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El periodista, hijo de un comerciante

Marco Cortez Navarrete
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Por: Marco Antonio Cortez Navarrete.

Este es un breve relato. Se trata de un niño de apenas 9 años de edad, su padre, comerciante de toda su vida, le dijo en algún momento: “mi herencia será enseñarte a trabajar”.

El niño escuchó, realmente para su edad hizo poco caso, pero aquellas palabras se quedaron muy bien grabadas en su memoria.

A partir de entonces su padre le fue encargando tareas propias de un comercio de abarrotes y miscelánea, de manera paulatina fue de menos a más, tal vez midiendo las capacidades del aquel chamaco.

Con apenas 10 años el pequeño ya abordaba un autobús urbano, se trasladaba al mercado municipal y llenaba dos grandes bolsas con mercancía diversa: quesos, jamones, chocolates, dulces, hilos, etc. Todo, bien escrito en una lista acompañado de sus respectivos costos para entregar a su retorno cuentas claras al dueño del negocio.

Cumplidos 11 años, además de ir al mercado ahora apuntó también a una panadería que surtía la tienda de su papá con al menos 100 calientes barras de pan francés por día.

En punto de las 17 horas y en su bicicleta con una caja de cartón atada a la parrilla, el adolescente acudía por el pan francés mismo que en numerosas ocasiones -a manera de pago- saboreaba acompañado de queso de bola y un rico refresco.

El dueño de la panadería tenía obvio un triciclo con su respectivo globo, aparato que era puesto de lado cuando el papá de nuestro protagonista rentaba el vehículo de tres ruedas para que el aprendiz de comerciante pedaleara hasta una zona comercial donde cargaba y depositaba en el vehículo con tradicional color amarillo hasta 4 sacos (cada uno de 50 kilos) de azúcar y en ocasiones dos sacos (uno de frijol y otro de maíz) cada uno con un peso promedio de 100 kilogramos.

No importaba si había calor o lluvia, tráfico o hasta baches, el adolescente tenía como tarea ir por aquella mercancía que una vez en el comercio tenía que envolver en kilos o medios kilos para ser vendida a los consumidores, todos vecinos de la colonia popular donde su padre tenía su comercio.

Lo anterior, siempre fue de manera paralela a los estudios del entonces ya adolescente quien en un momento de su vida decidió dedicarse a otra actividad (periodismo) no sin antes comunicárselo a su mamá y en especial a su papá quienes respetaron su decisión no sin antes recordarle que un título profesional debía ser su futuro.

Ya en su lecho de muerte el padre le dijo a su hijo: “ahí tienes la tienda, trabájala, es tuya, ya sabes qué hacer”. El hijo le respondió al papá: “gracias papi pero quiero ser periodista”. “¿periodista?, replicó el papá…yo quería ser piloto pero nunca pude, me respondió. “Te prometo que yo sí lo lograré”, le prometió su primogénito.

La decisión ya estaba tomada y fue un día que decidió dejar su libreta de matemáticas (donde escribía crónicas deportivas e historias de ficción y desde luego muchos poemas) para iniciar la construcción de su camino, recordando siempre aquellas palabras de su padre: “Mi herencia será enseñarte a trabajar”…y así fue, después de pedalear y cargar cientos de kilos de maíz, frijol y azúcar y cargar cientos de cajas con infinidad de productos, el entonces joven entendió que la vida no es fácil y que para lograr sus objetivos tenía que trabajar como lo hacía en el negocio de su padre sin importar cuantas veces se caiga y cuántas veces se tenga que poner de pie de nuevo. Entendió que en la vida, nada es gratis.

PD. Papá, donde quiera que estés estoy agradecido por enseñarme a trabajar, a luchar día con día, y sobre todo a tener firmes mis convicciones e ideales. ¡Feliz Día del Padre!.

Atentamente: El periodista, hijo de un comerciante

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