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El periodismo yucateco frente al espejo.

Marco Cortez Navarrete
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Por Marco Antonio Cortez Navarrete

Recuerdo con claridad aquellos años de finales de los setenta, cuando abrirse paso en el mundo del periodismo era un desafío que exigía pasión, entrega y, sobre todo, inteligencia. En 1979, lograr una entrevista exclusiva o una nota de impacto no era casualidad: era fruto de horas de trabajo de campo, de cultivar fuentes, de observar el entorno con una mirada crítica y comprometida.

El periodista era, por definición, un buscador incansable de la verdad. Esa vocación —a veces solitaria— era motivo de orgullo y prestigio profesional.

Hoy, sin embargo, observo un panorama distinto, especialmente en Yucatán. Lo que antes era competencia sana y profesional ahora ha sido reemplazado por una suerte de periodismo colectivo donde “lo que sabe uno, lo saben todos”.

La exclusividad ha perdido valor. El mérito individual ha sido reemplazado por un sistema de replicación automática que no fomenta la investigación, sino el confort de la rutina. La nota ya no se trabaja; se comparte. Y eso, lejos de fortalecer el oficio, lo debilita.

Este cambio no solo es generacional, sino estructural. Las nuevas camadas de comunicadores —con honrosas excepciones— parecen formadas bajo una lógica de inmediatez, dependencia tecnológica y búsqueda de visibilidad más que de profundidad. Muchos se conforman con estar presentes, sin preguntarse si su presencia aporta algo. Pareciera que el objetivo no es informar, sino figurar.

Más preocupante aún es la creciente simbiosis entre medios de comunicación y oficinas de prensa gubernamentales, privadas o sociales. No pocos periodistas ocupan hoy espacios en nóminas oficiales, lo que inevitablemente condiciona su independencia.

Este fenómeno, lejos de ser nuevo, ha crecido y se ha normalizado hasta convertirse en parte del paisaje mediático. El periodista que antes cuestionaba al poder, hoy muchas veces lo sirve desde adentro, confundiendo su rol social con una función administrativa.

No se trata de idealizar el pasado ni de condenar sin matices el presente, pero sí es necesario hacer un alto y reflexionar. ¿Qué pasó con el compromiso con la verdad? ¿Dónde quedó la vocación de servicio a la sociedad? ¿En qué momento el periodista dejó de ser el intermediario entre los hechos y la ciudadanía para convertirse en un engranaje más del aparato institucional?

El periodismo es y debe seguir siendo un contrapeso, una trinchera ética, un espacio de construcción crítica. Si renuncia a eso, se vuelve propaganda. Si deja de investigar, se convierte en eco. Y si se acomoda, pierde su alma.

Por eso, más allá de la nostalgia, este llamado es a la reflexión profunda. A quienes aún creen en el oficio, les toca recuperar la mística del trabajo bien hecho, del dato confirmado, de la voz ciudadana amplificada con rigor. El periodismo yucateco —y el de todo México— necesita volver a sus raíces para proyectarse con fuerza hacia el futuro.

Por el momento es todo les mando un fuerte abrazo y mis mejores deseos.
Feliz fin de semana 🫶

Marco Cortez Navarrete
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