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El pulso de la salud universal

Victor Corcoba Herrero
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Algo más que palabras, por: Víctor Corcoba Herrero

El ciclo existencial, desde el comienzo hasta el fin, nos pone a prueba.
Aquí no valen las palabras, sino las acciones concretas. Sabemos que todos nos
merecemos igual respeto; sin embargo, la realidad habla por sí misma. Cada día
hay más abusos y más incumplimientos de los derechos humanos. El sufrimiento lo
reducimos o lo esparcimos entre todos. La irresponsabilidad no puede
gobernarnos. “Nadie está a salvo hasta que todo el mundo esté a
salvo”, ha sido el mantra de la Organización Mundial de la Salud desde el
comienzo de la crisis sanitaria mundial causada por el COVID-19. Sin embargo,
esta frase por solidaria que nos parezca, cuando no va directa al corazón por
los motivos que sea, difícilmente puede llevarse a buen término. Nos falta ese
espíritu verdadero hacia aquellos que necesitan aliento en la enfermedad o
ayuda en la escasez de alimentos. Ojalá aprendiésemos a ser equitativos, a no
discriminar a nadie, a sentirnos familia de verdad, seguramente entonces
practicaríamos una justa distribución de beneficios y responsabilidades. Por
cierto, ahora nuestra primera obligación como seres vivientes, es hacer
realidad la igualdad de acceso a la vacuna contra la enfermedad. Este es el
horizonte a conquistar. No quedemos en la simple palabra; y, lo que es peor, tampoco
cambiemos la robustez de lo saludable, por enriquecernos patrimonialmente a
cualquier precio o la independencia por el afán de dominio.

En efecto, la salud es la única moneda que imprime valor a lo vivido. No
derrochemos vida. La humanidad, en su conjunto, tiene que contribuir a ser ese
agente cooperante, siempre dispuesto a unir fuerzas, para la sanación del
mundo. Precisamente, este año 2021, ha sido designado como el Año Internacional
de los Trabajadores Sanitarios y Asistenciales, y en verdad es de justicia,
reconocer y agradecer la inquebrantable entrega de estos trabajadores a la
lucha contra la pandemia; pero, no podemos quedarnos en los bellos lenguajes de
los aplausos, se requiere también de una urgente acción que nos universalice. Por
otra parte, es público y notorio que este globalizado mundo se enfrenta a una
escasez mundial de trabajadores sanitarios. Sabemos, pues, que debemos invertir
mucho más en educación, empleo y trabajo decente, para proteger al mundo de las
enfermedades y lograr, de este modo, esa cobertura sanitaria inclusiva, que no
deje a nadie en el camino. En consecuencia, acoger la vacuna contra el
COVID-19, es una responsabilidad moral de todo el linaje, puesto que ponerla no
es sólo cuestión de nuestra propia salud, sino también una acción en nombre de
la solidaridad, especialmente con aquellos más vulnerables.

En una economía mundial altamente interconectada, acelerar la
vacunación, sin exclusión alguna, es la mejor medida para salir adelante;
además de activar las ayudas de emergencias a empresas y hogares, adaptadas a
las circunstancias de cada país, hasta que se logre una recuperación duradera
de la crisis sanitaria. A propósito, resulta muy alentador, observar que países
endebles no paguen por la vacuna COVID-19, gracias a la iniciativa de la
Organización Mundial de Salud. Desde luego, la marea vírica es tan fuerte, que
nos insta a ser tronco, para nadar todos y salir a flote o hundirnos juntos y
extinguirnos como especie. Todo va a depender de los gestos de humanidad que
pongamos hacia el otro. Cada cual tiene una misión que desempeñar para
garantizar, ya no sólo una atención de salud segura en todo momento, también
una actitud de solidaridad humana, que no ha de limitarse a algunas naciones, o
a sistemas de orientaciones políticas, sino a todo el globo terráqueo. Mucho
más, si vivimos en condiciones de prosperidad o de bienestar, debemos dirigir
nuestra atención a la miseria humana, estimulando la entrega activa y eficaz en
primera persona. Pensemos, que nuestra conversión fraterna se realiza
únicamente por el camino de este espíritu de entrega a los demás, sin tener en
cuenta fronteras ni frentes. Saquemos, entonces, esa capacidad inherente de
entusiasmo, que también es un signo de salud espiritual, y observaremos menos
riadas de lágrimas. Con razón, siempre se ha dicho, que la placidez del
organismo tiene su cobertura en la energía curativa; y la del entendimiento, tan
vital para poder entendernos, en la sabiduría del discernimiento. ¡Hagamos
ejercicio real!.

Victor Corcoba Herrero
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