aprecia
Manuel Bartlett.
La CFE no paga por la compra, lo hace el país con
cargo al fondo de inversión en infraestructura. La recuperación del gasto no
estará en el cálculo de los resultados, sí para el país. De alguna manera, los
120 mil millones de pesos habrán de pagarse y al igual que los gobiernos de
antes, lo harán las generaciones futuras, una manera poco elegante de saludar
con sombrero ajeno.
De cualquier manera, el presidente López Obrador se
alza con un importante triunfo en su objetivo de estatizar la producción de
energía eléctrica, aunque todavía está por resolverse la aprobación de la
Comisión Federal de Competencia Económica. De cualquier manera, es deseable que
con esa victoria se reemprendiera una postura más flexible y amigable al
empresario privado, incluyendo a la misma Iberdrola para ampliar la inversión
en energías limpias. Por cierto, en los números globales, la compañía española
mejora su presencia como una empresa comprometida con la generación de energías
limpias, atributo de la mayor importancia en la transición energética a la que
se ha comprometido el mundo.
En una perspectiva de momento la operación favorece
más al comprador que al vendedor; sin embargo, en términos futuros, el
beneficio es mayor para la empresa que para el gobierno, precisamente por la transición
energética en curso. México, a costa de los pagos a futuro apostó al pasado y a
la popularidad del presidente; Iberdrola al presente, al mañana y a las
energías limpias. Como tal, ganó Manuel Bartlett, pierden Rogelio Ramírez de la
O y Jorge Mendoza de Banobras; pero más que ellos, los mexicanos, quienes
habrán de fondear el singularísimo ímpetu inversor del presidente López
Obrador.