La Revista

El pesebre

Por Carlos Bojórquez Urzaiz

Una de las tradiciones navideña más populares en México es la instalación del nacimiento. He visto unos elegantemente diseñados, con buena cantidad de piezas y todo tipo de detalles, que representan verdaderas villas, y otros muy elementales que incluyen apenas a los personajes principales del acontecimiento: el niño Dios, por supuesto, sus padres, el ángel, el burro y la vaca. ¿De dónde procede el protagonismo de estos dos animalitos presentes en todo pesebre que se respete de ser genuino?

Sinceramente lo desconozco. Al menos no he hallado referencia alguna a ellos en los evangelios, que son el testimonio más fehaciente al que se puede acudir. Ni Juan ni Lucas ni Mateo ni Marcos los mencionan en sus crónicas del nacimiento de Jesús y, sin embargo, su presencia se ha vuelto imprescindible.

Hay quienes aseguran que al primero que se le ocurrió escenificar el natalicio de Jesucristo fue a San Francisco de Asís, allá por los años de 1200, aunque lo integraban personas disfrazadas, en un poblado italiano que se encuentra entre Roma y Asís. La costumbre de los nacimientos vivientes se extendió por toda Italia, como veloz tradición etnográfica.

Posteriormente, un artesano napolitano tuvo la idea de fabricar figuras de barro concernientes a la celebración cuyo éxito perdura hasta el presente. En aquellos lejanos años no se llamaban nacimientos, sino belenes.

Y los belenes se instalaron en iglesias europeas, en primera instancia, cuando se consideraba que todo lo relativo a la religión debía circunscribirse al interior de catedrales, basílicas, parroquias y capillas.

Pero como toda costumbre, tendió a popularizarse y lo que inicialmente era un ritual casi exclusivo de los clérigos, se convierte en una práctica generalizada, precisamente cuando las personas empezaron a colocar en sus casas sus propias réplicas del natalicio de Jesús de Nazareth y personajes que lo acompañaron en ese momento fundacional del cristianismo. Y como las tradiciones populares rompen con las ortodoxias y rigores sacramentales, la creatividad de los creyentes se desbordó y el reparto creció y creció. Las escenografías se ampliaron y enriquecieron de formas extraordinarias.

Se considera que esta tradición llegó a México en el Siglo XVIII, donde la interpretación del nacimiento se diversificó y los materiales se multiplicaron: los hay de palma, de barro negro, de cuentas, de tejido, de madera, de hojas de maíz, de papel, de cartón, de talavera, de henequén, de resina, de cerámica, de vidrio, de hojalata, de hueso, de trapo y de cuanto material se tenga al alcance. En diferentes regiones del país se manufacturaron piezas de nacimiento con materiales y técnicas locales.

Son famosos, por ejemplo, los de Tlaquepaque en Jalisco. Y pocos han sido delineados tan artísticamente como los nacimientos que instalaba el gran poeta tabasqueño Carlos Pellicer, cuya belleza iluminaba con luz espiritual el entorno.

Con todo, no hay unanimidad respecto a la fecha en que se debe colocar el nacimiento, ya que mientras algunos lo hacen el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción de María, otros aguardan el 16 de diciembre, cuando se celebra la primera posada. En general se coloca cuando se puede, antes del 24 de diciembre y al mismo tiempo se aprovecha para instalar el resto de la decoración navideña, el árbol de navidad, las luces y los santacloses.

En la Ciudad de México había nacimientos famosos cuya visita constituía un paseo obligado en las temporadas navideñas. Recuerdo uno que me llevó a conocer mi sobrino Rafael Palavichini Urzaiz con piezas de tamaño real en un jardín de la elegante colonia Lomas de Chapultepec y otro, en la alcaldía Iztacalco, de la familia Ontiveros, a escala, pero con todo tipo de detalles, tan atractivo que desde hace 50 años se forman filas para verlo. Sin embargo, no dejan de tener encanto los heterodoxos nacimientos de las casas mexicanas de hace muchos años: entre montañas de heno y musgo, cuyo uso es hoy atentatorio contra el medio ambiente, se observaba un pequeño pesebre, dentro del cual se acomodaban, frente a frente, María y José, no así el niño Jesús, porque generalmente su tamaño, que duplicaba o triplicaba al de sus padres, le impedía entrar al pesebre y debía permanecer entre algodones a la intemperie.

Si bien el paisaje original de la Navidad era un desierto, el de Judea, no faltaban los laguitos hechos con papel aluminio, espejitos, o las cascadas formadas con celofán azul y foquitos navideños. Incluso hay quienes hacían caer bolitas de unicel o de algodón simulando nieve, porque nadie podría negar que el milagro de la llegada del Mesías provocó que nevara en medio del desierto.

Como la colocación del nacimiento era y seguirá siendo un hecho familiar y democrático, todos, chicos y grandes, podían y pueden tomar parte en su contribución, de tal modo que hoy por hoy puedes encontrar entre las ovejas y los pastores, la figura de un dinosaurio de plástico, un robot de cuerda al lado de los Magos, un pato amarillo de hule gigante, nadando junto a los pequeños patitos de barro en el lago de celofán ¡Y hasta un Mickey Mouse con sus enormes orejas, al lado del ángel que con sus alas extendidas observaba la escena bíblica desde las alturas!

Hermosa costumbre comunitaria que debemos preservar

No quedes sin leer...

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Advertisement -spot_img
- Advertisement -spot_img

Lo último