La Revista

El pecado no tiene domicilio

Aída López Sosa
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Por: Aída Maria López Sosa.

Los
pecados escriben la historia, el bien es silencioso. 
Johann Wolfgang
von Goethe, poeta y novelista alemán.

El
pecado no es objeto de estudio de ninguna ciencia. No encuadra dentro de las
ciencias filosóficas como la Lógica, la Ética y la Psicología, debido a que
ninguna es capaz de dar una explicación del pecado. El único sitio en donde
encuentra un espacio es en la Teología, donde se intentan articular
teóricamente las verdades reveladas por Dios, por lo tanto el pecado es un
dogma; puede pertenecer a la Ética solo a través del arrepentimiento. En este
sentido el pecado se trata de explicar con el recurso del pecado original, el
que cometió Adán por comerse el fruto prohibido del paraíso, lo que derivó en
su angustia y la de todos los individuos que habitamos la tierra posterior a
él.

La Teología se ha centrado en explicar el
pecado original por sus consecuencias, no en esclarecerlo. Es incomprendido por
la inteligencia humana y solamente aceptado por la revelación bíblica. El que
cometió Adán tiene como consecuencia la pecaminosidad, lo que lo diferencia del
primer pecado de cualquier mortal, es por ello entonces que a Adán se le sitúa
fuera de la especie humana y por ende el pecado puede considerarse que no
comenzó con él, pero en contraparte nuestra existencia se explica a través de
él. La inteligencia tiene varias razones para cuestionar la existencia del
pecado antes del primer hombre, quien solo ha pasado a la historia por ser el
inventor del pecado original.

En el relato genesíaco la serpiente
resultó más astuta que todos los animales y sedujo a la mujer, esta tentó al
hombre, dándole la mayor carga culpígena al “sexo débil”, a pesar de que este
es una derivación del “sexo fuerte”, lo que confirma que lo derivado nunca es
perfecto como el original en el caso de la especie humana únicamente. Lo cierto
es que quedaron establecidas dos cosas; el pecado vino al mundo para quedarse,
lo mismo que la sexualidad, sin que lo uno pueda separarse de lo otro, ya que
el pecado entra al mundo a través del individuo y no de otro modo -los animales
y las cosas no pecan-. Muchos se preguntarán qué hubiera pasado si Eva no
hubiera sucumbido a la tentación y Adán hubiera hecho lo propio, es decir,
seguir la instrucción de Dios en un lenguaje seguramente distinto al nuestro,
esto suponiendo que lo haya comprendido.

Bien dicen que el “hubiera” no existe y no
es pertinente entrar en especulaciones y perder el objetivo ya que podría
pasarnos lo que a “Elsa la Lista”, protagonista de uno de los cuentos menos
conocido de los Hermanos Grimm, a quien se le olvida la cerveza que le había
encargado su padre en medio de su petición de mano, a raíz de que en el sótano
donde bajó a buscarla encuentra un piqueta colgada que habían dejado olvidada
los albañiles. Elsa se angustió solo de pensar qué sería de su hijo -aún no
concebido- si se le cayera en la cabeza. Solo de imaginarlo se echó a llorar
olvidando el encargo. Los invitados fueron bajando uno a uno y la acompañaron en
su dolor hasta que el último en hacerlo fue el novio, quien los sacó del
trance.  

La Biblia afirma que el pecado no existía
antes de Adán, pero gracias a este quedó establecida la pecaminosidad y la
sexualidad que dio comienzo a la historia de la especie humana, la cual está
cargada del reflejo de la angustia por el pecado original. Del pecado se deriva
la angustia, el vértigo de la libertad cuando el espíritu trata de explorar sus
posibilidades. Dicho lo anterior es pertinente hacer una diferenciación entre
la angustia objetiva y la subjetiva, donde la primera es resultado de una
generación en todo el mundo y la segunda, es consecuencia del propio pecado.

La
diferencia entre el bien y el mal se hizo patente al momento de comer el
fruto prohibido, junto con esta diferencia apareció la diversidad sexual en cuanto
a impulso, sin embargo, esa posibilidad de libertad es la causante de angustia,
una emoción humana, ya que ni los animales ni los ángeles la sienten, por lo
tanto hay que aprender a angustiarse a fin de evitar la ruina.

En otro cuento de los Hermanos Grimm: “El
mozo que quería aprender lo que es el miedo”, se cuenta la historia de dos
hermanos, donde el mayor era el inteligente y el pequeño el tonto, para todas
las cosas complicadas había que recurrir al primogénito, ya que el pequeño era
incapaz, sin embargo, este no sentía miedo de nada. Cuando su padre lo vio
crecido, consideró justo que aprendiera cómo ganarse el pan, este accedió a
aprender algo, a tener miedo, por supuesto su padre consideró inútil este
aprendizaje. Después de una serie de peripecias en las que se enfrentó sin
miedo, finalmente por ello consiguió casarse con una princesa y con esto tener
el pan, preocupación de su padre. Gracias a su esposa conoció el miedo de la
manera menos esperada y nada peligrosa.

Independientemente de nuestras creencias,
lo cierto es que el pecado apareció a consecuencia de un pecado, de no haber
sido así hubiera ocurrido como algo circunstancial y fortuito y por lo tanto no
existiría explicación, ni sería un desafío escandaloso para la inteligencia de
quienes le dan categoría de mito, por cierto no muy afortunado.

Aída López Sosa
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